miércoles, 31 de mayo de 2017

Cantar con María

"María dijo:
«Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador; porque ha mirado la humillación de su esclava".
El Magnificat es un himno que siempre, creo, llega al alma, pues ha sido cantado con tanto espíritu y con tanta sinceridad que se cuela por las rendijas del corazón para que podamos hacerlo nuestro, o, mejor dicho, deberíamos hacerlo nuestro. Sí, hacerlo nuestro porque son las palabras de nuestra Madre que han brotado desde lo más puro de su corazón, cantando las maravillas de Dios, su grandeza, y la hermosa pequeñez de los hombres, sus hijos.
María no se siente pequeña por no ser nadie, sino todo lo contrario se siente pequeña porque se sabe hija, servidora del Señor; una pequeñez que habla de la grandeza de su corazón porque se sabe amada por su Dios, porque se sabe hija y criatura, porque ha conocido no sólo la grandeza del Señor sino, sobre todo, su infinito Amor.
Por eso reconociendo la Grandeza del Señor se sabe pequeña, niña, hija, esclava y por eso le entrega toda su vida y su alma a Aquél que se la entregó un día y ahora se la pide para algo aún más grande, algo que ni Ella misma soñaba aunque sí lo esperaba, como lo esperaban todas las hijas de Israel: ser la madre del Mesías.
La humildad de María nace, principalmente, de su Fe, de su Confianza y de su Amor al Señor por eso aunque no llegara a comprender las palabras del Ángel, el día de la Anunciación, igualmente sabe que no puede negarle nada al Amor de su vida, pues en Él ha puesto toda su esperanza y su confianza. Y así "aquella que había engendrado a la Palabra en su corazón la engendró en su vientre por obra y gracia del Espíritu Santo". Es su entrega total en la Fe la que permitió la concepción virginal del Hijo de Dios. Y así, cuando se produce el hermoso encuentro entre las primas:
"Se llenó Isabel del Espíritu Santo y levantando la voz, exclamo:
«¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu Vientre!"
Es lo que cada día repetimos en la oración, pues aquél Espíritu que contagió la alegría a Isabel es el mismo Espíritu que nos ha transmitido la misma alegría y la misma seguridad que Ella es la Madre del Salvador y Nuestra Madre. Es la alegría de la fe la que nos hace exclamar la Bienaventuranza a María, y nos permite dejar conducir por Su Mano hasta Su Hijo, que es el centro, principio y final de nuestra vida de fe: Jesucristo, Nuestro Señor.
Y es esa alegría de la Fe, esa confianza que la Esperanza y la seguridad que recibimos de su Infinita Providencia lo que nos hace, como María, salir de nuestros lugares y llevar a nuestros hermanos los dones que hemos recibido por el Espíritu Santo: transmitir la alegría de la Fe a todos los que se crucen en nuestro camino, pues hemos conocido y creído en Jesucristo Nuestro Señor y Salvador.

martes, 30 de mayo de 2017

Testigos del Camino, la Verdad y la Vida

Le dice San Pablo a los presbíteros de Éfeso:
"Y ahora, mirad, me dirijo a Jerusalén, encadenado por el Espíritu, de ciudad en ciudad, me da testimonio de que me aguardan cadenas y tribulaciones. Pero a mí no me importa la vida, sino completar mi carrera y consumar el ministerio que recibí del Señor Jesús: ser testigo del Evangelio de la gracia de Dios".
No sólo al final de su vida San Pablo tenía en claro cuál era su misión, sino que desde el momento en que el Señor lo iluminó y él aceptó seguirlo, conoció todo lo que tenía que hacer y todo lo que tenía que pasar, pues el mismo Jesús le dijo a Ananías (que fue quien le impuso las manos para que comenzara a ver): "él sabrá cuánto tendrá que sufrir por mi nombre". Y así nunca le hizo "cara fea" a todo lo que el Señor le pidió vivir y sufrir por su Nombre.
Y fijaos cómo resume Pablo su vida de entrega al Señor:
"pero a mí no me importa la vida, sino completar mi carrera y consumar el ministerio que recibí del Señor Jesús: ser testigo del Evangelio de la gracia de Dios". Un ministerio que, en cierta medida, hemos recibido todos los que fuimos ungidos por el Espíritu Santo el día de nuestro bautismo, pues a todos se nos ha dado el encargo y la misión de "id y anunciad a todos los pueblos el evangelio".
Es cierto que, cada uno, según su propio carisma y su propio estilo de vida anuncia el Evangelio de un modo particular, pero todos somos portadores del Espíritu Santo y Gracias a Él podemos anunciar, o, mejor dicho, debemos anunciar el Evangelio de Jesús a todos los hombres "a tiempo y a destiempo", como el mismo san Pablo dice.
San Pablo tuvo la Gracia que Jesús mismo fue quien le transmitió la Verdad por medio de su Espíritu cuando se le reveló en el camino a Damasco, nosotros a partir del día de nuestro bautismo, cuando hemos comenzado a tener uso de razón, empezamos a aprender la vida de Jesús y a conocer su Evangelio, por eso aún no conocemos todo, por eso nos toca, día a día, ir madurando en el conocimiento de Dios, en el conocimiento de Su Palabra para que podamos "dar razón de nuestra esperanza" a quien Dios ponga en nuestro camino.
En estos días que nos preparamos para celebrar la Fiesta de Pentecostés, insistamos al Espíritu para que nos anime, nos encienda y nos fortalezca con sus Dones para que seamos Fieles, como San Pablo, a la misión que se nos ha dado y seamos verdaderos testigos del Camino, de la Verdad y de la Vida en el mundo que nos toca vivir.

