sábado, 31 de agosto de 2019

El miedo y los talentos

"Hermanos, os exhortamos a seguir progresando: esforzaos por mantener la calma, ocupándoos de vuestros propios asuntos y trabajando con vuestras propias manos, como os lo tenemos mandado".
Os exhortamos a seguir progresando, le dice Pablo a los tesalonicenses, porque ha visto que habían crecido y madurado en la fe y en el amor, pero que nunca nos debemos quedar quietos, o como se dice "dormidos en los laureles", sino que siempre hay algo más para hacer o algo más en lo que madurar o algo más en lo que seguir convirtiéndonos. El Camino de la santidad llega hasta la perfección en Dios, por lo tanto hasta que no nos presentemos ante Él el progreso en nuestra vida espiritual no termina.
Y a este progreso, para más concreción le sumamos la parábola de los talentos:
"En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos esta parábola:
«Un hombre, al irse de viaje, llamó a sus siervos y los dejó al cargo de sus bienes: a uno le dejó cinco talentos, a otro dos, a otro uno, a cada cual según su capacidad; luego se marchó..."
"A cada cual según su capacidad", el Señor sabe nuestras capacidades y comprende nuestra vida, pero siempre espera que no tengamos miedo de esforzarnos en progresar. Esa es la disposición a la que él hace referencia, cuando el miedo, la vergüenza o vaya a saber qué paralizan nuestras vidas y nos hacen escondernos bajo tierra, entonces es que no tenemos la capacidad suficiente o no queremos llevarla a cabo para hacer que nuestros talentos den frutos como lo espera el Señor.
Un podría interpretar, también, como un acto prudente de esconder el talento para no perderlo, pero es preferible perder el talento intentando hacerlo fructificar que esconderlo bajo tierra por miedo. Y somos muchos los que escondemos nuestros talentos y creemos que estamos haciendo bien escondiéndolo, y no, no estamos haciendo bien, sino que estamos renunciando a lo que el Señor nos dio y mostrando que no tenemos confianza en que Él sabe qué capacidades tenemos, y sabe qué podemos hacer con ese o esos talentos.
Por eso mismo tengo que tener una relación muy profunda y constante con el Señor para que sea Él quien me vaya indicando el camino a seguir, para que sea Él quien me vaya quitando los miedos o la vergüenza a la hora de poner en marcha el talento que me regaló.

viernes, 30 de agosto de 2019

Creer en la Palabra de Dios

Le dice san Pablo a los tesalonicenses:
"Esto es la voluntad de Dios: vuestra santificación, que os apartéis de la impureza, que cada uno de vosotros trate su cuerpo con santidad y respeto, no dominado por la pasión, como hacen los gentiles que no conocen a Dios".
Explicando lo que el Señor dijo en una ocasión: "sed santos porque vuestra Padre celestial es Santo". Ese es nuestro camino, nuestra vocación, nuestro llamado por Dios para poder llevar al mundo la Buena Noticia de la Salvación: la santidad del hombre. La santidad es el espejo en el cual el hombre de hoy ve reflejado el rostro de Cristo, de Dios.
La santidad no es alcanzar la perfección del sin pecado, que eso viene por añadidura, sino alcanzar la perfección en el amor: "nos ha elegido desde antes de la creación del mundo para que seamos santos e irreporchables en el amor". Por que Él es Amor, y por eso, sus hijos tienes que ser imitadores de ese Amor, tienen que vivir en un camino constante de amor al Padre y al prójimo, como Cristo lo hizo. Por eso mismo san Pablo dice: esto es la voluntad de Dios: vuestra santificación. No es una ocurrencia de los hombres sino que es Voluntad de Dios que sepamos responder al llamado que Él mismo nos hizo desde antes de la creación del mundo.
"Y que en este asunto nadie pase por encima de su hermano ni se aproveche con engaño, porque el Señor venga todo esto, como ya os dijimos y aseguramos: Dios no nos ha llamado a una vida impura, sino santa. Por tanto, quien esto desprecia, no desprecia a un hombre, sino a Dios, que os ha dado su Espíritu Santo".
Y este llamado de Dios a nosotros no tenemos que despreciarlo, sino apreciarlo adecuadamente y con alegría, porque es un llamado extraordinario que Él mismo hace a sus hijos para que alcancen la plentiud que alcanzó el Hjo. Así que tengamos en cuenta que si no valoramos la Voluntad de Dios para nuestras vidas, no sólo no valoramos lo que Él nos ha llamado a ser, sino, también, dejamos de valorar a Dios mismo que es quien nos ha llamado a ser santos.
Y, en parte, si miramos más allá de nosotros nos daremos cuenta que, realmente, no valoramos a Dios como lo pueden llegar a hacer en otras culturas o religiones. Porque para otras religiones lo que Dios dice en la palabra (ya sean judios, musulmanes o protestantes) es verdaderamente Palabra de Dios, y eso hay que cumplirlo: en el estilo de vida, en la vestimenta, en lo litúrgico, es decir, en la vida misma, sin quitarle nada de lo que Dios ha mandado a decir por medio de un profeta o de un pastor o vidente. Ellos creen que es palabra de Dios, entonces no hay dudas en que se debe cumplir.

jueves, 29 de agosto de 2019

Precursor del nacimiento

De las Homilías de san Beda el Venerable, presbítero

(Homilía 23: CCL 122, 354. 356-357)

PRECURSOR DEL NACIMIENTO Y DE LA MUERTE DE CRISTO


    El santo Precursor del nacimiento, de la predicación y de la muerte del Señor mostró en el momento de la lucha suprema una fortaleza digna de atraer la mirada de Dios, ya que, como dice la Escritura, aunque, a juicio de los hombres, haya sufrido castigos, su esperanza estaba llena de inmortalidad. Con razón celebramos su día natalicio, que él ha solemnizado con su martirio y adornado con el fulgor purpúreo de su sangre; con razón veneramos con gozo espiritual la memoria de aquel que selló con su martirio el testimonio que había dado del Señor. 
    No debemos poner en duda que san Juan sufrió la cárcel y las cadenas y dio su vida en testimonio de nuestro Redentor, de quien fue precursor, ya que, si bien su perseguidor no lo forzó a que negara a Cristo, si trató de obligarlo a que callara la verdad; ello es suficiente para afirmar que murió por Cristo.
    Cristo, en efecto, dice: Yo soy la verdad; por consiguiente, si Juan derramó su sangre por la verdad, la derramó por Cristo; y él, que precedió a Cristo en su nacimiento. en su predicación y en su bautismo, anunció también con su martirio, anterior al de Cristo, la pasión futura del Señor.
    Este hombre tan eximio terminó, pues, su vida derramando su sangre, después de un largo y penoso cautiverio. Él, que había evangelizado la libertad de una paz que viene de arriba, fue encarcelado por unos hombres malvados; fue encerrado en la oscuridad de un calabozo aquel que vino a dar testimonio de la luz y a quien Cristo, la luz en persona, dio el título de «lámpara que arde y que ilumina»; fue bautizado en su propia sangre aquel a quien fue dado bautizar al Redentor del mundo, oír la voz del Padre que resonaba sobre Cristo y ver la gracia del Espíritu Santo que descendía sobre él. Mas a él, todos aquellos tormentos temporales no le resultaban penosos, sino más bien leves y agradables, ya que los sufría -por causa de la verdad y sabía que habían de merecerle un premio y un gozo sin fin. 
    La muerte -que de todas maneras había de acaecerle por ley natural- era para él algo apetecible, teniendo en cuenta que la sufría por la confesión del nombre de Cristo y que con ella alcanzaría la palma de la vida eterna. Bien lo dice el Apóstol: Dios os ha dado la gracia de creer en Jesucristo y aun de padecer por él. El mismo Apóstol explica, en otro lugar, por qué sea un don el hecho de sufrir por Cristo: Los padecimientos de esta vida presente tengo por cierto que no son nada en comparación con la gloria futura que se ha de revelar en nosotros. 

miércoles, 28 de agosto de 2019

Oh Eterna Verdad!

