"¡Vanidad de vanidades, – dice Qohelet – . ¡Vanidad de vanidades, todo es vanidad!"
Me desperté con esta frase de la lectura de hoy, pero me desperté pesando un ejemplo de la vanidad y lo único que se me ocurrió fue esto: los tacones de los zapatos. Muchos usan los tacones (sobre todo para las fiestas) porque los tacones (dicen) estilizan, dan mayor altura, y otras cosas que no voy a detallar aquí. Y hacen a quién los usa "presumir" de gran persona, de elegancia. Por eso hasta los adolescentes o pre-adolescentes los usan, y aveces con tanta mala fortuna que terminan con un tobillo esguinzado por no saber caminar con semejantes tacones. Pero, el hecho es que no se puede caminar toda la noche o todo el día con ellos, llega un momento (en las fiestas) donde se vuelve a las alpargatas porque para bailar es mejor; o en el día donde cuando se tiran los tacones y el pie vuelve a pisar la realidad del suelo se siente un alivio increíble.
Así es la vanidad nos hace querer estar a más altura de lo que soy, pero no puedo estar toda la vida en una altura falsa, porque en algún momento me estropeará la columna vertebral de mi vida: la humildad, la verdad, la fraternidad. Por que nadie quiere estar con alguien que cree que está más alto, simplemente porque se ha subido a algo artificial. Sólo quien camina a su altura normal puede disfrutar del caminar largo de la vida sin tener que mantener un "nivel" que no es cierto.
Aunque, en realidad, hay tacones verdaderos que no nos cansamos de usar: las virtudes, los valores humanos, los dones sobrenaturales que, a pesar de que cuestan conseguirlos, cuando los tenemos nos dan la altura del alma que vive buscando a Dios, que encuentra a Dios y sabe mantener su fidelidad a la Palabra. Es la aceptación de uno mismo y la búsqueda de los bienes celestiales lo que nos dan la altura de Dios, y nos permiten vivir sin tener que sufrir el esguinzarnos un tobillo o dañarnos la columna vertebral de nuestra vida. Sino que quien conquista los bienes del cielo conquista un alma transparente y alegre, que siempre se "goza con la verdad" y es capaz de alegrar con la alegría de los demás, "no es engreído, no se reía de la desgracia ajena, se goza con las conquistas de los demás, busca siempre el compartir sus bienes, tanto espirituales como materiales", vive el Amor, la Verdad, la Justicia y lo vive con la alegría de aquellos que han alcanzado la altura de Dios, pues Dios está en su corazón y ese es su Gran Tesoro que nunca le será quitado, todos los demás pierden valor o los roban o los perdemos en el camino.
"En consecuencia, dad muerte a todo lo terreno que hay en vosotros: la fornicación, la impureza, la pasión, la codicia y la avaricia, que es una idolatría.
¡No os mintáis unos a otros!: os habéis despojado del hombre viejo, con sus obras, y os habéis revestido de la nueva condición que, mediante el conocimiento, se va renovando a imagen de su Creador, donde no hay griego y judío, circunciso e incircunciso, bárbaro, escita, esclavo y libre, sino Cristo, que lo es todo, y en todos".