lunes, 29 de mayo de 2017

Siempre está cerca para darnos su Paz

"Les contestó Jesús:
– ¿Ahora creéis? Pues mirad: está para llegar la hora, mejor, ya ha llegado, en que os disperséis cada cual por su lado y a mí me dejéis solo. Pero no estoy solo, porque está conmigo el Padre. Os he hablado de esto, para que encontréis la paz en mí. En el mundo tendréis luchas; pero tened valor: yo he vencido al mundo».
Para la gente del tiempo de Jesús le era difícil creer en Él como el Mesías, el Hijo de Dios. Sus palabras no eran muchas veces comprendidas pues no les hablaba claramente, sino en parábolas para que, como Él decía: "quien tenga oídos que oiga", es decir quien quiera entender que entienda, pues no hay peor sordo que el que no quiere oír. Y tomando este refrán también se puede decir: quien no quiere creer no creerá.
Y creo que no sólo le pasaba a la gente del tiempo de Jesús, sino que también nos sigue pasando, incluso, a los que decimos creer en Dios, en Jesucristo y en todo. Sí, no os asustéis, pues hay muchos días en nuestras vidas que no hablan de que realmente creemos en Dios, pues nuestras vidas se alejan de Él, o en algunos momentos dudamos de que realmente exista.
Aunque la duda no sea mala, pues me ayuda a buscar la certeza de lo que quiero creer, si es mala cuando la uso para no hacer caso a quien me dice algo. La duda sobre el Amor de Dios, o sobre su justicia o su cercanía, muchas veces es usada para yo poder renegarme contra Él y no hacer lo que me pide, y así puedo vivir más libremente sin tener "cargo de conciencia" o conciencia de pecado frente a lo que hago.
Por eso Jesús al escuchar a la gente que le decía que ahora sí creían en Él, le responde de un modo casi irónico a esa profesión de fe. Claro que creían porque habían visto lo que querían ver, pero ¿cuando vean algo que no les iba a gustar? ¿cuando vean que les iban a buscar a ellos para condenarlos como Jesús? ¿Cuál sería la respuesta?
Pedro mismo en la Última Cena le había dicho al Señor que lo seguiría hasta la muerte, pero cuando los sirvientes lo descubrieron como seguidor de Jesús, él lo negó tres veces. Y ante el dolor de la Cruz, salvo Juan, desaparecieron todos los apóstoles.
Pero, igualmente, es tan infinito su amor y su misericordia que igual nos promete que, ante esos momentos de dudas y negación, volvamos a Él.
"Os he hablado de esto, para que encontréis la paz en mí. En el mundo tendréis luchas; pero tened valor: yo he vencido al mundo".
Siempre que volvamos a Él con el corazón contrito y humillado Él nos colmará con su Gracia y su Paz.

domingo, 28 de mayo de 2017

Con el corazón en el Cielo y los pies en el suelo

"Hermanos:
El Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, os dé espíritu de sabiduría y revelación para conocerlo e ilumine los ojos de vuestro corazón para que comprendáis cuál es la esperanza a la que os llama, cuál la riqueza de gloria que da en herencia a los santos, y cuál la extraordinaria grandeza de su poder en favor de nosotros, los creyentes, según la eficacia de su fuerza poderosa, que desplegó en Cristo, resucitándolo de entre los muertos y sentándolo a su derecha en el cielo, por encima de todo principado, poder, fuerza y dominación, y por encima de todo nombre conocido, no sólo en este mundo, sino en el futuro".
Es cierto que muchas veces no "comprendemos cuál es la esperanza a la que nos llama, cuál es la riqueza de gloria que nos dio en herencia, y cuál es la extraordinaria grandeza de su poder en favor de nosotros". Vivimos tan inmersos en un mundo de necesidades superfluas y pasajeras que no nos damos cuenta de los tesoros espirituales que tenemos gracias a nuestra fe.
Siempre hay alguna necesidad nueva, siempre hay un pecado reciente o una cruz no deseada que nos impide gozar de la presencia de Dios en nuestras vidas, de los dones que Él nos regaló y que tenemos y, sobre todo, que vamos utilizando día a día. Pero más que nada el hecho de vivir la alegría de la esperanza de ser sus hijos, de un Espíritu que nos nutre, nos fortalece y nos ayuda a mirar más allá de terreno para poder elevar nuestra vida y darle un brillo eterno a las cosas de todos los días.
Claro que tenemos nuestra mirada y nuestro corazón puestos en los bienes del Cielo. Claro que miramos al Cielo para encontrarnos con nuestro Padre y nuestro Señor, pero seguimos y debemos seguir con los pies en el suelo, pues aquí está nuestra misión. Por eso los ángeles le decían a los discípulos cuando lo veían ascender a Jesús:
«Galileos, ¿qué hacéis ahí plantados mirando al cielo? El mismo Jesús que ha sido tomado de entre vosotros y llevado al cielo, volverá como lo habéis visto marcharse al cielo».
Llevamos nuestro corazón y nuestra mirada al Cielo para recibir de allí el Espíritu que nos hace caminar en el suelo, un Espíritu que nos hace apreciar la Vida recibida, que nos ayuda a vivir en el gozo de sabernos hijos de Dios, y por eso mientras caminamos en este mundo con la mirada en lo eterno, vamos anunciando la Vida Nueva que se nos dio en Jesús Cristo Resucitado.
No nos quedemos suspendidos en el aire, pues aunque lo quisiéramos no lo podríamos hacer, pues nuestro Padre siempre nos baja a la realidad y nos pide y nos exige una misión:
"Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado".