De las Confesiones de san Agustín, obispo

    Habiéndome convencido de que debía volver a mí mismo, penetré en mi interior, siendo tu mi guía, y ello me fue posible porque tú, Señor, me socorriste. Entré y ví con los ojos de mi alma, de un modo u otro, por encima de la capacidad de estos mismos ojos, por encima de mi mente. una luz inconmutable; no esta luz ordinaria y visible a cualquier hombre, por intensa y clara que fuese y que lo llenara todo con su magnitud. Se trataba de una luz completamente distinta. Ni estaba por encima de mi mente, como el aceite sobre el agua o como el cielo sobre la tierra, sino que estaba en lo más alto. ya que ella fue quien me hizo, y yo estaba en lo más bajo, porque fui hecho por ella. La conoce el que conoce la verdad. ¡Oh eterna verdad, verdadera caridad y cara eternidad! Tú eres mi Dios, por ti suspiro día y noche. Y, cuando te conocí por vez primera. fuiste tú quien me elevó hacia ti, para hacerme ver que había algo que ver y que yo no era aún capaz de verlo. Y fortaleciste la debilidad de mi mirada irradiando con fuerza sobre mí, y me estremecí de amor y de temor; y me di cuenta de la gran distancia que me separaba de ti, por la gran desemejanza que hay entre tú y yo, como si oyera tu voz que me decía desde arriba: "Soy alimento de adultos: crece, y podrás comerme. Y no me transformarás en substancia tuya, como sucede con la comida corporal, sino que tú te transformarás en mí.»
    Y yo buscaba el camino para adquirir un vigor que me hiciera capaz de gozar de ti, y no lo encontraba, hasta que me abracé al mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús, hombre también él, el cual está por encima de todas las cosas, Dios bendito por los siglos, que me llamaba y me decía: Yo soy el camino de la verdad y la vida, y el que mezcla aquel alimento. que yo ha podía asimilar, con la carne, ya que la Palabra se hizo carne, para que, en atención a nuestro estado de infancia, se convirtiera en leche tu sabiduría, por la que creaste todas las cosas.
    ¡Tarde te amé, Hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé: Y tú estabas dentro de mí y yo afuera, y así por fuera te buscaba; y, deforme como era, me lanzaba sobre estas cosas hermosas que tú creaste. Tú estabas conmigo, mas yo no estaba contigo. Reteníanme lejos de ti aquellas cosas que, si no estuviesen en ti, no existirían. Me llamaste y clamaste, y quebrantaste mi sordera; brillaste y resplandeciste, y curaste mi ceguera; exhalaste tu perfume y lo aspiré, y ahora te anhelo; gusté de ti, y ahora siento hambre y sed de ti; me tocaste, y deseé con ansia la paz que procede de ti.

martes, 27 de agosto de 2019

Fidelidad o fariseismo

"Nuestra exhortación no procedía de error o de motivos turbios, ni usaba engaños, sino que, en la medida en que Dios nos juzgó aptos para nos confiarnos el Evangelio, y así lo predicamos: no para contentar a los hombres, sino a Dios, que juzga nuestras intenciones".
La misión del apóstol: predicar sin errores, sin motivos, turbios, ni engaños; y a la vez saber que quien nos eligió fue el Señor: "no sois vosotros los que me elegisteis a mí, sino Yo que os elegí a vosotros y os envío para que deis frutos y frutos abundantes". Y así serán los frutos si, siempre, en nuestra vida tenemos presente que "tenemos que contentar a Dios y no a los hombres", porque en cuanto dejamos que en nuestra predicación "entre" la voluntad de los hombres, incluso, la de cada uno, estaremos dañando el mensaje del Evangelio.
Cuando hacemos del llamado una opción para alcanzar fama, autoridad, o privilegios que no son los que Dios ha querido para el apóstol, entonces estamos dañando el mensaje del Evangelio, porque primero hemos puesto nuestro YO, antes que la fidelidad al Evangelio.
No son pocos los que, sin tener en cuenta la fidelidad a Dios, buscan en la Iglesia un lugar para promocionarse a sí mismos, y así contaminan el mensaje del Evangelio, ya sea con sus propias palabras o haciéndose eco del deseo del mundo de cambiar y vivir de otro modo el Evangelio de Jesucristo.
"Bien sabéis vosotros que nunca hemos actuado ni con palabras de adulación ni por codicia disimulada, Dios es testigo, ni pretendimos honor de los hombres, ni de vosotros, ni de los demás, aunque, como apóstoles de Cristo, podíamos haberos hablado con autoridad; por el contrario, nos portamos con delicadeza entre vosotros, como una madre que cuida con cariño de sus hijos".
San Pablo nos deja muy en claro que nuestra vida en Cristo ha de ser una vida de fidelidad a Su Palabra, a la Voluntad del Padre, y no a la voluntad de los hombres.
«¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que pagáis el décimo de la menta, del anís y del comino, y descuidáis lo más grave de la ley: la justicia, la misericordia y la fidelidad!
Esto es lo que habría que practicar, aunque sin descuidar aquello.
¡Guías ciegos, que filtráis el mosquito y os tragáis el camello!
¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que limpiáis por fuera la copa y el plato, mientras por dentro estáis rebosando de robo y desenfreno! ¡Fariseo ciego!, limpia primero la copa por dentro, y así quedará limpia también por fuera».
El fariseísmo en la iglesia no sólo se da en los que tenemos la misión de predicar, sino en el corazón de todos los bautizados que no han descubierto que el Señor nos ha llamado a servir al Evangelio y al hombre, y no a servirnos a nosotros mismos para conseguir un rédito personal. Hemos sido llamados, todos, para ser Fieles a Dios y no a nosotros mismos.

lunes, 26 de agosto de 2019

Yo soy el buen pastor

Del Comentario de santo Tomás de Aquino, presbítero, sobre el evangelio de san Juan

    Yo soy el buen pastor. Es evidente que el oficio de pastor compete a Cristo, pues, de la misma manera que el rebaño es guiado y alimentado por el pastor, así Cristo alimenta a los fieles espiritualmente y también con su cuerpo y su sangre. Erais como ovejas descarriadas -dice el Apóstol-, pero ahora habéis vuelto al pastor y guardián de vuestras almas.
    Pero, ya que Cristo por una parte afirma que el pastor entra por la puerta y en otro lugar dice que él es la puerta y aquí añade que él es el pastor, debe concluirse de todo ello que Cristo entra por sí mismo. Y es cierto que Cristo entra por sí mismo, pues él se manifiesta a sí mismo y por sí mismo conoce al Padre. Nosotros, en cambio, entramos por él, pues es por él que alcanzamos la felicidad.
    Pero, fíjate bien: nadie que no sea él es puerta, porque nadie sino él es luz verdadera, a no ser por participación: No era él -es decir, Juan- la luz, sino testigo enviado a declarar en favor de la luz. De Cristo, en cambio, se dice: Era la luz verdadera que ilumina a todos los hombres. Por ello de nadie puede decirse que sea puerta; .esta cualidad Cristo se la reservó para sí; el oficio, en cambio, de pastor lo dio también a otros y quiso que lo tuvieran sus miembros: por ello Pedro fue pastor y pastores fueron también los otros apóstoles y son pastores todos los buenos obispos. Os daré -dice la Escritura- pastores conforme a mi corazón. Pero aunque los prelados de la Iglesia, que también son hijos, sean todos llamados pastores, sin embargo, el Señor dice en singular: Yo soy el buen pastor; con ello quiere estimularlos a la caridad, insinuándoles que nadie puede ser buen pastor si no llega a ser una sola cosa con Cristo, por la caridad y se convierte en miembro del verdadero pastor.
    El deber del buen pastor es la caridad; por eso dice: El buen pastor da su vida por las ovejas. Conviene, pues, distinguir entre el buen pastor y el mal pastor: el buen pastor es aquel que busca el bien de sus ovejas, en cambio, el mal pastor es el que persigue su propio bien.
    A los pastores que apacientan rebaños de ovejas no se les exige exponer su propia vida a la muerte por el bien de su rebaño, pero, en cambio, el pastor espiritual sí que debe renunciar a su vida corporal ante el peligro de sus ovejas, porque la salvación espiritual del rebaño es de más precio que la vida corporal del pastor. Es esto precisamente lo que afirma el Señor: El buen pastor da su vida -la vida del cuerpo- por las ovejas, es decir, por las que son suyas por razón de su autoridad y de su amor. Ambas cosas se requieren: que las ovejas le pertenezcan y que las ame, pues lo primero sin lo segundo no sería suficiente.
    De este proceder Cristo nos dio ejemplo: Si Cristo dio su vida por nosotros, también nosotros debemos dar nuestra vida por los hermanos.

