lunes, 6 de marzo de 2017

Sed santos en el Amor

«Di a la comunidad de los hijos de Israel:
“Sed santos, porque yo, el Señor, vuestro Dios, soy santo".
No hay o no debería haber en nuestra vida de fe otro horizonte que éste que nos pide Dios: la santidad. Está claro que no todos lo recordamos, ni todos creemos que podemos llegar a esa altura, pero no es el hecho de recordarlo o creer que podemos, sino confiar en la Palabra de nuestro Padre Celestial, y, sobre todo, en la llamada que no hizo su Hijo cuando nos lo recordó:
"Sed santos porque vuestro Padre Celestial es santo; sed perfectos porque vuestro Padre Celestial es perfecto".
U recordatorio que nos hizo Jesús dándonos la pauta de que no sólo es el Creador, sino que es nuestro Padre y que por eso, como todo Padre, quiere lo mejor para sus hijos. De ahí nace la exigencia de vida que nos pide tener, porque en "nuestras venas" corre su sangre, y, también, bebemos y nos alimentamos con el Cuerpo y la Sangre del Hijo, son razones suficientes para que Ellos nos muestren hasta dónde podemos llegar, y hasta dónde debemos llegar.
Claro está que esa perfección y santidad no se consiguen con meros esfuerzos de lucha, porque hay una sola pregunta que nos van a hacer: "has amado como Yo te amé?" La famosa pregunta del amor, y es lo que nos recuerda Jesús con la explicación del juicio divino en el evangelio de hoy: "¿qué hiciste con mis hermanos?"
Nuestra perfección y santidad están fundamentadas y vividas en el amor, no hay otro Camino que no sea ese. Un Camino que siempre lo vemos como difícil o intransitable algunas veces porque nos cuesta amar como debemos, porque nos cuesta perdonar como nos han perdonado, porque nos cuesta pedir perdón, porque nos cuesta... Por eso tenemos tantos medios para recibir la Gracia que nos fortalece, para recibir el Amor que nos alienta y para recibir el Agua que nos purifica: la Palabra del Padre y del Hijo nos enseña el Camino para Amar, el Pan de la Vida nos alimenta y nos fortalece para que nuestro Amor sea Verdadero, la Reconciliación nos purifica con la Gracia para renovarnos y poder volver a empezar con el corazón puro y el Amor enriquecido. Sólo nos queda poder llegar a los sacramentos con la decisión firme y confiada de que podemos Amar como Él nos amó.

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