sábado, 27 de mayo de 2017

Para que nuestra alegría sea completa

"En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
– «En verdad, en verdad os digo: si pedís algo al Padre en mi nombre, os lo dará.
Hasta ahora no habéis pedido nada en mi nombre; pedid, y recibiréis, para que vuestra alegría sea completa".
Al leer este evangelio me acordaba algo de mi infancia: cuando mi madre me mandaba a la tienda a comprar algo, yo iba y decía: "me manda mi mamá a comprar tal cosa", y la señora que despachaba en la tienda me lo daba sin ningún problema pues conocía a mi madre. Esto me trae a cuenta que cuando Jesús nos dice "pedid en mi nombre y recibiréis", nos que podamos pedir cualquier cosa, lo que se nos antoje, sino lo que Él nos ha sugerido que necesitamos, pues además el Padre sabe lo que el Hijo nos ha dicho que necesitamos. ¿Es mucho lío lo que digo?
Pues siempre tenemos aquella otra frase del "pedid y recibiréis", pero sabemos que, muchas veces, hemos pedido y no se nos ha dado nada. Pero ¿seguro que no se nos ha dado nada? O ¿se nos ha dado algo que no habíamos pedido y que por eso no nos dimos cuenta? O, más aún ¿de nos dio algo que realmente no lo queremos?
Y mirad, Jesús completa la frase y dice: "para que vuestra alegría sea completa". Y también me llevaba a otros recuerdos: cuando recibíamos regalos de pequeños en nuestros cumpleaños nos alegrábamos más si el regalo era un paquete "duro" que si era un paquete blando ¿por qué? Porque si era blando seguramente era ropa y lo que queríamos de regalos eran juguetes. Nosotros en nuestra edad queríamos jugar y a nuestros padres les venía bien que nos regalaran ropas. Pero a nuestra edad era imposible darnos cuenta que la ropa era, también, algo bueno para nosotros. Y en ese momento nuestra alegría no era plena porque no sabíamos valorar lo que recibíamos.
Si unimos las dos frases ¿qué saldrá? Algo que San Pablo nos dice en una de sus cartas: "pedimos y no recibimos porque no sabemos pedir". Y Jesús nos da el sentido de lo que tenemos que pedir: lo que Él mismo le pediría al Padre. ¿Qué le ha pedido Jesús al Padre? Encontrar siempre el Camino para hacer Su Voluntad, aunque hacer Su Voluntad nos cueste lágrimas de sangre. Así cuando el Padre nos conceda la Gracia para hacer Su Voluntad, Él nos dará todo lo necesario para ser Fieles a la Vida que nos da concedido en Cristo Jesús, y ahí será cuando podamos alcanzar la alegría completa.
"Os he hablado de esto para que mi alegría llegue a vosotros, y vuestra alegría sea completa", también les dijo Jesús a los apóstoles, y así nos lo recuerda nosotros.