domingo, 25 de agosto de 2019

Puerta estrecha y pequeñita

«Señor, ¿son pocos los que se salven?».
Él les dijo:
«Esforzaos en entrar por la puerta estrecha, pues os digo que muchos intentarán entrar y no podrán. Cuando el amo de la casa se levante y cierre la puerta, os quedaréis fuera y llamaréis a la puerta, diciendo:
"Señor, ábrenos"; pero él os dirá:
"No sé quiénes sois".
En estos tiempos que vivimos, donde todo es relativo y todo es absoluto, incluso lo relativo, es muy difícil comprender que Dios nos pueda pedir que nos esforcemos en vivir porque es "estrecha la puerta" de entrada al Reino de los Cielos. Es difícil entenderlo porque, para muchos, todo es posible y no hay que poner trabas para lo que uno quiera hacer o vivir; los límites que Dios nos pone con sus mandamientos y exigencias, ya están obsoletos y no son buenos para el hombre de este tiempo. Pero eso es sólo un pensar humano que, lamentablemente, ha ingresado en muchos corazones cristianos olvidándonos de los mandamientos del Señor y de los consejos que nos ha dado Jesús en el Evangelio.
Entonces ¿cómo es la Puerta Estrecha? Yo me la imagino una puerta donde el marco está hecho con los 10 mandamientos y el escalón para poder subir y pasar, es el mandamiento del Amor, porque es el que nos pidió vivir el Señor antes de partir, y nos lo dejó como el único signo evidente de nuestra vida en Él.
En otro oportunidad decía que, además de ser estrecha, también debe ser pequeñita, porque "de los que se hacen como niños es el Reino de los Cielos", dijo el Señor. Porque sólo los niños y los hijos pueden comprender que el Padre nos quiera hacer esforzarnos para poder entrar. Como dice Dios por medio de la carta a los Hebreos:
"Habéis olvidado la exhortación paternal que os dieron:
«Hijo mío, no rechaces la corrección del Señor, no te desanimes por su reprensión; porque el Señor reprende a los que ama y castiga a sus hijos preferidos».
Soportáis la prueba para vuestra corrección, porque Dios os trata como a hijos, pues, ¿qué padre no corrige a sus hijos?
Ninguna corrección resulta agradable, en el momento, sino que duele; pero luego produce frutos apacible de justicia a los ejercitados en ella.
Por eso, fortaleced las manos débiles, robusteced las rodillas vacilantes, y caminad por una senda llana: así el pie cojo, no se retuerce, sino que se cura".
Pero no nos desanimamos porque el Mismo Padre que nos exige esforzarnos para pasar por la Puerta Estre y Pequeñita es Quien nos da la Gracia para poder alcanzar, con nuestro esfuerzo, la meta que Él mismo nos ha puesto: "sed santos como vuestro Padre Celestial es Santo, sed perfectos como vuestro Padre Celestial es Perfecto".

sábado, 24 de agosto de 2019

Atascados en un prejuicio

"En aquel tiempo, Felipe encuentra a Natanael y le dijo:
«Aquel de quien escribieron Moisés en la ley y los profetas, lo hemos encontrado: Jesús, hijo de José, de Nazaret».
Natanael le replicó:
«¿De Nazaret puede salir algo bueno?».
Natanael, quien después se llamaría Bartolomé. Uno de los Doce, que como nosotros muy humano y pre-juicioso en un primer momento frente a lo que Felipe le cuenta. Quizás como muchos en Israel dudaban de que pudiera "salir algo bueno de Nazaret", y, por eso, no le interesaba mucho conocer a Jesús. Pero Felipe no se "achicó" frente al prejuicio de Natanel, sino que estaba seguro de lo que él sabía, de quién era Jesús, y por eso insistió y dijo:
"Ven y verás".
Sí, muchas veces los prejuicios nos impiden ver más allá, nos cerramos ante lo que un día pensamos o lo que nos dijeron, y no somos capaces de cambiar nuestro pensar o nuestro juicio sobre algo o alguien. También le podría habe pasado a Felipe que ante la respuesta de Natanael se quedara sin palabras y sin decir nada (como muchas veces hacemos) Sin embargo Felipe lo llevó hasta Jesús para que lo conozca, y se produjo la conversión de Natanael.
"Vio Jesús que se acercaba Natanael y dijo de él:
«Ahí tenéis a un israelita de verdad, en quien no hay engaño».
Natanael le contesta:
«¿De qué me conoces?».
Jesús le responde:
«Antes de que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te vi».
Natanael respondió:
«Rabí, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel».
Cuando queremos ver no hacen falta muchas palabras para comprender, para entender y para aceptar.
"Jesús le contestó:
«¿Por haberte dicho que te vi debajo de la higuera, crees? Has de ver cosas mayores».
Y le añadió:
«En verdad, en verdad os digo: veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre».
Muchas veces, por quedarnos "estancados" en una etapa de nuestra vida, en un prejuicio, en un acontecimiento o sentimiento, dejamos que los milagros pasen de largo y nos perdemos de conocer algo más grande que nuestros propios pensamientos y juicios.
A Natanael no le pasó eso, pudo abrirse a la Verdad y quedar iluminado por la Luz Verdadera, una Luz que cautivó su corazón y lo transformó en un Apóstol del Señor, con tanta fuerza que, gracias al Espíritu pudo entregar su vida por el Evangelio.
No dejemos que nuestros prejuicios, sentimientos o razones nos cierren a la maravilla del Don de la Fe, sino que permitámosle al Señor hablarnos como lo hizo con Natanael y que sus Palabras cambien mi vida.

viernes, 23 de agosto de 2019

Come tu pan con alegría

Del Comentario de san Gregorio de Agrigento, obispo, sobre el Eclesiastés

    Anda, come tu pan con alegría y bebe tu vino con alegre corazón, que Dios está ya contento con tus obras.
    Si queremos explicar estas palabras en su sentido obvio e inmediato, diremos con razón que nos parece justa la exhortación del Eclesiastés, de que, llevando un género de vida sencillo y adhiriéndonos a las enseñanzas de una fe recta para con Dios, comamos nuestro pan con alegría y bebamos nuestro vino con alegre corazón, evitando toda maldad en nuestras palabras y toda sinuosidad en nuestra conducta, procurando, por el contrario, hacer objeto de nuestros pensamientos todo aquello que es recto, y procurando, en cuanto nos sea posible, socorrer a los necesitados con misericordia y liberalidad; es decir, entregándonos a aquellos afanes y obras en que Dios se complace.
    Pero la interpretación mística nos eleva a consideraciones más altas y nos hace pensar en aquel pan celestial y místico, que baja del cielo y da la vida al mundo; y nos enseña asimismo a beber con alegre corazón el vino espiritual, aquel que manó del costado del que es la vid verdadera, en el tiempo de su pasión salvadora. Acerca de los cuales dice el Evangelio de nuestra salvación: Jesús tomó pan, dio gracias, y dijo a sus santos discípulos y apóstoles: «Tomad y comed, esto es mi cuerpo, que será entregado por vosotros para el perdón de los pecados.» Del mismo modo, tomó el cáliz, y dijo; «Bebed todos de él, éste es el cáliz de mi sangre, sangre de la alianza nueva, que será derramada por vosotros y por todos los hombres para el perdón de los pecados.» En efecto, los que comen de este pan y beben de este vino se llenan verdaderamente de alegría y de gozo y pueden exclamar: Has puesto alegría en nuestro corazón.
    Además, la Sabiduría divina en persona, Cristo, nuestro salvador, se refiere también, creo yo, a este pan y este vino, cuando dice en el libro de los Proverbios: Venid a comer de mi pan y a beber el vino que he mezclado, indicando la participación sacramental del que es la Palabra. Los que son dignos de esta participación tienen en toda sazón sus ropas, es decir, las obras de la luz, blancas como la luz, tal como dice el Señor en el Evangelio: Alumbre vuestra luz a los hombres para que, viendo vuestras buenas obras, den gloria a vuestro Padre celestial. Y tampoco faltará nunca sobre su cabeza el ungüento rebosante, es decir, el Espíritu de la verdad, que los protegerá y los preservará de todo pecado.

jueves, 22 de agosto de 2019

Reina del mundo y de la paz

De las Homilías de san Amadeo de Lausana, obispo

    Observa cuán adecuadamente brilló por toda la tierra, ya antes de la asunción, el admirable nombre de María y se difundió por todas partes su ilustre fama, antes de que fuera ensalzada su majestad sobre los cielos. Convenía, en efecto, que la Madre virgen, por el honor debido a su Hijo, reinase primero en la tierra y, así, penetrara luego gloriosa en el cielo; convenía que fuera engrandecida aquí abajo, para penetrar luego, llena de santidad, en las mansiones celestiales, yendo de virtud en virtud y de gloria en gloria por obra del Espíritu del Señor.
    Así pues, durante su vida mortal gustaba anticipadamente las primicias del reino futuro, ya sea elevándose hasta Dios con inefable sublimidad, como también descendiendo hacia sus prójimos con indescriptible caridad. Los ángeles la servían, los hombres le tributaban su veneración. Gabriel y los ángeles la asistían con sus servicios; también los apóstoles cuidaban de ella, especialmente san Juan, gozoso de que el Señor, en la cruz, le hubiese encomendado su madre virgen, a él, también virgen. Aquéllos se alegraban de contemplar a su reina éstos a su señora, y linos y otros se esforzaban en complacerla con sentimientos de piedad y devoción.
    Y ella, situada en la altísima cumbre de sus virtudes, inundada como estaba por el mar inagotable de los carismas divinos, derramaba en abundancia sobre el pueblo creyente y sediento el abismo de sus gracias, que superaban a las de cualquiera otra creatura. Daba la salud a los cuerpos y el remedio para las almas, dotada como estaba del poder de resucitar de la muerte corporal y espiritual. Nadie se apartó jamás triste o deprimido de su lado, o ignorante de los misterios celestiales. Todos volvían contentos a sus casas, habiendo alcanzado por la madre del Señor lo que deseaban.
    Plena hasta rebosar de tan grandes bienes, la esposa, madre del esposo único, suave y agradable, llena de delicias, como una fuente de los jardines espirituales, como un pozo de agua viva y vivificante, que mana con fuerza del Líbano divino, desde el monte de Sión hasta las naciones extranjeras, hacia derivar ríos de paz y torrentes de gracia celestial. Por esto, cuando la Virgen de las vírgenes fue llevada al cielo por el que era su Dios y su Hijo, el rey de reyes, en medio de Ia alegría y exultación de los ángeles y arcángeles y de la aclamación de todos los bienaventurados, entonces se cumplió la profecía del Salmista, que decía al Señor: De pie a tu derecha está la reina enjoyada con oro de Ofir.

