"Cuando estaba Pablo en Corinto, una noche le dijo el Señor en una visión:
– «No temas, sigue hablando y no te calles, pues yo estoy contigo, y nadie te pondrá la mano encima para hacerte daño, porque tengo un pueblo numeroso en esta ciudad».
No son pocos los cristianos que, hoy por hoy, tienen miedo, muchas veces, se expresar lo que viven, lo que sienten, de expresar lo que creen pues los que son contrarios a nuestra fe atacan con fuerza y, al parecer, con buenos argumentos.
Pero también es cierto que son muchos los cristianos que se atreven a salir a la calle, a abrir a sus corazones y sus labios a la Verdad del Evangelio y predican sin miedo, confiando en la Gracia que es lo que importa, confiando en Dios que es lo esencial en nuestra vida pues si no confiamos en Dios, quién puede salvarnos?
"Maldito el hombre que pone su confianza en el hombre" dice el Profeta Jeremías de parte de Dios. Y no sólo es poner su confianza en el hombre, sino creer que el hombre puede más que Dios, "todo lo puedo en Aquél que me conforta", dice San Pablo. Pues nuestra vida es de Dios, a Él nos hemos consagrado el día de nuestro bautismo, con Él nos alimentos desde nuestra Primera Comunión, su Palabra escuchamos en cada Eucaristía, su Espíritu habita en nosotros desde nuestro bautismo (y probablemente, en algunos) con más fuerza desde el día de nuestra confirmación.
Por eso, hoy más que nunca, Dios nos pide que no callemos nuestra fe, que no ocultemos nuestra vida religiosa, pues para qué nos llamó, entonces? "No sois vosotros los que me elegisteis, sino Yo quien os he elegido, para que vayan y den fruto en abundancia", "sois la sal de la tierra... el fermento en la masa... la luz del mundo". Pero claro que esto no lo seremos si no vivimos en Cristo, por Cristo y para Cristo. Si nuestra vida de fe no está alimentada como es debido, por supuesto que tendremos miedo, que no sabremos qué decir ni cómo vivir; pero si realmente hemos tomado conciencia que el Señor nos llamó para ser evangelizadores, instrumentos de su Gracia y de su Amor para llevar "hasta el fin del mundo" su Buena Nueva, entonces siempre tendremos tiempo de escuchar Su Palabra, de alimentarnos con su Vida, de recibir su Gracia.
Dice Jesús: "La mujer, cuando va a dar a luz, siente tristeza, porque ha llegado su hora; pero, en cuanto da a luz al niño, ni se acuerda del apuro, por la alegría de que al mundo le ha nacido un hombre".
Sí, la fidelidad a Dios cuesta y duele, anunciar su Palabra a un mundo incrédulo no es fácil, pero Él ya nos lo había anunciado. Por eso, al renovar nuestro Sí a su invitación a seguirlo Él nos da la Gracia para llevarlo a cabo, para fortalecer nuestra confianza en Su Providencia y así ser dóciles servidores de su Buena Noticia.
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