viernes, 26 de mayo de 2017

Servidores de Su Palabra

"Cuando estaba Pablo en Corinto, una noche le dijo el Señor en una visión:
– «No temas, sigue hablando y no te calles, pues yo estoy contigo, y nadie te pondrá la mano encima para hacerte daño, porque tengo un pueblo numeroso en esta ciudad».
No son pocos los cristianos que, hoy por hoy, tienen miedo, muchas veces, se expresar lo que viven, lo que sienten, de expresar lo que creen pues los que son contrarios a nuestra fe atacan con fuerza y, al parecer, con buenos argumentos.
Pero también es cierto que son muchos los cristianos que se atreven a salir a la calle, a abrir a sus corazones y sus labios a la Verdad del Evangelio y predican sin miedo, confiando en la Gracia que es lo que importa, confiando en Dios que es lo esencial en nuestra vida pues si no confiamos en Dios, quién puede salvarnos?
"Maldito el hombre que pone su confianza en el hombre" dice el Profeta Jeremías de parte de Dios. Y no sólo es poner su confianza en el hombre, sino creer que el hombre puede más que Dios, "todo lo puedo en Aquél que me conforta", dice San Pablo. Pues nuestra vida es de Dios, a Él nos hemos consagrado el día de nuestro bautismo, con Él nos alimentos desde nuestra Primera Comunión, su Palabra escuchamos en cada Eucaristía, su Espíritu habita en nosotros desde nuestro bautismo (y probablemente, en algunos) con más fuerza desde el día de nuestra confirmación.
Por eso, hoy más que nunca, Dios nos pide que no callemos nuestra fe, que no ocultemos nuestra vida religiosa, pues para qué nos llamó, entonces? "No sois vosotros los que me elegisteis, sino Yo quien os he elegido, para que vayan y den fruto en abundancia", "sois la sal de la tierra... el fermento en la masa... la luz del mundo". Pero claro que esto no lo seremos si no vivimos en Cristo, por Cristo y para Cristo. Si nuestra vida de fe no está alimentada como es debido, por supuesto que tendremos miedo, que no sabremos qué decir ni cómo vivir; pero si realmente hemos tomado conciencia que el Señor nos llamó para ser evangelizadores, instrumentos de su Gracia y de su Amor para llevar "hasta el fin del mundo" su Buena Nueva, entonces siempre tendremos tiempo de escuchar Su Palabra, de alimentarnos con su Vida, de recibir su Gracia.
Dice Jesús: "La mujer, cuando va a dar a luz, siente tristeza, porque ha llegado su hora; pero, en cuanto da a luz al niño, ni se acuerda del apuro, por la alegría de que al mundo le ha nacido un hombre".
Sí, la fidelidad a Dios cuesta y duele, anunciar su Palabra a un mundo incrédulo no es fácil, pero Él ya nos lo había anunciado. Por eso, al renovar nuestro Sí a su invitación a seguirlo Él nos da la Gracia para llevarlo a cabo, para fortalecer nuestra confianza en Su Providencia y así ser dóciles servidores de su Buena Noticia.

jueves, 25 de mayo de 2017

Cambiar el rumbo

San Pablo intentó por mucho predicar y llevar a la fe en Cristo a una comunidad, pero finalmente:
"Como ellos se oponían y respondían con blasfemias, Pablo sacudió sus vestidos y les dijo:
– «Vuestra sangre recaiga sobre vuestra cabeza. Yo soy inocente y desde ahora me voy con los gentiles».
Desistir de una tarea cuando no solo no hay frutos, sino cuando el receptor es contrario a lo que se le ofrece, no es perder la esperanza sino es ver la realidad y salir para otro lado para poder llevar lo mismo a quienes lo necesitan.
Muchas veces, en la atención pastoral uno se encuentra con gente que intenta que tal persona se convierta y sigue insistiendo en la oración, en la palabra, en la acción. Y Pablo nos da el ejemplo de que si no quieren abrir el corazón a la Palabra, entonces hay que salir para otro lado, por donde Dios te lleve y te muestre que hay otros que, también, necesitan de tu ejemplo de vida, de tus palabras.
A veces, por luchar contra los molinos de viento se pierde la fuerza, se desgasta la vida y Dios, quizás, te está mostrando otro camino, otra realidad e, incluso, hay otros hermanos a tu lado que te están esperando pero tú no los ves porque crees que tienen que seguir insistiendo con ello.
San Pablo dejó esa comunidad judía y se fue a los gentiles, ellos lo escucharon y se convirtieron, encontraron el Camino de la Salvación y formaron comunidades cristianas.
"Se marcho de allí y se fue a casa de Ticio Justo, que adoraba a Dios y cuya casa estaba al lado de la sinagoga. Crispo, el jefe de la sinagoga, creyó en el Señor con toda su familia; también otros muchos corintios, al escuchar a Pablo, creían y se bautizaban".
¿Qué nos enseña San Pablo? Que no nos esforcemos cuando veamos que del Nogal no se pueden sacar peras. Hay que ir a buscar un Peral para conseguir lo que buscamos, o mejor dicho, en nuestro caso, dejar que Dios nos indique qué es lo que tenemos que hacer. No encapricharnos con una realidad que sólo nos está quitando fuerzas, vida y esperanza, hasta que al final perdamos la fe en lo que hacemos. Te sacudes las sandalias de esa actitud y vuelves a comenzar un Camino que, seguramente, será para tu crecimiento personal y para el bien de otros a los que Dios te envíe.

