sábado, 4 de marzo de 2017

Necesitamos reconocer nuestra enfermedad para sanar

"Esto dice el Señor:
«Cuando alejes de ti la opresión, el dedo acusador y al calumnia, cuando ofrezcas al hambriento de lo tuyo y sacies al alma afligida, brillará tu luz en las tinieblas, tu oscuridad como el mediodía.
El Señor te guiará siempre, hartará tu alma en tierra abrasada, dará vigor a tus huesos.
Serás un huerto bien regado, un manantial de aguas que no engañan".
Las lecturas de Isaías de estos días son un verdadero examen de conciencia para prepararnos en esta Cuaresma y, esta de hoy no nos deja nada sin tener que revisar en nuestra vida. A la cual se le suma el evangelio, con la actitud que tienen los fariseos de que Jesús coma con Mateo, el recaudador de impuestos.
Siempre tenemos muy en forma nuestro dedo acusador, siempre dispuesto para orientarse hacia la vida de los demás y señalarlos como los peores o, por lo menos, señalarles algo que los haga inferiores a nosotros mismos, pues cuando señalamos con nuestro dedo acusador no lo hacemos para que nuestro hermano encuentre el camino mejor, sino para que, frente a otros amigos, quede evidente su pecado.
Es en ese momento donde nos tendríamos que dar cuenta que no estamos siendo cristianos, que no estamos viviendo la caridad fraterna como nos lo ha enseñado Jesús, que aún estamos viviendo en el "ojo por ojo" que tanto nos gusta. Claro nos gusta el "ojo por ojo" cuando lo hacemos con los otros, y no que los otros lo hagan con nosotros.
«No necesitan médico los sanos, sino los enfermos. No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores a que se conviertan».
No pensamos que somos nosotros quienes tienen que convertirse, sino que miramos para afuera y vemos el pecado mayor que está en los demás, y por eso no buscamos al Señor para que nos sane el alma, para que nos ayude a quitarnos la espina del pecado, del egoísmo, de la soberbia, la vanidad y tantas otras pestes que, a veces ocultas tras una falsa humildad, anidan en nuestro corazón.
Así la Cuaresma es este hermoso tiempo que nos regala el Señor para descubrir nuestras enfermedad, no para mirar las del que está mi lado, sino las mías porque yo también estoy enfermo, pues el pecado también obra en mí. Y si no me doy cuenta será el mismo pecado quien vaya creciendo ahogando toda Gracia que el Señor quiera concederme, como aquél que nunca va al médico por miedo a tener alguna enfermedad, y cuando llega el momento ya no tiene solución.
El Señor no quiere que descubramos nuestro pecado para humillarnos, sino para reconciliarnos, para darnos la Gracia necesaria y suficiente para poder tener la fuerza de buscar la reconciliación con mis hermanos, con aquellos a quienes he ofendido, con aquellos con quienes he dejado de hablar, con aquellos a quienes he señalado con mi dedo acusando de su pecado; pues la reconciliación con el Señor, con mis hermanos y conmigo mismo es el mejor momento de nuestras vidas pues deja el alma en paz y con fuerza para seguir el "combate de la fe y alcanzar la meta".

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