jueves, 23 de mayo de 2019

No molestar a los que se convierten

Cuando Pablo y Bernabé llegaron a Jerusalén se reunieron con todos los apóstoles y se realizó el primer Concilio de la Iglesia, es decir, se reunieron todos para poder ver, desde el Espíritu, qué es lo que Dios pedía en tal situación, que era la controversia entre circuncidar a los gentiles convertidos al cristianismo o no hacerlo. En esta parte del relato de Hechos, me gustan una palabras que dice Pedro sobre los nuevos convertidos, pero, sobre todo, sobre aquellos que querían imponer la circuncisión a los gentiles:
"¿Por qué, pues ahora intentáis tentar a Dios, queriendo poner sobre el cuello de esos discípulos un yugo que ni nosotros ni nuestros padres hemos podido soportar?"
Queriendo, muchas veces, hacer las cosas perfectamente no nos damos cuenta que imponemos cargas pesadas sobre los hombros de los demás. Buscamos excusas para que los demás hagan lo que, muchas veces, nosotros no hacemos y, hasta en algunos momentos, nos hemos quejado de tener que hacerlo.
Cuando nos olvidamos de lo esencial de la vida o cuando creemos que sólo nosotros tenemos razón sobre lo que pensamos, entonces, corremos el riesgo de equivocarnos e imponer sobre los demás leyes que no tienen sentido, porque lo que importa es al Gracia de Dios que desciende sobre esos corazones. Por que, como dijo Pedro:
"Dios, que penetra los corazones, ha dado testimonio a favor de ellos dándoles el Espíritu Santo igual que a nosotros. No hizo distinción entre ellos y nosotros, pues ha purificado sus corazones con la fe".
Por querer ser muy legalistas nos olvidamos que es el Espíritu Santo quien salva y da a los hombres la Gracia de la purificación de sus almas, y que no podemos negarles a ellos la participación en la mesa del Señor, teniendo en cuenta aquello que le decía el Señor a los fariseos cuando le reprochaban que no descansaban el sábado, y el Señor le responde: "el sábado se hizo para el hombre y no el hombre para el sábado".
Por eso, muchas veces, queriendo hacer lo mejor para nuestra iglesia nos olvidamos de hacer lo mejor para las personas, y dejamos de lado a aquellos que Dios está llamando a encontrar en la Comunidad un camino de vida y perfección. A veces, somos nosotros mismos, quienes ponemos obstáculos para que la gente venga a participar de lo que nosotros estamos viviendo, simplemente porque no han realizado el mismo camino de conversión que nos ha tocado vivir a nosotros, o porque no han cumplido, como nosotros creemos, las leyes de Dios. Como dice Santiago: "Por eso, a mi parecer, no hay que molestar a los gentiles que se convierten a Dios...".

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