miércoles, 24 de mayo de 2017

La gota que colmó el vaso

Al finalizar San Pablo el discurso en el Areópago, cuenta el escritor que:
"Al oír «resurrección de entre los muertos», unos lo tomaban a broma, otros dijeron:
– «De esto te oiremos hablar en otra ocasión».
Siempre hay algo que nos hace descreer o desilusionar, quizás sea un día malo, una mala experiencia, una mala actitud de alguien; pero esa sola cosa nos tira todo por la borda, o mejor dicho, eso solo nos da pie para dejar de creer o de soñar o de confiar. ¿Tendrá que ser así?
A veces tenemos que ponernos a pensar un poco más porque no es la última gota que rebosa el vaso la que tiene la culpa de todo, sino que todo lo que ha ido llenando el vaso ha sido el culpable. Y por eso tenemos que pensar qué es lo que hemos dejado entrar en nuestro corazón o qué es lo que no hemos quitado de nuestro corazón, lo que ha producido semejante desajuste en mi fe, en mis relaciones, en mi vida.
No se si lo he puesto alguna vez aquí, pero siempre me gusta un ejemplo que aprendí hace mucho tiempo: las personas somos como los frigoríficos (heladeras en argentino) que guardan y conservan las cosas para ser usadas en su debido momento, pero siempre van quedando restos de comidas o de frutas o de carnes, que no nos hemos dado cuenta. Y con el tiempo esos restos que han quedado dentro se pudren y, sobre todo la carne, cuando se pudren dan un olor tremendo, y al abrir el frigorífico parece que todo está podrido, pero no es así es sólo una cosa que quedó guardada y le puso un olor horrible a todo lo demás.
Si no observamos bien y descubrimos qué es lo que pasó quizás tiremos todo a la basura pensando que todo está podrido, y no es así, es sólo una cosa que hizo que todo se pudriera.
Creo que así nos pasa en la vida diaria, creemos que podemos dejar todo "guardado", que no nos vamos a quejar, que no vamos a decir, que lo vamos a dejar pasar... pero finalmente se ¡pudrió todo! y a qué le eché la culpa: a la última gota que colmó el vaso.
Así le pasó a la mayoría de los griegos, pero hubo otros que se fueron a hablar con San Pablo y comprendieron lo que él predicaba y creyeron en el Señor, y formaron una comunidad de fe, de esperanza y amor.
Es por eso que necesitamos, casi todos los días, revisar lo que hemos dejado guardado y quitar aquello que ya no sirve o que puede hacernos poner mal, para que nuestro corazón siempre esté lleno del Espíritu y no de las cosas que un día pueden llegar a hacer mucho daño a la fe, al amor o a la esperanza.

martes, 23 de mayo de 2017

Instrumentos de salvación

Para muchos el relato de los Hechos de los apóstoles puede parecer un cuento, una fábula, pero lo que sí es cierto que Dios puede hacer maravillas con aquellos que le aman y le obedecen; y por ellos, sus instrumentos más fieles, puede llegar a quien menos lo espera.
"El carcelero se despertó y, al ver las puertas de la cárcel de par en par, sacó la espada para suicidarse, imaginando que los presos se habían fugado. Pero Pablo lo llamó a gritos, diciendo:
«No te hagas daño alguno, que estamos todos aquí».
El carcelero pidió una lámpara, saltó dentro, y se echó temblando a los pies de Pablo y Silas; los sacó fuera y les preguntó:
«Señores, ¿qué tengo que hacer para salvarme?».
También es cierto que no siempre utilizamos bien las oportunidades que nos da el Señor para dar a conocer su nombre, nos ocultamos y no damos a conocer sus maravillas en nuestras vidas, o simplemente utilizamos los milagros de Dios sólo para nuestro bien.
Pablo y los demás presos podían haberse escapado y dejar que el carcelero se suicidase, pero no lo hicieron; sino que al contrario le salvaron no sólo la vida física sino también la espiritual: supieron usar el milagro de Dios para dar a conocerlo, no para su bien, sino para el de otros.
Siempre Dios nos da nuevas oportunidades en nuestras vidas. Quizás no sean como esta o grandes hechos que marquen a fuego nuestra vida, pero siempre tenemos una nueva oportunidad cada vez que sale el sol, pues cada vez que sale el sol resucitamos a la Vida Nueva dando Gracias a Dios por ese día que nace, pues es un nuevo día para vivirlo en fidelidad, un nuevo día para salir y dar a conocer su nombre, sin miedos, sabiendo que es Él quien nos ha abierto las Puertas de la Vida para llevar a los demás el gozo de sabernos salvados, y celebrar la Vida que ha venido a nosotros.
«Ahora me voy al que me envió, y ninguno de vosotros me pregunta: “¿Adónde vas?” Sino que, por haberos dicho esto, la tristeza os ha llenado el corazón. Sin embargo, os digo la verdad: os conviene que yo me vaya; porque si no me voy, no vendrá a vosotros el Paráclito. En cambio, si me voy, os lo enviaré".
Era necesario que Él asumiera su Cruz y volviera al Padre para que nosotros pudiéramos tener su Espíritu en nuestros corazones, por eso la tristeza se convirtió en alegría cuando desde el Seno del Padre nos envió al Paráclito para que nos llenara con sus dones. Sólo Dios puede sacar algo tan bueno de tanta tristeza, siempre es Él, si nos dejamos guiar, quién obra el milagro de la Vida Nueva en nosotros. Por eso necesitamos cada día saber aprovechar los dones y todo lo que el Padre nos permite y quiere que vivamos, para que de todo eso Él saque lo mejor para la salvación de los hombres, pues nuestra vida unida a la de Cristo es un instrumento de salvación para los que no conocen a Dios.
Como dice San Pablo: "En cuanto a mí ¡Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por la cual el mundo es para mí un crucificado, y yo un crucificado para el mundo!"

