"Querido hermano:
Yo estoy a punto de ser sacrificado, y el momento de mi partida es inminente. He combatido bien mi combate, he corrido hasta la meta, he mantenido la fe. Ahora me aguarda la corona merecida, con la que el Señor, juez justo, me premiará en aquel día; y no sólo a mí, sino a todos los que tienen amor a su venida".
Tanto Pedro como Pablo entregaron sus vidas por Jesús hasta último momento, y, al entregarlas por Cristo, lo hicieron por la salvación de los hombres, porque comprendieron, o, mejor dicho, el Espíritu Santo les hizo comprender que el ser "pescadores de hombres" es poder llevarlos al conocimiento del Dios verdadero revelado en Jesucristo, quien se entregó a la muerte por nosotros y por nuestra salvación.
Así la vida de ellos, como la nuestra, no es sólo una vida para salvarnos a nosotros mismos, sino que, salvándonos nosotros mismos haremos llegar el mensaje de Salvación a todos los hombres que lo quieran escuchar.
Igualmente no deja nunca de sorprenderme el mensaje de Pablo en esta carta, pues al final de su vida puede tener la certeza de que, lo que ha vivido, ha sido todo por amor a Cristo, pues desde el primer momento en que Jesús se cruzó en su vida, él lo aceptó y se dejó conducir por el Espíritu Santo que el Señor le infundió por el agua bautismal. Pero, además, la certeza que esa vida, para él, ha sido un duro combate: un combate entre la carne y el espíritu, entre el espíritu y la carne, pues constantemente, como todos, vivía seducido por la carne en contra del espíritu, pero siempre ganaba el espíritu, pues tenía la fuerza y el fuego del Amor por Cristo.
Los dos, Pedro y Pablo, nos enseñan que no importa nuestro pecado, nuestras traiciones, nuestras infidelidad, sino la disposición del corazón a buscar y encontrar la verdad, y llegado el momento a dar el sí a la reconciliación, a la conversión del corazón y de la mente; porque "aunque tu pecado sea rojo como la grana yo lo dejaré blanco como la nieve", dice el Señor, y Él jamás nos echará en cara nuestra debilidad, sino que se servirá de ella para demostrar dónde reside nuestra fortaleza: en su sabiduría, y dónde reside nuestra sabiduría: en su Espíritu.
Por que, como dice San Pablo, no predicamos con la sabiduría humana sin que lo que anunciamos es Palabra de Dios, y no andamos con grandes ideas sino que predicamos a un Cristo muerto y resucitado, escándalo para unos y locura para otros, pero para nosotros sabiduría y fortaleza de Dios.
Ellos dos hoy, más que nunca, nos invitan a seguir los pasos de Jesús, sabiendo que nunca nos faltarán las ocasiones de tormentos, persecuciones, dolores y cansancios, pero en todo venceremos por la Fuerza de Aquél que nos llamó y nos infundió Su Espíritu, un Espíritu de Amor que ilumina, fortalece y anima a vivir cada día el combate de la fe, el camino de la santidad, el gozo de creer en un Dios que vino a salvarme a mí, para que mi vida sea instrumento de salvación para los demás.
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