miércoles, 21 de agosto de 2019

No seas envidioso

"Cuando llegaron los primeros, pensaban que recibirían más, pero ellos también recibieron un denario cada uno. Al recibirlo se pusieron a protestar contra el amo:
"Estos últimos han trabajado solo una hora y los has tratado igual que a nosotros, que hemos aguantado el peso del día y el bochorno”.
Cuando me paso la vida mirando por el rabillo del ojo qué es lo que hacen los demás, es porque tengo envidia de lo que otros reciben y yo no, o porqu eme comparo con lo que los demás hacen y no estoy conforme con lo que yo hago. ¿De dónde surge la envidia? Una de las causas de la envidia es no estar conforme con uno mismo, y por eso, siempre estoy comparádome o comparando las objetos o personas que está a mi lado.
Claro es que no sólo no estoy conforme conmigo mismo, sino que la inconformidad se filtra a todo lo que tengo y poseo: ya sean cosas y objetos o mi propia familia. ¿No habéis oído o escuchado a gente que siempre está comparando a su familia con la familia de otra gente? "Si mi hijo fuera como el hijo de fulana..."
Por eso mismo tengo que comenzar a quererme tal cual soy, con los defectos y virtudes que el Señor me ha dado, y, luego ponerme en sus manos para saber qué es lo que quiere conmigo. Porque si no me "gusto" a mí mismo, cómo podré aceptar lo que el Señor quiera para mí. Estaré todo el día mirando hacia otro lado para ver qué le pide a los demás y qué es lo que los demás reciben, como si mi vida dependiera de los otros y no de mí.
Y mi vida, lo que haga con mi vida depende de mí. Incluso lo que le doy a mi familia y a mis amigos depende de mí. Muchas veces esperamos que los demás hagan las cosas por mí, pero no las hacen porque no reciben nada de mí, sólo reciben gestos de disconformidad o desgano o desperanza, y así no se puede vivir.
Hay una frase, que escuchamos mucho: "cada uno recibe lo que merece", y en un sentido es cierto. Recibo de lo que doy y si sólo doy desesperanza, no recibiré alegrías, porque no siempre las se apreciar. Cuando una persona se valora poco a sí misma cree que no puede dar nada a los demás, y eso es mentira. Siempre podemos dar algo a los demás, y así comenzar a revelar nuestra propia identidad, descubrir en el dar quienes somos, y veremos que pronto dejaremos de ser envidiosos, porque nos daremos cuenta que tenemos mucho para dar, y que ese dar alegra la vida de los demás.
No nos pasemos la vida mirando qué hacen los demás o qué reciben, sino comencemos a dar primero para recibir en la medida que demos. A Dios nadie le gana en generosidad, por eso nos pide ser generosos; pero cuando la envidia anida en nuestro corazón ya hemos dejado de ser generosos y por eso es muy poco lo que recibimos.

martes, 20 de agosto de 2019

Amo porque amo

De los Sermones de san Bernardo, abad, sobre el Cantar de los cantares

    El amor basta por sí solo, satisface por sí solo y por causa de sí. Su mérito y su premio se identifican con él mismo. El amor no requiere otro motivo fuera de él mismo, ni tampoco ningún provecho; su fruto consiste en su misma práctica. Amo porque amo, amo por amar. Gran cosa es el amor, con tal de que recurra a su principio y origen, con tal de que vuelva siempre a su fuente y sea una continua emanación de la misma. Entre todas las mociones, sentimientos y afectos del alma, el amor es lo único con que la creatura puede corresponder a su Creador, aunque en un grado muy inferior, lo único con que puede restituirle algo semejante a lo que él le da. En efecto, cuando Dios ama, lo único que quiere es ser amado: si él ama, es para que nosotros lo amemos a él, sabiendo que el amor mismo hace felices a los que se aman entre sí.
    El amor del Esposo, mejor dicho, el Esposo que es amor, sólo quiere a cambio amor y fidelidad. No se resista, pues, la amada en corresponder a su amor. ¿Puede la esposa dejar de amar, tratándose además de la esposa del Amor en persona? ¿Puede no ser amado el que es el Amor por esencia?
    Con razón renuncia a cualquier otro afecto y se entrega de un modo total y exclusivo al amor el alma consciente de que la manera de responder al amor es amar ella a su vez. Porque, aunque se vuelque toda ella en el amor, ¿qué es ello en comparación con el manantial perenne de este amor? No manan con la misma abundancia el que ama y el que es el Amor por esencia, el alma y el Verbo, la esposa y el Esposo, el Creador y la creatura; hay la misma disparidad entre ellos que entre el sediento y la fuente.
    Según esto, ¿no tendrá ningún valor ni eficacia el deseo nupcial, el anhelo del que suspira, el ardor del que ama, la seguridad del que confía, por el hecho de que no puede correr a la par con un gigante, de que no puede competir en dulzura con la miel, en mansedumbre con el cordero, en blancura con el lirio, en claridad con el sol, en amor con aquel que es el amor mismo? De ninguna manera. Porque, aunque la creatura, por ser inferior, ama menos, con todo, si ama con todo su ser, nada falta a su amor, porque pone en juego toda su facultad de amar. Por ello, este amor total equivale a las bodas místicas, porque es imposible que el que así ama sea poco amado, y en esta doble correspondencia de amor consiste el auténtico y perfecto matrimonio. Siempre en el caso de que se tenga por cierto que el Verbo es el primero en amar al alma, y que la ama con mayor intensidad.

lunes, 19 de agosto de 2019

Deja todo y sígueme

Hay momentos en la vida que nos surgen esas preguntas tan complicadas de responder, pues las respuestas pueden ser las que no nos gusten o no queramos escuchar. La parábola del joven rico nos ofrece un diálogo muy rico y complicado para comprender, pues nos habla de nosotros mismos, de aquél momento en el que debemos o queremos preguntarle al Señor: ¿Qué más tengo que hacer? No sólo porque me falte algo por hacer, sino porque lo que hago no llena mi ser.
Todos sabemos o quiero creer que sabemos que Dios nos ha llamado para una misión especial. En primer lugar sabemos que nos ha "destinado desde la creación del mundo para ser santos e irreprochables ante Él por el amor". Pero ¿cómo alcanzar la santidad? ¿Cuál es mi estilo de vida soñado por el Padre? ¿Cuál es mi vocación? ¿Cómo llegar a vivir en plenitud lo que el Padre quiere de mi?
Son preguntas que en algún momento de nuestra vida surgen y no siempre surgen cuando deben, sino cuando las dejo salir. A veces, salen en el momento oportuno: cuando estoy decidiendo el rumbo de mi vida en plena juventud, como en el caso de la parábola, que es el mejor momento. Pero otras veces salen cuando parece que tengo la vida ya toda planificada y programada, y no suenan mejor las respuestas.
Cuando el corazón del cristiano no ha ido madurando en la relación con el Padre, cuando no se ha trabajado espiritualmente nuestra vida, entonces las respuestas que nos da el Señor nos hacen sentir un gran dolor en el alma, pues, como el joven de la parábola, no queremos dar un Sí a lo que Él nos pida.
Y no sólo estoy hablando de una vocación a la vida consagrada o sacerdotal, sino sólo a la vocación a la santidad, a vivir en plenitud el evangelio con todas sus consecuencias y con todos sus consejos. Pues el evangelio nos lleva a renunciar a nuestros planes y proyectos y dejar la vida en manos del Señor, y, sobre todo a vivir con radicalidad lo que Él nos va diciendo como Camino de Vida.
Cuando no estamos preparados y no hemos "tejido" una profunda relación con el Señor, entonces pensamos que Él nos quiere destruir la vida porque lo que nos está pidiendo no es lo que uno quiere vivir, o lo que la sociedad me pide vivir. Sin embargo, cuando hemos "tejido" una relación personal con el Señor, vamos descubriendo que su llamada es una llamada de amor que va dando plenitud a mi vida, que, a pesar de que cuesta dejar el pensar mundano y vivir en cristiano, es el mejor modo de vivir, pues alcanzo la alegría y la libertad de ser Fiel a la Vida que el Señor me ha regalado.