lunes, 22 de mayo de 2017

El Espíritu santo nos renueva en el Bautismo

Del Tratado de Dídimo de Alejandría, Sobre la Santísima Trinidad
 
    El Espíritu Santo, en cuanto que es Dios, junto con el Padre y el Hijo, nos renueva en el bautismo y nos retorna de nuestro estado deforme a nuestra primitiva hermosura, llenándonos de su gracia, de manera que ya nada nos queda por desear; nos libra del pecado y de la muerte; nos convierte de terrenales, esto es, salidos de la tierra y del polvo, en espirituales; nos hace partícipes de la gloria divina, hijos y herederos de Dios Padre, conformes a la imagen del Hijo, coherederos y hermanos de éste. para ser glorificados y reinar con él; en vez de la tierra nos da el cielo y nos abre generosamente las puertas del paraíso, honrándonos más que a los mismos ángeles; y con las aguas sagradas de la piscina bautismal apaga el gran fuego inextinguible del infierno.
    Hay en el hombre un doble nacimiento, uno natural, otro del Espíritu divino. Acerca de uno y otro escribieron los autores sagrados. Yo voy a citar el nombre de cada uno de ellos, así como su doctrina.
    Juan: A cuantos lo recibieron, a los que creen en su nombre, dio poder de llegar a ser hijos de Dios, los cuales traen su origen no de la sangre ni del deseo carnal ni de la voluntad del hombre, sino del mismo Dios. Todos los que creen en Cristo, afirma, han recibido el poder de llegar a ser hijos de Dios, esto es, del Espíritu Santo, y de llegar a ser del mismo linaje de Dios. Y, para demostrar que este Dios que nos engendra es el Espíritu Santo, añade estas palabras de Cristo en persona: Te aseguro que el que no nazca de agua y de Espíritu no puede entrar en el reino de Dios.
    La piscina bautismal, en efecto, da a luz de manera visible al cuerpo visible de la Iglesia, por el ministerio de los sacerdotes; pero el Espíritu de Dios, invisible a todo ser racional, bautiza espiritualmente en sí mismo y regenera, por ministerio de los ángeles, nuestro cuerpo y nuestra alma.
    Juan el Bautista, en relación con aquella expresión: De agua y de Espíritu, dice, refiriéndose a Cristo: Él os bautizará con el Espíritu Santo y con fuego. Ya que nosotros somos como una vasija de barro, por eso necesitamos en primer lugar ser purificados por el agua, después ser fortalecidos y perfeccionados por el fuego espiritual (Dios, en efecto, es un fuego devorador); y, así, necesitamos del Espíritu Santo para nuestra perfección y renovación, ya que este fuego espiritual es también capaz de regar, y esta agua espiritual es capaz de fundir como el fuego.

domingo, 21 de mayo de 2017

Dar respuestas en el Espíritu

"Queridos hermanos:
Glorificad a Cristo el Señor en vuestros corazones, dispuestos siempre para dar explicación a todo el que os pida una razón de vuestra esperanza, pero con delicadeza y con respeto, teniendo buena conciencia, para que, cuando os calumnien, queden en ridículo los que atentan contra vuestra buena conducta en Cristo".
"Siempre dispuestos para dar razón de vuestra esperanza", nos dice San Pedro, una hermosa exhortación para que estemos siempre pendientes de madurar nuestra fe, de fortalecer nuestra esperanza y de ahondar, cada vez más, en el profundo misterio del Amor de Dios. Pues cuando recibimos ataques contra nuestra fe no sabemos responder, no sabemos dar respuestas claras y maduras sobre el por qué creemos o el para qué creemos o en quién creemos.
Y claro que no sabemos porque no hemos profundizado en los misterios de la fe que hemos visto y oído en la catequesis. Porque nuestra formación espiritual no pasa solamente por ir a misa, o por rezar, sino también por aprovechar tantos buenos libros escritos que hay sobre los misterios de nuestra fe.
Aunque, también es cierto, que muchas veces nos falta una parte importante en nuestra vida cristiana:
"Cuando los apóstoles, que estaban en Jerusalén, se enteraron de que Samaria había recibido la palabra de Dios, enviaron a Pedro y a Juan; ellos bajaron hasta allí y oraron por ellos, para que recibieran el Espíritu Santo; pues aún no había bajado sobre ninguno, estaban sólo bautizados en el nombre del Señor Jesús. Entonces les imponían las manos y recibían el Espíritu Santo".
El Don del Espíritu Santo que se recibe en el Sacramento de la Confirmación. Este Sacramento es el menos usado en la Iglesia, porque no son muchos los católicos que se acercan a recibirlo y, algunas veces, lo hacen obligados por sus padres o por alguna situación extrema. Pero es un sacramento que perfecciona la Gracia Bautismal, como dice Hechos de los apóstoles: habían recibido el bautismo pero no el Espíritu Santo. Y es el Espíritu quien con sus dones nos ayuda, nos fortalece, nos alienta para que sigamos creciendo, día a día, en el camino de la santidad.
Pero como siempre nos vamos acercando más al mundo que a Dios, por eso dejamos de lado al Espíritu que Jesús nos envía para sostenernos en el Camino:
«Si me amáis, guardaréis mis mandamientos. Y yo le pediré al Padre que os dé otro Paráclito, que esté siempre con vosotros, el Espíritu de la verdad. El mundo no puede recibirlo, porque no lo ve ni lo conoce; vosotros, en cambio, lo conocéis, porque mora con vosotros y está en vosotros".
Dejemos el mundo de lado e imploremos Su Venida para que nosotros podamos ser portadores de la Verdad, mostremos con buenas razones el Camino y contagiemos la Vida.

