jueves, 28 de julio de 2016

Dejarnos modelar por el Padre

Dos frases muy parecidas:
Entonces el Señor me dirigió la palabra en estos términos:
-«¿No puedo yo trataros como este alfarero, casa de Israel? – oráculo del Señor -.
Pues lo mismo que está el barro en manos del alfarero, así estáis vosotros en mi mano, casa de Israel».
Y Jesús a la gente:
Él les dijo:
«Pues bien, un escriba que se ha hecho discípulo del reino de los cielos es como un padre de familia que va sacando de su tesoro lo nuevo y lo antiguo».
Esta claro que Dios no nos va a destruir para hacernos de nuevo, como lo hace el alfarero con su obra, pero sí intentará que volvamos a pensarnos, a buscar un sentido a lo que hemos estado viviendo para comenzar a dar pasos nuevos en vista de un fin claro y definido, un fin que nos lleve a la plenitud de nuestra vida. Es lo que comúnmente llamamos proceso de conversión. Es Dios quien nos muestra el camino de la conversión y soy yo quien decide convertirse y, aunque, algunas veces, Dios permita que me choque con más de una pared, siempre estará en mí el aprender o seguir chocándomelas.
Y algo parecido nos dice Jesús: cuando descubrimos la novedad del Evangelio y decidimos seguir a Jesús es cuando tenemos que ponernos a revisar nuestra vida, como si fuera un armario en cambio de temporada: si algo no nos sirve para seguir a Cristo lo quitamos de nuestra vida y aceptamos lo nuevo que Él nos presenta. Claro está que siempre habrá cosas que no quiera dejar, pero para ser alguien Nuevo no puedo andar con parches de ropa vieja, o soy todo nuevo o no.
Siempre nos dará miedo el cambio hacia Cristo, porque muchos podremos decir: "pero lo que estoy viviendo no está mal, no hago mal a nadie"; pero lo que Dios quiere de mí no es que no haga mal a nadie, que está bien, y eso lo puede hacer cualquier persona, incluso la que no tenga fe. Lo que Dios quiere es que yo sea santo. Por eso tengo que quitar aquello que me pueda estar atando a mí mismo y quedarme totalmente libre para que el Señor sea quien pueda dirigir la barca de mi vida.
Como María: He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra. Y la llamamos Bienaventurada a lo largo de las generaciones.

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