domingo, 18 de agosto de 2019

Corramos con constancia

«He venido a prender fuego a la tierra, ¡y cuánto deseo que ya esté ardiendo! Con un bautismo tengo que ser bautizado, ¡y qué angustia sufro hasta que se cumpla!"
En estos tiempos de locura que vivimos, vemos cómo andan sueltos montones de pirómanos que se dedican a encender fuego en los bosques y casas. Pero no es el caso de Jesús, porque el fuego que el viene a traer es el fuego del Espíritu Santo, un fuego sanador y purificador, un fuego que enciende los corazones como encendió a los apóstoles y a los primeros cristianos para poder salir por el mundo y llevar la buena noticia a todas las naciones.
Un fuego que Él mismo nos envió desde el Padre después de recibir el "bautismo" en la Cruz, un bautismo que lo llevo a llorar sangre en el Huerto de los Olivos, pero que, igualmente, aceptó porque esa era la Voluntad de su Padre, y lo aceptó por amor a Él y a nosotros.
Por eso dice el escritor de la carta a los Hebreos:
"Recordad al que soportó tal oposición de los pecadores, y no os canséis ni perdáis el ánimo.
Todavía no habéis llegado a la sangre en vuestra pelea contra el pecado".
Y mucho menos aún, porque no sabemos sufrir para evitar el pecado, para evitar el contagio del mundo. No hemos pedido la fuerza del Espíritu para poder hacer frente a los embates del espíritu mundano que, cada día, se va metiendo en nuestras casas y corazones, haciendo de nosotros mediocres cristianos.
"Teniendo una nube tan ingente de testigos, corramos con constancia, en la carrera que nos toca, renunciando a todo lo que nos estorba y al pecado que nos asedia, fijos los ojos en el que inició y completa nuestra fe, Jesús, quien, en lugar del gozo inmediato, soportó la cruz, despreciando la ignominia, y ahora está sentado a la derecha del trono de Dios".
Y así el escritor a los Hebreos nos ofrece un camino para alcanzar la verdadera meta de todo cristiano: la santidad de vida. Porque (como repito una y otra vez), aunque no lo queramos ver, somos personas públicas y todo el mundo nos mira y observa para ver qué hacen y cómo viven los que se llaman cristianos. Pero, además, porque es nuestra misión: "vosotros sois la luz del mundo... vosotros sois la sal..." Nosotros somos quienes mostramos al mundo en tiniebles un Camino hacia la Luz, no somos la luz verdadera, pero si nos dejamos guiar por el Espíritu podremos dar luz e iluminar el camino de los que buscan un nuevo sentido a sus vidas, y así, poder llevarlos hasta Jesús.

sábado, 17 de agosto de 2019

A qué dios servimos?

En aquellos días, Josué continuó al pueblo diciendo:
«Pues bien: temed al Señor, servidle con toda sinceridad; quitad de en medio los dioses a los que sirvieron vuestros padres al otro lado del Río y en Egipto; y servid al Señor. Pero si os resulta duro servir al Señor, elegid hoy a quién queréis servir: si a los dioses a los que sirvieron vuestros padres al otro lado del Río, o a los dioses de los amorreos, en cuyo país habitáis; que yo y mi casa serviremos al Señor».
El pueblo respondió:
«¡Lejos de nosotros abandonar al Señor para ir a servir a otros dioses!"
Josué contestó:
«Entonces, quitad de en medio los dioses extranjeros que conserváis, e inclinad vuestro corazón hacia el Señor, Dios de Israel».
¿A qué Dios o a qué dioses servimos? ¿Nos lo hemos preguntado?
"Donde esté tu tesoro ahí estará tu corazón", dirá Jesús. Y parafraseándolo podríamos decir: donde está tu corazón ahí está tu dios. O, donde gastas tu tiempo ahí está tu dios. No hay mejor forma de descubrir cuál es nuestro dios que analizando nuestra vida y viendo cuánto tiempo le dedicamos a cada cosa, persona o realidad. Cuánto tiempo utilizamos preguntándonos cuál es la Voluntad de Dios o simplemente hacemos lo que nos agrada. Cuántas veces seguimos los consejos evangélicos o cuántas veces vamos en contra de lo que nos dice Dios.
No es fácil en los tiempos que vivimos tener el corazón dirigido a la Voluntad de Dios, porque vemos que no siempre "tenemos tiempo" para esas cosas. Vivimos inmersos en el "cielo del consumismo" y nuestro dios es el dinero que necesitamos para seguir consumiendo. Y cuánto más consumimos más dinero neceistamos. Y cuanto más necesitamos más timepo necesitamos para conseguirlo.
Sin querer el mundo nos ha metido en un círculo vicioso que nos impide salir, y se convierte, de ese modo en un vicio que no nos damos cuenta que tenemos, se nos crea una adicción sin pensarlo ni beberlo.
¿Hasta cuándo estaremos en ese círculo? ¿Hasta cuando viviremos sin pensar y sin reconocer que nuestro Dios no es nuestro Dios?
Es cierto que podemos llegar a realizar actos religiosos, ¿pero es Dios quien guía nuestros actos? ¿Es Dios quien dirige nuestra vida?
Un buen examen de nuestra vida nos ayudará a descubrir que no somos tan de Dios como pensamos, sino que nos ha ido ganando el mundo el espacio que tendría que tener Dios, y así lo único que hacemos es "maquillar" nuestra vida con actos litúrgicos, pero nuestro corazón puede estar muy lejos de Dios.

viernes, 16 de agosto de 2019

Ya no son dos, sino una sola carne

"En aquel tiempo, se acercaron a Jesús unos fariseos y le preguntaron, para ponerlo a prueba:
«¿Es lícito a un hombre repudiar a su mujer por cualquier motivo?».
Él les respondió:
«¿No habéis leído que el Creador, en el principio, los creó hombre y mujer, y dijo: "Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán los dos una sola carne"? De modo que ya no son dos, sino una sola carne.
Pues lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre».
Los fariseos le preguntaron para ponerlo a prueba, para ver si iba en contra de la Ley de Moisés, así tenían un motivo más para matarlo, pero Jesús, como en otras oportunidades, aprovehca el momento para hacer que la Ley sea llevada a su plenitud. Y así, en esta "prueba" que le hacen los fariseos deja constituido el matrimonio como alianza sacramental: "lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre".
Una alianza que nace del corazón de Dios y que se hace realidad en el corazón del varón y la mujer, que deciden, libre y voluntariamente, unir su corazón y su alma, para ya no ser dos sino una sola carne. Una alianza que nace del Amor Verdadero y se une a un amor humano para que ese amor cobre la plenitud del Amor Diviino con la ayuda de la Gracia. Una alianza matrimonial que el Señor quiso que tenga la fuerza de un sacramento para colmar de Gracias a quienes se deciden, por el amor, a unir sus vida para formar una familia cristiana.
Hoy en día, es una alianza que está queriendo ser destruída u olvidada, que está siendo bombardeada por muchos lados, pero que siempre, y en todas partes, vuelve a resucitar porque es un deseo de Dios que siga siendo parte de nuestra sociedad, de nuestro mundo. Porque la familia cristiana es la base de una comunidad eclesial, una comunidad cristiana en la cual se intenta, cada día, vivir una vida de amor pleno.
Es cierto que no todos los matrimonios pueden llegar a una vivencia plena del amor, y también es cierto que, otros tantos, no han llegado a madurar y perfeccionarse y por eso han tenido que separarse. Por eso, la iglesia siempre pone al alcance de los católicos medios suficientes y necesarios para que el dolor de la ruptura no sea tan costoso, y pueda, cada una de las personas, alcanzar su plenitud en su propio estilo de vida.
No es que el hombre ha impuesto al matrimonio católico, sino que los cristianos que viven la fe desean, llegado el momento, ser bendicidos por la Gracia del Matrimonio Sacramental para seguir creciendo y madurando su vida en santidad. Por eso, el matrimonio cristiano es, para los que viven la fe, un camino de santidad en el amor. Y un camino al que tenemos que proteger y orar para que el Señor lo siga cubriendo con su Espíritu para que siga siendo fuente y fundamento de donde salgan nuevos hijos de Dios que quieran llevar la Buena Nueva al Mundo.

