jueves, 2 de junio de 2016

Encadenados a Dios

No hay caso, cuando llega este evangelio no puedo dejar de pensar en otras palabras de Jesús que en la respuesta que le da a los escribas: "no estás lejos del Reino de Dios".
Es que es una respuesta que me da un poco de temor, porque eso no significa que esté cerca, sino que no estoy lejos. ¿Por qué no estoy lejos? Por que aún no me he acercado lo suficiente, o, lo que puede ser peor aún, no he dejado entrar el Reino de Dios en mí.
Y ¿eso puede ser? Claro que puede ser, porque el Reino de Dios no son palabras, no son ideas, no son sólo conocimientos intelectuales, sino que el Reino de Dios es vida y Vida en Abundancia. Pero vida de amor, y del Verdadero Amor.
San Pablo, en esa hermosa carta a Timoteo, le habla de cómo poder estar cerca del Reino de Dios, cómo vivir en el Reino de Dios:
"Es palabra digna de crédito:
Pues si morimos con él, también viviremos con él. Si perseveramos, también reinaremos con él; si lo negamos, también él nos negará.
Si somos infieles, él permanece fiel, porque no puede negarse a sí mismo.
Esto es lo que has de recordar, advirtiéndoles seriamente delante de Dios que no discutan sobre palabras; no sirve para nada y es funesto para los oyentes.
Procura con toda diligencia presentarte ante Dios como digno de aprobación, como un obrero que no tiene de qué avergonzarse, que imparte con rectitud la palabra de la verdad".
Es lo que muchas veces no comprendemos de nuestra vida cristiana, que es vida y no sólo doctrina. La doctrina nos sirve para entender o comprender el por qué vivir como Cristo, o qué sentido tienen algunas cosas para nuestra vida. Aunque, hay grandes santos, de la vida cotidiana, que sin saber leer o escribir, viven profundamente su fe y nos dan varias vueltas con la sabiduría que han recibido desde la simple oración de cada día.
Entonces ¿de qué depende el estar cerca o lejos del Reino de Dios? Depende de la disposición de nuestro corazón a dejar entrar o no a Dios, sabiendo que Él cuando entra en nuestras vidas no es para quedarse sentado quietito en el sofá del rincón, sino que al entrar en nuestras vidas nos desarma muchas estructuras y desata el poder del Espíritu para que encontremos el Camino de la Santidad, y comencemos a vivirlo.
Y, aunque suene fea, es una hermosa imagen la que nos presenta Pablo en su carta:
"...según mi Evangelio, por el que padezco hasta llevar cadenas, como un malhechor; pero la palabra de Dios no está encadenada.
Por eso lo aguanto todo por los elegidos, para que ellos también alcancen la salvación, y la gloria eterna en Cristo Jesús".
Estar encadenado a Dios, no es perder libertad, sino alcanzar la mayor libertad: la libertad de los hijos de Dios, la libertad de vivir en la Ley del Amor, que es la única que plenifica el corazón del hombre y nos hace capaces de "presentarnos antes Dios como dignos de aprobación", y también frente a los hombres sin miedos ni cobardía.

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