miércoles, 15 de junio de 2016

Instrumentos en sus Manos

En el evangelio de ayer terminaba Jesús diciéndonos: "sed perfectos porque vuestro Padre celestial es perfecto" y nos hablaba de la vivencia más plena del amor. Hoy sigue en la misma línea haciéndonos pensar en nuestras acciones hacia los demás, en nuestros actos de caridad y misericordia para con nuestros hermanos.
Es muy propio de los hombres (varones y mujeres) que queramos que se note lo que hacemos, sobre todo si eso habla de caridad hacia los demás. Lo más típico es que pongamos letreros o carteles anunciando grandes proyectos u obras para que se reconozca mi trabajo, mi buen hacer. Quizás en el orden civil, social o político puede ser algo bueno, aunque también es una obligación y un deber de quien ejerce ciertos cargos que haga lo mejor para la gente, para el pueblo.
Pero, sin meternos en política ni mucho menos, hablemos de nosotros, de nuestro interior y de nuestro exterior. Es cierto que la vida cristiana es un crecimiento personal: la oración, la reflexión de la palabra, la dirección espiritual hacen la vida interior, a nuestra relación con el Padre celestial. Esta vida interior es la que constantemente intentamos perfeccionar y mantener para que nuestro espíritu esté fuerte y pueda responder según la Voluntad de Dios.
Pero el cristiano también tiene una vida espiritual exterior, es decir, parafraseando a San Juan: "quien dice que ama a Dios a quien no ve y no ama a su hermano a quien ve, es un mentiroso", por lo tanto nuestro crecimiento espiritual se tiene que reflejar en el exterior, en las relaciones fraternas, en el compromiso con la comunidad, en mi comportamiento ciudadano, y en todo lo que haga o diga.
No es por eso que cada vez que haga algo bueno tengo que ir tocando la trompeta, o poniendo carteles que anuncien "¡qué bueno que fuí!" No. Nuestras obras buenas no necesitan publicidad, pues sólo quien recibe es quien se encargará de propagar la Bondad de Dios que ha recibido, no la bondad del instrumento.
¿Por qué Jesús nos pide esto? Porque los hombres, que aún vivimos inmersos en el pecado original, caemos muy rápidamente en la vanidad y la soberbia, y no dejamos lugar a que los hombres busquen a Dios, sino al hombre que hizo lo que Dios le pidió. Nosotros, los hijos de Dios, sólo somos puentes por los que los hombres llegan a Dios, por los que baja la Gracia de Dios a los hombres. Nos equivocamos mucho cuando nos creemos dioses, o cuando ensalzamos tanto a alguien que le hacemos creer que es un dios. No, sólo somos instrumentos en sus manos. Si Él no nos diera sus Dones nosotros no seríamos capaces de entregar nada a los demás.

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