sábado, 20 de mayo de 2017

Estamos en el mundo pero no somos del mundo

"En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
– «Si el mundo os odia, sabed que me ha odiado a mí antes que a vosotros.
Si fuerais del mundo, el mundo os amaría como cosa suya, pero como no sois del mundo, sino que yo os he escogido sacándoos del mundo, por eso el mundo os odia".
Dentro de todas las frases que nos olvidamos de Jesús, creo que esta es una de ellas: "no sois del mundo", y es algo que decía Él mismo en la oración en la Última Cena: "Padre, no te pido que los saques del mundo sino que los preserves del maligno". Pero, muchas veces, el maligno no tiene necesidad de atacarnos porque nosotros mismos y solitos nos hacemos del mundo: es que tiene tantas cosas lindas y tentadoras que no hacemos esfuerzos por dejar de lado el mundo, sino que pretendemos, incluso, que el evangelio sea como el mundo.
¿Cuántas veces hemos escuchado que la Iglesia tiene que adaptarse al mundo? ¿Cuántas veces hemos pretendido que los mandamientos dejen de existir y que nos permitan hacer más cosas? ¿Cuántas veces hemos dejado de hacer la voluntad de Dios para hacer lo que nosotros queremos para no quedar mal con la sociedad? ¿Cuántas veces nos hemos callado la boca para que no nos traten mal porque pensamos cristianamente?
Todas esas respuestas nos hacen ver que somos más del mundo que de Dios.
Es cierto sí que nos horrorizamos por las masacres y los martirios de tantos hermanos nuestros, pero, muchas veces, somos nosotros mismos quienes formamos parte de ese mundo que busca ocultar a Cristo, pues no defendemos Su Palabra, no defendemos nuestra Fe, y ni siquiera nos abrimos a vivir Su Voluntad.
Pretendemos o queremos pasar desapercibidos para que no nos insulten, o tan siquiera para poder hacer las mismas cosas que hacen todos. Quizás, muchas veces, ni siquiera nos ponemos a pensar en lo que nos puedan decir, sino que aceptamos el pensar, el hacer, el decir del mundo y lo incorporamos a nuestras vidas mejor que el Evangelio de Jesucristo.
"Yo les he dado tu palabra, y el mundo los ha odiado porque no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. No ruego que los retires del mundo. Santifícalos en la verdad: tu palabra es verdad. Como tú me enviaste al mundo, así yo los envío también al mundo. Y por ellos yo me santifico a mí mismo, para que también ellos sean santificados en la verdad".

viernes, 19 de mayo de 2017

Piensa en el Amor antes de actuar

Después del Primer Concilio de Jerusalén, en el que se tuvieron que reunir los apóstoles por las discusiones que habían surgido por el tema de la circuncisión, enviaron una carta a las comunidades, donde decían:
"Habiéndonos enterado de que algunos de aquí, sin encargo nuestro, os han alborotado con sus palabras, desconcertando vuestros ánimos..."
Esto me hacía acordar de unas palabras del Papa Francisco de hace unas semanas, creo que a los líderes de la Acción Católica, que les decían "no sean más papistas que el papa". En el sentido que muchas veces nos gusta decir más cosas que otros, hacernos los que sabemos más que todos, y vamos por el mundo sembrando discordias, enemistades, desavenencias, alborotando a la gente sin sentido por el simple hecho de querer ser más que otros.
¿Qué es lo que ganamos sembrando el alboroto entre la gente? El refranero dice: a río revuelto ganancia para el pescador; pero, ¿qué quiere "pescar" el que siembra discordia en las comunidades? ¿Qué ganaron los que produjeron alboroto en las primeras comunidades cristianas?
Ganaron que se reunieron los apóstoles y tomaron una decisión que fue importante en aquél momento, y los que habían comenzado a hablar en nombre de Dios, se quedaron con las palabras guardadas, por que el Espíritu Santo sopló en el momento preciso y ayudó a todos a recobrar la calma y a vivir de acuerdo a lo que Dios quería y no a lo que los hombres pretendían.
Es por eso que el Señor siempre nos llama a tener cuidado con lo que hacemos, decimos o vivimos, que todo esté basado en Su Palabra y en la vivencia de la Ley del Amor, como dice San Agustín (y lo vamos a escuchar siempre en nuestra vida de fe): "Ama y haz lo que quieras, pero primero ama".
"En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Este es mí mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado.
Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos.
Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que yo os mando".
Pues si antes de decir o hacer algo nos centráramos en el por qué lo voy a hacer, o si nos preguntáramos si lo voy a hacer por Amor, creo que habría muchas cosas que no haríamos o no diríamos, pues no parten del amor a nuestros hermanos, sino de un egoísmo, de una envidia, de una vanidad, o, incluso, a veces, ni siquiera pensamos lo que decimos o hacemos.

