viernes, 3 de marzo de 2017

Por qué ayunar?

"¿Es ese el ayuno que deseo en el día de la penitencia: inclinar la cabeza como un junco, acostarse sobre saco y ceniza?
¿A eso llamáis ayuno, día agradable al Señor?
Este es el ayuno que yo quiero: soltar las cadenas injustas, desatar las correas del yugo, liberar a los oprimidos, quebrar todos los yugos, partir tu pan con el hambriento, hospedar a los pobres sin techo, cubrir al que ves desnudo, y no desentenderte de los tuyos.
Entonces surgirá tu luz como la aurora, enseguida se curarán tus heridas, ante ti marchará la justicia, detrás de ti la gloria del Señor.
Entonces clamarás al Señor y te responderá; pedirás ayuda y te dirá: “Aquí estoy”».
Estamos acostumbrados que el ayuno de la Cuaresma (de los Viernes) o de la Semana Santa, es solamente no comer algo, o suplantar ese algo por otra cosa, pero no estoy haciendo lo que realmente el Señor me pide, o no entiendo por qué se nos pide un ayuno o una abstinencia para un tiempo particular como la Cuaresma o la Semana Santa.
El ayuno y la abstinencia son dos métodos para poder, como dice San Pablo: "llevo a esclavitud mi carne". Estamos, generalmente, "dominados", haciendo caso a nuestras tentaciones, a nuestros instintos, a nuestros gustos, es decir a nuestro yo humano, pero sabemos que debemos obedecer más al Espíritu que el Señor nos ha dado, o sea, escuchar Su Palabra y ser obedientes a Su Voluntad y no a la mía. El mismo San Pablo nos ayuda: "no hago muchas veces lo que debo sino lo que quiero... hay una lucha constante en mí: mi carne contra mi espíritu y mi espíritu contra mi carne". Y para esa lucha tenemos que prepararnos.
Los grandes atletas y deportistas hacen grandes sacrificios para poder alcanzar un gran nivel en sus competiciones, se privan de muchas cosas y sólo comen algo que les apetezca alguna que otra vez. Y, aunque les cueste hacer semejante sacrificio ven que el fin que buscan es muy grande, por eso tiene sentido hacer esos sacrificios.
Nosotros, en este Tiempo de Cuaresma (como en todo el año) hacemos esos sacrificios de ayunos y abstinencia (no comer determinadas cosas) para ir fortaleciendo nuestro espíritu. Pero ese ayuno o abstinencia tiene que significar algo, no puedo ayunar sólo de carne o vino, y engullirme todas las demás cosas; sino que tiene que ser algo que me cueste no hacer o hacer. Por que ahí estaríamos en el mismo punto que Dios reprochaba a Su Pueblo: "¿A eso llamáis ayuno, día agradable al Señor?" si lo que hemos hecho ha sido algo normal, lo único que hemos dejado es de comer algo y nada más. ¿Hemos sentido el dolor del sacrificio? ¿Hemos podido levantar la mirada y mirar al Padre y decirle que realmente me he sacrificado por Él como Él se sacrificó por mí?

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