sábado, 30 de diciembre de 2017

Renovar el hombre nuevo

En la liturgia de las horas leía algo que escribía San Hipòlito:
"Por tanto no discutáis entre vosotros ni dudéis en volver a él. Cristo es Dios por encima de todas las cosas: él quiso borrar el pecado de los hombres renovando al hombre viejo, que él había creado a su imagen desde el comienzo, manifestándote, de este modo, el amor que tiene por ti. Si obedeces sus mandatos y, por tu bondad, imitas al que es bueno, llegarás a ser semejante a él, y él te honrará; pues no es mezquino el Dios que te ha hecho dios para su gloria".
Me fijé en esta frase porque al estar a fin de año siempre nos ponemos en plan "económico" y comenzamos a hacer balances de lo que nos ha sucedido, de lo que nos ha pasado, y todo eso. Pero, a veces, me parece que hacemos un balance de nuestro año para nada, porque no hacemos nada de lo que vemos que hemos hecho mal, de todo lo que nos ha traído problemas no cambiamos nuestra actitud, de todo lo que hemos aprendido no hemos puesto nada en acción, o casi nada. Muchas veces vemos que nuestra vida sigue igual, cometemos los mismos errores, creamos las mismas divisiones, no hemos perdonado ni hemos alcanzado el perdón.
Por todo esto me quedó esta frase de san Hipólito: "por tanto no discutáis entre vosotros ni dudéis en volver a él". No sólo hay discusiones entre personas sino también con nosotros mismos, porque no siempre nos ponemos de acuerdo entre lo debemos hacer y lo que queremos hacer. Generalmente, gana lo que queremos hacer o lo que el mundo nos invita a hacer. Y, a veces, después de hacer lo que queremos nos damos cuenta que no estaba bien, que hemos metido la pata o que no estamos en armonía con nosotros mismos, con los demás y con Dios. Y eso provoca en nosotros incertidumbre, falta de paz, y, nos cuesta volver a encontrar el rumbo pues no siempre estamos dispuestos a "matar" a nuestro orgullo y reconocer que nos hemos equivocado.
"Él quiso borrar el pecado de los hombres renovando al hombre viejo". Nuestro pecado personal que lo tenemos, y ¡vaya si lo tenemos! nos lleva a decir cosas que, aparentemente, pueden estar bien, pero no siempre producen los frutos que quiero ¿por qué? Porque no siempre me pongo a pensar si lo que voy a decir es lo que Dios quiere que diga, si eso que voy a decir es para el Bien de mis hemanos o simplemente es un impulso mío, o surge de mi envidia, de mi orgullo, de un comentario que me hicieron. ¿Cuántas veces he dicho cosas que no hicieron bien a nadie, sino todo lo contrario? ¿Por qué las dije? ¿Con qué fin?
Por eso Jesús siempre nos recuerda: "niégate a tí mismo", porque la primera reacción que siempre tenemos es desde nuestro propio YO, y ese Yo siempre está con el dolor del pecado: "Porque lo que hay en el mundo – la concupiscencia de la carne, y la concupiscencia de los ojos, y la arrogancia del dinero -, eso no procede del Padre, sino que procede del mundo. Y el mundo pasa, y su concupiscencia". La concupiscencia es esa amargura del pecado que nos lleva a hacer lo que no debemos, sino lo que queremos, y por eso, pensar antes de hablar o de actuar, y pensar desde lo que Dios quiere es lo que nos ayuda a ser esos Hombres Nuevos que Jesús quiere que seamos, Gracias a la Vida que Él nos dio. Pero siempre tendremos que saber pensar y vivir desde Dios para poder actuar y vivir como Él.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.