Ilumina el corazón,
quema de amor nuestro pecho,
y borren tus enseñanzas
tantos deslices y yerros,
En la profecía de Isaías vemos la imagen de un universo armonioso, un mundo que todos anhelamos y que, todavía, no sabemos construir. No llegamos a construir la armonía en nuestra sociedad, a pesar de tantos avances científicos y tecnológicos, el hombre no puede encontrar la paz, y en su lugar halla la guerra.
Y es el mismo Isaías quien nos da el punto exacto para alcanzar la paz:
"No harán daño ni estrago por todo mi monte santo: porque está lleno el país de ciencia del Señor, como las aguas colman el mar".
"La ciencia del Señor" llena el país, porque el hombre se ha dado cuenta que es la única ciencia que necesita, que necesita dejarse guiar por la sabiduría de Dios, porque la sabiduría humana es necedad, es vanidad, es egoísmo, para finalmente construir enemistad entre hermanos.
Y, si lo llevamos al plano más cercano a nosotros, cuando nos creemos más sabios o inteligentes que el que está a mi lado, comienzan las desaveniencias, los distanciamientos. Cuando en la familia, o en la comunidad, o en el trabajo, alguien quiere ser más que alguien, cuando alguien cree que "se las sabe todas", es ahí cuando se produce una animosidad que termina en un choque de "sabios", en un distanciamiento entre hermanos.
Por eso, en el Evangelio, nos habla de quiénes son los verdaderos sabios, o mejor dicho, cuál es el sello por el cual distinguimos a los verdaderos sabios, a aquellos que se han dejado iluminar por la ciencia de Dios:
«Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y a los entendidos, y las has revelado a la gente sencilla".
Quien se cree sabio según la sabiduría humana enseguida se cree el dueño y señor de la verdad, su corazón se engríe y se cree señor y juez de vivos y muertos. Su corazón está lejos del Señor porque no está lleno de su misericordia, de su amor y en lugar de sembrar paz, fraternidad, alegría, siembra semillas de discordia, de tristezas, de luchas.
Quien ha podido alcanzar la sabiduría del Espíritu cada día crece más en su relación con Dios y con los hermanos, porque sabe que todo le ha sido dado y que es sólo un instrumento en manos del Señor, y que lo que el Espíritu le enseña es para ayudar a sus hermanos a encontrar los caminos hacia la paz, la fraternidad, el amor, que producen la alegría, el gozo y la armonía entre los hombres.
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