Es hermoso finalizar el año con la Fiesta de la Sagrada Familia porque ellos son nuestro modelo y ejemplo a seguir, son quienes Dios a puesto al frente de nuestras vidas para poder descubrir el Camino que nos lleve a la felicidad que Ellos alcanzaron y vivieron, pero una felicidad que no nace del simple hecho de no haber padecido nada en vida, sino por la simplicidad con que vivieron la Obediencia a la Voluntad de Dios.
Y es esa simplicidad de vida la que tenemos que conseguir, y no sólo como familia humana, sino como familia-comunidad, como familia-iglesia: estara unidos en el Amor Verdadero y en la Obediencia a la Voluntad de Dios. Son dos aspectos de nuestras vidas que, en muchos momentos, se nos olvida que tenemos que vivirlos. Algunas veces ponemos tanto amor (sensible) que nos olvidamos que lo importante es la Voluntad de Dios y vamos perdonando y aceptando miles de pecados en contra de los mandamientos y la Voluntad de Dios. Otras veces nos centramos tanto en los mandamientos que nos olvidamos de amar y nos tornamos simples justicieros de la verdad, sin tener en cuenta a la persona que lo tiene que vivir.
La simplicidad del Amor y la Obediencia es un equilibrio muy difícil para nuestra vida cotidiana. ¿Cómo lo llevamos a cabo? ¿Cómo encontramos el equilibrio que encontró José y María, junto a Jesús para vivirlo? El punto de equilibrio nos lo da la Gracia de Dios y la Paz en el corazón. La Gracia de Dios que alcanzo por medio de los sacramentos, especialmente por la Eucaristía y la Reconciliación, pues no sólo al recibirlos sino al pensar qué es lo que recibimos, pues al Eucaristía es la Vida de Amor de Jesús que se nos da como alimento para fortalecer nuestra vida de amor a Dios y a los demás. La Gracia de la Reconciliación no es sólo saberme perdona, sino tomar conciencia de todo el Amor que el Padre tiene por mí para perdonarme para que yo también pueda amar de la misma manera y tener compasión y saber perdonar como a mí me perdonan.
Por otro lado la fuerza de la simplicidad de María y José estaba en el saberse pequeños, en haberse, cada uno, convertido en esclavo de la Voluntad de Dios, pues de la humildad y de la pequeñez es desde donde el Padre comienza a construir grandes cosas, pues el corazón que se sabe pequeño e hijo es el corazón que reconoce que no sabe, que tiene que dejarse guiar y acompañar para alcanzar los ideales más altos, para llegar hasta las altas cumbres de la perfección en el Amor.
No pretendamos alcanzar las grands alturas con nuestras propias fuerzas y, ni tant siquiera, pasando por encima de nuestros hermanos. Somos una gran Familia de Dios y todos, de acuerdo a nuestra propia vocación, hemos de alcanzar la cima de la santidad en el Amor, pues no hay otro Ideal más alto, para nuestras vidas que la santidad. Y es ahí cuando no sólo ponemos nuestra mirada en la Sagrada Familia sino que a Ellos les pedimos que nos ayuden a conquistar la humildad y sencillez con que ellos vivieron el Amor y la Obediencia a la Voluntad de Dios.