jueves, 15 de agosto de 2019

La plenitud del Hombre

Le dijo Isabel a María:
"Pues, en cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. Bienaventurada la que ha creído, porque lo que le ha dicho el Señor se cumplirá".
Lo que repitió Jesús, cuando le dijeron ¡Felices los pechos que te amamataron...!:
"Bienaventurados los que esuchan la Palabra de Dios y la practican".
Y esa es María: la Bienaventurada por generaciones porque supo escuchar la Palabra de Dios y ponerla en práctica. No fue sólo la Madre de Jesús, la Madre de Dios, sino que fue Feliz y Bienaventurada porque: "se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador; porque ha mirado la humildad de su esclava".
El desasimiento de sí misma para poder escuchar la Palabras y la disponibilidad para poder vivirla, es lo que hizo de María la mujer plena, el Hombre perfecto. Una realidad a la que todos esperamos llegar, por no siempre encontramos el camino. Y, sin embargo, hace más de 2000 años una pequeña adolescente, encontró el camino de la plenitud y la bienaventuranza, porque no dudó en hacerse esclava de la Voluntad de Dios.
María nos enseña que la "esclavitud a la Voluntad de Dios" no degrada nuestra integridad ni de varón ni de mujer, sino todo lo contrario, nos hace fuertes y seguros de nosotros mismos, porque es el Señor quien guía nuestros pasos y nos da la fortaleza necesaria para ser Fieles a la Vida que Él mismo nos entregó. "Nadie nos conoce más a nosotros mismos que aquél que nos tejió en el ceno de nuestras madres".
Pero no sólo hace falta el desasimiento total de uno mismo para alcanzar la plenitud, sino también la disponibilidad pronta para vivir la Voluntad de Dios. Porque no basta con escuchar a Dios, sino que hay que obedecer a Dios antes que a los hombres. Y con este antes que a los hombres, también va para cada uno de nosotros, que somos hombres. Porque nuestra humanidad no siempre estará de acuerdo con la Voluntad de Dios, y ahí será el conflicto, "la lucha entre la carne y el espíritu", que nos hará dudar, quizás, de vivir lo que Dios nos pide. Y aunque hayamos escuchado, quizás no queramos cumplir.
Por eso María nos enseña que el desasimiento total de uno mismo y la prontitud en vivir la Palabra de Dios es el Camino seguro y cierto para alcanzar la plenitud:
"Desde ahora me felicitarán todas las generaciones, porque el Poderoso ha hecho obras grandes en mi: “su nombre es santo, y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación".

miércoles, 14 de agosto de 2019

Dar la vida por los hermanos

Dice san Juan en su carta:
"En esto hemos conocido el amor: en que él entregó su vida por nosotros. Por eso, también nosotros debemos dar la vida por nuestros hermanos".
Y es, precisamente, lo que hizo san Maximiliano María Kolbe: dar su vida por su hermano, aunque este hermano para él era un desconocido o no tan conocido. En el campo de concentración cuando iban a enviar a un hombre con familia a la muerte, san Maximiliano María, se ofreció él en lugar del hombre de familia. En el dolor del campo de concentración conocía la vida de las personas y no dudó en entregarse él para salvar a su hermano.
¿Podremos hacer nosotros lo mismo? No digo que hoy nos tengamos que entregar a esa muerte por otro, sino que tengamos que entregar a la muerte nuestro orgullo, vanidad, soberbia o lo que sea, para poder salvar la vida de una amistad, de una relación familiar, de una vida comunitaria. Porque la muerte no sólo es la física sino, sobre todo, la espiritual la que más nos cuesta y se nos hace difícil. Y, sobre todo, la muerte a uno mismo para poder pedir perdón o para perdonar.
Sigue diciendo san Juan:
"Hijitos míos, no amemos solamente con la lengua y de palabra, sino con obras y de verdad".
Hablar de amor es fácil, vivirlo no lo es tanto, pero sabemos que es el único signo por el cual se nos identificará como hijos de Dios, es el único mandamiento que nos dejó Jesús, y, por eso, vuelvo a insistir es el mandamiento que más difícil es para cumplir. Porque como decimos habitualmente: no robo ni mato, no hago ningún daño. Pero nos olvidamos de examinarnos en el amor.
"Este es mi mandamiento: Ámense los unos a los otros, como yo los he amado. No hay amor más grande que dar la vida por los amigos. Ustedes son mis amigos si hacen lo que yo les mando. Ya no los llamo servidores, porque el servidor ignora lo que hace su señor; yo los llamo amigos, porque les he dado a conocer todo lo que oí de mi Padre.
No son ustedes los que me eligieron a mí, sino yo el que los elegí a ustedes, y los destiné para que vayan y den fruto, y ese fruto sea duradero. Así todo lo que pidan al Padre en mi Nombre, él se lo concederá".

martes, 13 de agosto de 2019

Cuidado con los niños de Dios

«En verdad os digo que, si no os convertís y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos. Por tanto, el que se haga pequeño como este niño, ese es el más grande en el reino de los cielos. El que acoge a un niño como este en mi nombre me acoge a mí.
Cuidado con despreciar a uno de estos pequeños, porque os digo que sus ángeles están viendo siempre en los cielo el rostro de mi Padre celestial".
Recién me he dado cuenta, como siempre ocurre cada vez que leemos la Palabra, que te ayuda a ver cosas diferentes. Pero me he dado cuenta de la referencia que hace Jesús en el segundo párrafo: "cuidado con despreciar a uno de estos pequeños", no sólo se refiere a los niños reales, sino a los que han alcanzado la capacidad de vivir la infancia espiritual. Porque, arriba, está hablando de los que se hacen como niños para entrar en el Reino de los cielos, y los que hacen como niños no son niños, sino que son adultos en la fe que han conquistado, por la Gracia del Espíritu Santo y su disposición, la infancia espiritual.
La infancia espiritual es un camino que el Señor nos está pidiendo vivir, lo cual no quiere decir que tengamos que ser infantiles en nuestra vida, sino que, siendo adultos, podamos encontrar el Camino hacia la Confianza verdadera en nuestro Padre Celestial. Un Camino que no siempre nos resulta fácil recorrer, porque en este camino se nos exige con mayor radicalidad el desasimiento de nosotros mismos, es decir, el renunciar por completo a nuestro YO, y dejarnos conducir por el Espíritu Santo de acuerdo a la Voluntad de Dios.
El desasimiento total lo vemos realizado, plenamente, en María: "he aquí la esclava del Señor, que se haga en mí según lo que has dicho", le dijo ella al Ángel. Y, mirad otra cosa, María no se lo dijo directamente a Dios, porque no fue Dios quien le habló a María, sino que Dios envió a su Ángel. María reconoció en la voz del instrumento la Voz del Señor, y, porque había sabido renunciar a sí mismo y a todos sus prejuicios, pudo reconocer en el mensaje la Voz del Señor. Por eso mismo no dice "me hago esclava del ángel", sino "he aquí la esclava del Señor". El instrumento es mensajero del deseo del Padre, y eso es lo importante, reconocer en la palabra de los instrumentos de Dios, lo que Dios nos pide vivir.
Cuando no hemos podido renunciar anosotros mismos, vamos creciendo en orgullo y vanidad, e intentamos ser nosostros mismos quienes dirijamos nuestras vidas y quienes quieren dirigir la vida de los demás, pasando por encima de la Voluntad de Dios. Y así no logramos construir el reino de los Cielos aquí en la Tierra, porque no estamos viviendo Su Voluntad aquí en la Tierra como en el Cielo.