jueves, 18 de mayo de 2017

Su Alegría nuestra alegría

"Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud».
En esta breve frase de Jesús vemos el fin de toda su predicación, de todos sus consejos, de todo lo que Él ha hecho por y para nosotros: para que su alegría llegue a plenitud en nosotros.
Claro está que si nos fijamos en sus últimos días en la tierra, no vemos en su vida mucha alegría, sino sufrimiento y Pasión y muerte, pero esa no fue toda su vida, e, incluso, como Él decía: "mi alimento es hacer la Voluntad de mi Padre", su decisión de "no se haga mi voluntad sino la Tuya", en el Monte de los Olivos, también fue parte de su alegría. Una alegría que se transforma de Cruz en el canto de Aleluya en el momento de la Resurrección.
Y así quiere Él que ocurra en nuestras vidas: "niégate a tí mismo, toma tu cruz de cada día y sígueme". Comenzamos con una negación para alcanzar Su alegría en nuestras vidas, pues seguirlo a Él es alcanzar su vida, vivir su vida y alcanzar la razón de su alegría.
Cuando no nos esforzamos por permanecer en Su Palabra, por permanecer siguiendo sus Consejos Evangélicos, por permanecer permanecer en los Mandamientos, por permanecer en Su Amor, entonces no llegaremos nunca a vivir en la alegría del Evangelio, en el Gozo de vivir en Él.
Queremos, sí, muchas veces, tener la alegría de Jesús; queremos, sí, muchas veces, que nos solucione los problemas; queremos, sí, muchas veces, alcanzar la paz en nuestras vidas, pero no queremos, la mayor parte de las veces, ser Fieles a lo que el Señor nos pide vivir.
Esto me hace acordar lo que leía hace unos días: "queremos comer los mejores manjares, pero que no nos engorden", y así nos pasa con el Señor: queremos que nos de todo lo que le pedimos, pero que no nos pida ningún sacrificio de nuestra parte.
Los frutos de la vida cristiana se dan en nuestras vidas si permanecemos en Cristo, si Cristo es el centro y el fundamento de nuestra vida; pero no sólo el nombre de Cristo, sino el ejemplo de su vida, el vivir nuestra vida como Jesús vivió la suya. Por eso Él mismo nos dice y nos lo repite:
«Como el Padre me ha amado, así os he amado yo; permaneced en mi amor.
Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; lo mismo que yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor".
Esforcémonos por estar no sólo viviendo junto a Cristo, sino viviendo la Vida en Cristo, pues Él es nuestro Camino, nuestra Verdad y nuestra Vida.

miércoles, 17 de mayo de 2017

Permanecer: un acto de mi voluntad

"Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que deseáis, y se realizará.
Con esto recibe gloria mi Padre, con que deis fruto abundante; así seréis discípulos míos».
Cuando lees el evangelio todos los días pareciera que te dan ganas de decir: ¡y dale! otra vez con lo mismo!. En esto Jesús, al escuchar siempre al Padre, tiene una actitud paternal o mejor dicho, me hace acordar a las madres: siempre nos recuerdan lo mismo cuando vamos a salir de casa: ten cuidado, llevas todo, ¿a qué hora vas a volver? y ¡tantas otras recomendaciones! que una y otra vez nos vuelven a decir todos los días.
Y ¿no se cansan de recomendarnos siempre lo mismo? NO. El amor no se cansa nunca, nos dice San Pablo. Y si el Amor no se cansa nunca, el Amor siempre va a estar atento a recomendarnos lo necesario para que, al salir, de la casa nos mantengamos sanos y salvos.
El Señor nos recuerda que permanezcamos en Él cuando salgamos a la vida diaria, porque en la vida diaria es donde están los peligros de no permanecer en Cristo, porque siempre hay tentaciones, peligros, tropiezos... y son esas pequeñas cosas que nos hacen salir del Camino y nos llevan a vivir una vida paralela a nuestra vida en Cristo.
Y ¿por qué tengo que estar siempre pendiente de permanecer en Cristo? Porque la decisión de ser cristiano es mía y Cristo no permanecerá en mí si yo no permanezco en Él. En cuanto yo decido que sea otro y otros a los que escucho y obedezco, entonces ya no le escucho ni obedezco a Él. "No se puede servir a dos señores, pues amarás a uno y aborrecerás al otro".
Quizás, también es cierto, que tanto el mundo como Dios me den cosas buenas, pero cuando elijo uno descarto el otro y ¿quién es el que me da la Vida: el mundo o Dios?
No puedo ir aceptando la Vida en Cristo sólo cuando lo necesito o cuando me "entran ganas", sino que mi vida es un permanecer en Cristo, incluso en los tropiezos y caídas, pero siempre me levanto para seguir el mismo Camino.
Por eso tengo que pensar que, al levantarme, tengo que volver a hacer un acto de voluntad de adhesión en el Amor a la Palabra de Dios, al Amor del Padre y al seguir a Cristo de cerca, para que mi vida siempre esté en Él, adherida a Él, como el "sarmiento a la Vid", pues sólo así mis frutos serán propios de quien está injertado en la Vid Verdadera, y sólo así podrán ver a quién sirvo pues "por los frutos conocerán que sois mis discípulos".