En estos días antes de Navidad las lecturas de la liturgia eucarística nos llevan hacia un sólo lugar: nuestra vida de fe. Porque no se puede comprender o celebrar la Navidad si no es desde una concepción profunda de la Fe, desde un corazón que cree, confía y espera en las Promesas de Dios.
Y hoy tenemos dos ejemplo más de la preparación de Dios para el Nacimiento del Mesías: el nacimiento de Sansón, milagroso, y el nacimiento de Juan Bautista. El anuncio Dios lo hace por medio de su ángel a la madre de Sansón y a Zacarías. Pero en los dos anuncios hay una gran diferencia: cómo cada uno cree en el anuncio.
La madre de Sansón sólo cree, ni siquiera pregunta quién le hace el anuncio, ni cómo se llama, sabe que viene de parte de Dios por el aspecto que tenía. Pero necesita creer en lo que le anunciaban, y cree con todo su corazón y concibe en su seno a aquél que comenzaría a liberar al pueblo de la opresión.
En cambio, cuando el ángel hace el anuncio a Zacarías, sacerdote del Templo, estando haciendo una celebración litúrgica, él no confía en el anuncio. Zacarías cuestiona el anuncio del ángel, aunque tendría que ser quién más tendría su corazón abierto pues, como sacerdote del Señor, sabía cómo actuaba Dios, conocía los milagros de otros tiempos, hablaba de los ángeles y sabía quiénes eran los instrumentos de Dios. Pero duda y por eso pierde la voz hasta el día del nacimiento de Juan.
Dos personas distintas, un mismo anuncio, dos manera de reaccionar.
Y esto me lleva a pensar que para creer no es necesario saber o conocer a Dios, ser instruido en los misterios de Dios, sino que, como María, como José, como la Madre de Sansón sólo se necesita tener el corazón abierto para que el mensaje sea recibido con humildad, con gratitud, porque cuanto más sabemos y cuanto más inteligentes nos creemos más dudamos, mas cuestionamos a Dios, menos disposición tenemos a dejarnos asombrar por los milagros de Dios en nuestra historia, en nuestra vida.
Pero, Gracias a Dios, Él actúa también a pesar de nuestra incredulidad y, más de una vez, nos deja sin palabras al ver el poder de su Amor por nosotros. Pero si nos dejáramos modelar por Sus Manos y le permitiéramos ser Padre ¡cuántos más milagros podría hacer en nuestras vidas y con nuestras vidas!
En esta Navidad no pongamos excusas o dudas para creer, dejemos que la Gracia y el Amor del Nacimiento de Jesús nos llene el corazón y el alma, para que como Él y con Él volvamos a ser Niños en la Fe, para dejarnos cautivar, enamorar y ser instrumentos en Manos de Dios.
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