lunes, 12 de agosto de 2019

Yo curaré sus extravíos

Del Tratado de Teodoreto de Ciro, obispo, Sobre la encarnación del Señor

    Jesús acude espontáneamente a la pasión que de él estaba escrita y que más de una vez había anunciado a sus discípulos, increpando en cierta ocasión a Pedro por haber aceptado de mala gana este anuncio de la pasión, y demostrando finalmente que a través de ella sería salvado el mundo. Por eso, se presentó él mismo a los que venían a prenderle, diciendo: Yo soy a quien buscáis. Y cuando lo acusaban no respondió, y habiendo podido esconderse, no quiso hacerlo; por más que en otras varias ocasiones en que lo buscaban para prenderlo se esfumó.
    Además, lloró sobre Jerusalén, que con su incredulidad se labraba su propio desastre y predijo su ruina definitiva y la destrucción del templo. También sufrió con paciencia que unos hombres doblemente serviles le pegaran en la cabeza. Fue abofeteado, escupido, injuriado, atormentado, flagelado y, finalmente, llevado a la crucifixión, dejando que lo crucificaran entre dos ladrones, siendo así contado entre los homicidas y malhechores, gustando también el vinagre y la hiel de la viña perversa, coronado de espinas en vez de palmas y racimos, vestido de púrpura por burla y golpeado con una caña, atravesado por la lanza en el costado y, finalmente, sepultado.
    Con todos estos sufrimientos nos procuraba la salvación. Porque todos los que se habían hecho esclavos del pecado debían sufrir el castigo de sus obras; pero él, inmune de todo pecado, él, que caminó hasta el fin por el camino de la justicia perfecta, sufrió el suplicio de los pecadores, borrando en la cruz el decreto de la antigua maldición. Cristo -dice san Pablo- nos redimió de la maldición de la ley, haciéndose maldición por nosotros. Así lo dice la Escritura: «Maldito sea aquel que cuelga del madero.» Y con la corona de espinas puso fin al castigo de Adán, al que se le dijo después del pecado: Maldito el suelo por tu culpa: brotará para ti cardos y espinas.
    Con la hiel, cargó sobre sí la amargura y molestias de esta vida mortal y pasible. Con el vinagre, asumió la naturaleza deteriorada del hombre y la reintegró a su estado primitivo. La púrpura fue signo de su realeza; la caña, indicio de la debilidad y fragilidad del poder del diablo; las bofetadas que recibió publicaban nuestra libertad, al tolerar él las injurias, los castigos y golpes que nosotros habíamos merecido.
    Fue abierto su costado, como el de Adán, pero no salió de él una mujer que con su error engendró la muerte, sino una fuente de vida que vivifica al mundo con un doble arroyo; uno de ellos nos renueva en el baptisterio y nos viste la túnica de la inmortalidad; el otro alimenta en la sagrada mesa a los que han nacido de nuevo por el bautismo, como la leche alimenta a los recién nacidos.

domingo, 11 de agosto de 2019

Con lazos de Amor

el Diálogo de santa Catalina de Siena, virgen, Sobre la divina providencia

    Mi Señor dulcísimo, vuelve benignamente tus ojos misericordiosos a este pueblo y al cuerpo místico que es tu Iglesia; porque mayor gloria se seguirá para tu santo nombre al perdonar tan gran muchedumbre de tus creaturas que si tan sólo me perdonas a mí, miserable pecadora, que tan gravemente he ofendido a tu majestad. ¿Qué consuelo podría hallar yo en poseer la vida, viendo que tu pueblo está privado de ella, y viendo cómo las tinieblas del pecado cubren a tu amada Esposa, por mis pecados y los de las demás creaturas tuyas?
    Deseo, pues, y te pido como una gracia especial este perdón, por aquel amor incomparable que te movió a crear al hombre a tu imagen y semejanza. ¿Cuál, me pregunto, fue la causa de que colocaras al hombre en tan alta dignidad? Ciertamente, sólo el amor incomparable con el cual miraste en ti mismo a tu creatura y te enamoraste de ella. Mas veo con claridad que por culpa de su pecado perdió merecidamente la dignidad en que lo habías colocado.
    Pero tú, movido por aquel mismo amor, queriendo reconciliarte gratuitamente al género humano, nos diste la Palabra que es tu Hijo unigénito, el cual fue verdaderamente reconciliador y mediador entre tú y nosotros. Él fue nuestra justicia, ya que cargó sobre sí todas nuestras injusticias e iniquidades y sufrió el castigo que por ellas merecíamos, por obediencia al mandato que tú, Padre eterno, le impusiste, cuando decretaste que había de asumir nuestra humanidad. ¡Oh incomparable abismo de caridad! ¿Qué corazón habrá tan duro que no se parta al considerar cómo la sublimidad divina ha descendido tan abajo, hasta nuestra propia humanidad?
    Nosotros somos tu imagen y tú imagen nuestra, por la unión verificada en el hombre, velando la divinidad eterna con esta nube que es la masa infecta de la carne de Adán. ¿Cuál es la causa de todo esto? Solamente tu amor inefable. Por éste tu amor incomparable imploro, pues, a tu majestad, con todas las fuerzas de mi alma, para que otorgues benignamente tu misericordia a tus miserables creaturas.

sábado, 10 de agosto de 2019

Administró la sangre sagrada de Cristo

De los Sermones de san Agustín, obispo

    La Iglesia de Roma nos invita hoy a celebrar el triunfo de san Lorenzo, que superó las amenazas y seducciones del mundo, venciendo así la persecución diabólica. Él, como ya se os ha explicado más de una vez, era diácono de aquella Iglesia. En ella administró la sangre sagrada de Cristo, en ella también derramó su propia sangre por el nombre de Cristo. El apóstol san Juan expuso claramente el significado de la Cena del Señor, con aquellas palabras: Como Cristo dio su vida por nosotros, también nosotros, debemos dar nuestra vida por los hermanos. Así lo entendió san Lorenzo; así lo entendió y así lo practicó; lo mismo que había tomado de la mesa del Señor, eso mismo preparo. Amó a Cristo durante su vida, lo imitó en su muerte.
    También nosotros, hermanos, si lo amamos de verdad, debemos imitarlo. La mejor prueba que podemos dar de nuestro amor es imitar su ejemplo, porque Cristo padeció por nosotros, dejándonos un ejemplo para que sigamos sus huellas. Según estas palabras de san Pedro, parece como si Cristo sólo hubiera padecido por los que siguen sus huellas, y que la pasión de Cristo sólo aprovechara a los que siguen sus huellas. Lo han imitado los santos mártires hasta el derramamiento de su sangre, hasta la semejanza con su pasión; lo han imitado los mártires, pero no sólo ellos. El puente no se ha derrumbado después de haber pasado ellos; la fuente no se ha secado después de haber bebido ellos.
    Tenedlo presente, hermanos: en el huerto del Señor no sólo hay las rosas de los mártires, sino también los lirios de las vírgenes y las yedras de los casados, así como las violetas de las viudas. Ningún hombre, cualquiera que sea su género de vida, ha de desesperar de su vocación: Cristo ha sufrido por todos. Con toda verdad está escrito de él: Nuestro Salvador quiere que todos los hombres se salven y lleguen al pleno conocimiento de la verdad.
    Entendamos, pues, de qué modo el cristiano ha de seguir a Cristo, además del derramamiento de sangre, además del martirio. El Apóstol, refiriéndose a Cristo, dice: A pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios. ¡Qué gran majestad! Al contrario, se anonadó a sí mismo, y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos. ¡Qué gran humildad!
    Cristo se rebajó: esto es, cristiano, lo que debes tú procurar. Cristo se sometió: ¿cómo vas tú a enorgullecerte? Finalmente, después de haber pasado por semejante humillación y haber vencido la muerte, Cristo subió al cielo: sigámoslo. Oigamos lo que dice el Apóstol: Si habéis sido resucitados con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde Cristo está sentado a la diestra de Dios.

viernes, 9 de agosto de 2019

Te desposaré, conmigo para siempre

Del Cántico espiritual dé san Juan de la Cruz, presbítero

    En la transformación que el alma tiene en esta vida, pasa la misma aspiración de Dios al alma y del alma a Dios con mucha frecuencia, con subidísimo deleite de amor en el alma, aunque no en revelado y manifiesto grado, como en la otra. Porque esto es lo que entiendo quiso decir san Pablo cuando dijo: Por cuanto sois hijos de Dios, envió Dios en vuestros corazones el Espíritu de su Hijo, clamando al Padre. Lo cual en los beatíficos de la otra vida y en los perfectos de ésta es en las dichas maneras.
    Y no hay que tener por imposible que el alma pueda una cosa tan alta, que el alma aspire en Dios como Dios aspira en ella por modo participado. Porque dado que Dios le haga merced de unirla en la Santísima Trinidad, en que el alma se hace deiforme y Dios por participación, ¿qué increíble cosa es que obre ella también su obra de entendimiento, noticia y amor, o, por mejor decir, la tenga obrada en la Trinidad juntamente con ella como la misma Trinidad?
    Y cómo esto sea, no hay más saber ni poder para decirlo, sino dar a entender cómo el Hijo de Dios nos alcanzó este alto estado y nos mereció este subido puesto de poder ser hijos de Dios, como dice san Juan, y así lo pidió al Padre diciendo: Padre, quiero que los que me has dado, que donde yo estoy también ellos estén conmigo, para que vean la claridad que me diste; es a saber, que hagan por participación en nosotros la misma obra que yo por naturaleza, que es aspirar el Espíritu Santo. Y dice más: No ruego, Padre, solamente por estos presentes, sino también por aquellos que han de creer por su doctrina en mí; que todos ellos sean una misma cosa. Y yo la claridad que me has dado he dado a ellos para que sean una misma cosa, como nosotros somos una misma cosa, yo en ellos y tú en mí, porque sean perfectos en uno; porque conozca el mundo que tú me enviaste, y los amaste como me amaste a mí, que es comunicándoles el mismo amor que al Hijo, aunque no naturalmente como al Hijo, sino, como habemos dicho, por unidad y transformación de amor. Como tampoco se entiende aquí quiere decir el Hijo al Padre, que sean los santos una cosa esencial y naturalmente como lo son el Padre y el Hijo; sino que lo sean por unión de amor, como el Padre y el Hijo están en unidad de amor.
    De donde las almas esos mismos bienes poseen por participación que él por naturaleza; por lo cual verdaderamente son dioses por participación, iguales y compañeros suyos de Dios. De donde san Pedro dijo: Gracia y paz sea cumplida y perfecta en vosotros en el conocimiento de Dios y de Jesucristo nuestro Señor, de la manera que nos son dadas todas las cosas de su divina virtud para la vida y la piedad, por el conocimiento de aquel que nos llamó con su propia gloria y virtud, por el cual muy grandes y preciosas promesas nos dio, para que por estas cosas seamos hechos compañeros de la divina naturaleza. Hasta aquí son palabras de san Pedro, en las cuales da claramente a entender que el alma participará al mismo Dios, que será obrando en él, acompañadamente con él, la obra de la Santísima Trinidad, de la manera que habemos dicho, por causa de la unión sustancial entre el alma y Dios. Lo cual, aunque se cumple perfectamente en la otra vida, todavía en ésta, cuando se llega al estado perfecto, como decimos ha llegado aquí el alma, se alcanza gran rastro y sabor de ella.
    ¡Oh, almas criadas para estas grandezas y para ellas llamadas!, ¿qué hacéis?, ¿en qué os entretenéis? ¡Oh miserable ceguera de los ojos de vuestra alma; pues para tanta luz estáis ciegos y para tan grandes voces sordos!

