Ven, Señor, no tardes,
ven, que te esperamos;
ven, Señor, no tardes,
ven pronto, Señor.
El mundo muere de frío,
el alma perdió el calor,
los hombres no son hermanos
porque han matado al Amor.
Cuando Jesús quiso ir a la casa del Centuríon para sanar a su criado, él le respondió:
"Pero el centurión le replicó:
- «Señor, no soy quien para que entres bajo mi techo..."
Una frase que continuamente recitamos en la Misa antes de recibir la Comunión: Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para salvarme.
Cuando Jesús escuchó esta respuesta de labios del centurión dijo a los que tenía a su alrededor:
«Os aseguro que en Israel no he encontrado en nadie tanta fe".
Y recién pensaba, ¿es así en nosotros? Cuando vamos a recibir la Eucaristía lo hacemos ¿por que?
En la frase del centurión se pueden ver dos afirmaciones muy hermosas. La primera es la conciencia de pecado, lo que lo indica porque sabía que como él era romano y además soldado, para los judíos era impuro, y no podía exigirle a un judío que entrara en su casa pues quedaría también impuro. Tiene necesidad de Jesús, pero no puede permitir que él se impurifique entrando en su casa y por eso pretende cuidarlo, que no se contamine con su impureza. Un actitud de reconocimiento y de comprensión de lo que Jesús, como judío, quiere vivir.
Pero además sabe que necesita de su presencia, y por eso puede hacer un salto enorme en la fe: "Basta que lo digas de palabra, y mi criado quedará sano". Sabe que una palabra basta para que llegue la vida a quien la necesita. Comprende que la obediencia a la palabra de un superior es suficiente cuando se cree y se confía en él. Esa es la actitud que asombra a Jesús, la fe y la obediencia.
Nosotros cuando decimos esta misma frase del centurión no creo que pensemos todas estas cosas, porque, generalmente, lo hacemos por rutina, como algo que toca en ese momento. Como sucedió este domingo en la lectura de la carta de San Pablo, cuando la gente oía el "la paz esté con vosotros" contestaba "y con tu espíritu". Sí, lamentablemente nos acostumbramos tanto a las Misas que ponemos el piloto automático y contestamos cuando escuchamos una frase parecida, sin ponernos a pensar o a vivir cada momento.
Y este momento antes de comulgar es uno de los más preciosos porque abre mi corazón y mi mente al misterio más grande de nuestra fe, recibir a Nuestro Dios y Señor y en el Pan de la Vida. Pero ¿para qué lo recibimos? ¿por qué lo recibimos? ¿Cómo lo recibimos? Como el centurión tengo conciencia de quién soy y de a Quién voy a recibir. Bastará en mi vida que una sola Palabra Él me diga para que yo obedezca...
No hagamos una rutina de lo más hermoso y extraordinario de nuestra fe. No seamos animalitos de costumbre que van siempre al mismo lugar, pero ya no saben por qué...
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