Le dice Dios al pueblo por medio del profeta Ezequiel:
"Insistís: “No es justo el proceder del Señor”. Escuchad, casa de Israel: ¿Es injusto mi proceder? ¿No es más bien vuestro proceder el que es injusto?"
Nos acostumbramos a no hacernos responsables de lo que hacemos o decimos, o de lo que nos sucede; buscamos siempre un culpable fuera de nosotros porque nosotros siempre hacemos bien las cosas, entonces no soy yo quien tiene la culpa de nada, sino que todo viene de afuera o de arriba, de los otros o de Dios.
No será que tendremos que volver a ubicarnos en el lugar que nos corresponde? No será que tendremos que volver a pensarnos y descubrir que somos nosotros los que estamos equivocados y que hemos obrado mal? Es que no se por qué causa le tenemos tanto miedo al echo de reconocer nuestras culpas, de reconocer que somos nosotros quienes estamos equivocados.
Y ahora que lo pienso ya lo escribían los antiguos en el Génesis: "la mujer que tú me diste me tentó y comí", "la serpiente me sedujo y comí", claro a la serpiente no le quedó ningún argumento y fue la culpable de todo. Pero igualmente al Señor nadie lo engañó y por eso los desterró del paraíso.
Fijaos que cuando no asumimos nuestros errores y comenzamos a echar culpas hacia fuera de nosotros, es como que vamos perdiendo algo: amistades, familia, relaciones; porque no siempre todos pueden soportar que les echen las culpas de algo que no cometieron.
Por este tiempo de cuaresma es el mejor tiempo para poder mirarnos, descubrir qué cosas o qué palabras han salido de mí y han dañado a alguien, qué cosas son las que yo realmente hice y que no estuvieron bien, para que pueda aceptar mis errores, pues si no acepto mis errores nunca podré corregirlos.
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