jueves, 8 de agosto de 2019

Hablaba con Dios o de Dios

De varios escritos de la Historia de la Orden de los Predicadores

    La vida de Domingo era tan virtuosa y el fervor de su espíritu tan grande, que todos veían en él un instrumento elegido de la gracia divina. Estaba dotado de una firme ecuanimidad de espíritu, ecuanimidad que sólo lograban perturbar los sentimientos de compasión o de misericordia; y, como es norma constante que un corazón alegre se refleja en la faz, su porte exterior, siempre gozoso y afable, revelaba la placidez y armonía de su espíritu. En todas partes, se mostraba, de palabra y de obra, como hombre evangélico. De día, con sus hermanos y compañeros, nadie más comunicativo y alegre que él. De noche, nadie más constante que él en vigilias y oraciones de todo género. Raramente hablaba, a no ser con Dios, en la oración, o de Dios, y esto mismo aconsejaba a sus hermanos.
    Con frecuencia pedía a Dios una cosa: que le concediera una auténtica caridad, que le hiciera preocuparse de un modo efectivo en la salvación de los hombres, consciente de que la primera condición para ser verdaderamente miembro de Cristo era darse totalmente y con todas sus energías a ganar almas para Cristo, del mismo modo que el Señor Jesús, salvador de todos, ofreció toda su persona por nuestra salvación. Con este fin instituyó la Orden de Predicadores, realizando así un proyecto sobre el que había reflexionado profundamente desde hacia ya tiempo.
    Con frecuencia exhortaba, de palabra o por carta, a los hermanos de la mencionada Orden, a que estudiaran constantemente el nuevo y el antiguo Testamento. Llevaba siempre consigo el evangelio de san Mateo y las cartas de san Pablo, y las estudiaba intensamente, de tal modo que casi las sabía de memoria.
    Dos o tres veces fue elegido obispo, pero siempre rehusó, prefiriendo vivir en la pobreza, junto con sus hermanos, que poseer un obispado. Hasta el fin de su vida conservó intacta la gloria de la virginidad. Deseaba ser f1agelado, despedazado y morir por la fe cristiana. De él afirmó el papa Gregario noveno: «Conocí a un hombre tan fiel seguidor de las normas apostólicas, que no dudo, que en el cielo ha sido asociado a la gloria de los mismos apóstoles.»

miércoles, 7 de agosto de 2019

El camino de la luz

De la carta llamada de Bernabé

    El camino de la luz es como sigue: el que quiera llegar al lugar prefijado ha de esforzarse en hacerlo con sus obras. Ahora bien, se nos ha dado a conocer cómo debemos andar este camino. Ama a Dios, que te creó; venera al que te formó; glorifica al que te redimió de la muerte; sé sencillo de corazón y rico en el espíritu; no te juntes a los que van por el camino que lleva a la muerte; odia todo aquello que desagrada a Dios; odia toda simulación; no olvides los mandamientos del Señor. No te ensalces a ti mismo, sé humilde en todo; no te arrogues la gloria a ti mismo. No maquines el mal contra tu prójimo; guarda tu alma de la arrogancia.
    Ama a tu prójimo más que a tu propia vida. No cometas aborto, ni mates tampoco al recién nacido. No descuides la educación de tu hijo o hija, sino enséñales desde su infancia el temor; de Dios. No desees los bienes de tu prójimo ni seas avaro; tampoco te juntes de buen grado con los soberbios, antes procura frecuentar el trato de los humildes y justos.
    Cualquier cosa que te suceda recíbela como un bien, consciente de que nada pasa sin que Dios lo haya dispuesto. No seas inconstante ni hipócrita, porque la hipocresía es un lazo mortal.
    Comunica todas las cosas con tu prójimo y no tengas nada como tuyo, pues si todos sois copropietarios de los bienes incorruptibles, ¿cuánto más no debéis serlo de los corruptibles? No seas precipitado en el hablar, porque la boca es un lazo mortal. Procura al máximo la castidad, en bien de tu alma. No seas fácil en abrir tu mano para recibir y en cerrarla para dar. A todo el que te comunica la palabra de Dios ámalo como a las niñas de tus ojos.
    Recuerda día y noche el día del juicio y busca constantemente la presencia de los santos, ya sea argumentando, exhortando y meditando con qué palabras podrás salvar un alma, ya sea trabajando con tus manos para obtener la redención de tus pecados.
    No seas reacio para dar, ni des de mala gana, sino ten presente cuán bueno es el que te ha de remunerar por tus dádivas. Conserva la doctrina recibida, sin añadirle ni quitarle nada. El malo ha de serte siempre odioso. Juzga con justicia. No seas causa de desavenencias, antes procura reconciliar a los que contienden entre sí. Confiesa tus pecados. No vayas a la oración con mala conciencia. Éste es el camino de la luz.

martes, 6 de agosto de 2019

La esperanza en la transfiguración

En el monte Tabor Jesús quiso mostrarle a los apóstoles una parte de lo que era y un poco de lo que vendrá. Es decir, les mostró su divinidad transfigurándose y resplandeciendo con la Luz de Dios; y, por otro lado, mostrándoles la belleza del Cielo, un preludio de la Ascención y de la Casa Paterna.
Es la Transfiguración y el Cielo lo que a Pedro le hace exlamar: ¡qué bien que estamos aquí! hagamos tres tiendas... Un querer quedarse para siempre junto a Dios, un querer estar siempre en esa contemplación del Dios Uno y Trino que se manifestaba en esas tres personas, pero que además, le daba al hombre un sentirse en la eternidad.
La transfiguración abre nuestra alma en la espera segura y cierta del lugar que vamos a compartir con el Señor: "me voy a prepararles un lugar... en la casa de mi Padre hay muchas moradas..." ¡Ese será nuestro lugar definitivo! Es la certeza de nuestra fe porque Jesús nos lo dijo, porque Él lo enseñó en la cima del monte.
Pero no se lo enseñó a todos ¿por qué? Porque también es un misterio de nuestra fe el aceptar verdades que otros vieron y que nos comunicaron para que nosotros creamos sin ver, para que aceptemos sin entender, pero, sobre todo, para que nuestra esperanza cimentada en la fe aspostólica nos ayude a encontrar sentido a todo lo que el Padre nos pida vivir y nos cueste vivir.
Jesús se mostró transfigurado para que los apóstoles, Pedro, Juan y Santiago, pudieran saber que lo vendría no sería el final, que la Cruz no sería el final, sino que habría otro final; se mostró transfigurado para hacerles saber que lo que verían sus ojos no sería el final de nuestras vidas, sino que es sólo un paso, una puerta hacia una nueva vida que nos espera en la Casa del Padre, pero es una vida que necesita de este caminar hacia la meta final.
La transfiguración del Señor nos fortalece la esperanza de que, por nuestra filiación divina, somos ciudadanos de la Patria Celestial, que aunque somos peregrinos en este mundo, nuestra vida está anclada en Dios, y, como dice san Pablo: "aunque esta morada terrenal se vaya destruyendo, tenemos una morada eterna que se va construyendo" y que la contemplaremos no sólo en el último día, sino cada vez que nos encontremos con el Señor en la Eucaristía, porque es en ese momento, la Santa Misa, cuando volvemos a vivir la transfiguración del Señor.