martes, 24 de marzo de 2020

Un río de gracia

"Me dijo:
«Estas aguas fluyen hacia la zona oriental, descienden hacia la estepa y desembocan en el mar de la Sal. Cuando hayan entrado en él, sus aguas serán saneadas. Todo ser viviente que se agita, allí donde desemboque la corriente, tendrá vida; y habrá peces en abundancia. Porque apenas estas aguas hayan llegado hasta allí, habrán saneado el mar y habrá vida allí donde llegue el torrente.
En ambas riberas del torrente crecerá toda clase de árboles frutales; no se marchitarán sus hojas ni se acabarán sus frutos; darán nuevos frutos cada mes, porque las aguas del torrente fluyen del santuario; su fruto será comestible y sus hojas medicinales».
La visión de Ezequiel la podemos identificar con el Río de Gracias que brotó del costado abierto de Jesús en la Cruz, una Fuente de Agua Viva que brota hasta la eternidad. Un río de Gracias que hemos recibido, también, el día de nuestro bautismo, cuando esa misma agua fue derramada sobre nuestras cabezas y el Espíritu Santo santificó nuestras vidas, y fuimos transformados no sólo en hijos de Dios a imagen de Jesús, sino en Templo vivos del Espíritu Santo.
Ahora, nosotros que llevamos en nuestra alma el Espíritu somos como esa agua que va brotando del templo y a su paso va sanando todo lo que toca, va dando vida nueva al mundo.
Y esto es necesario que lo creamos, porque, como ayer decía el Señor: "voy a crear un cielo nuevo y una tierra nueva", pero no lo quiere hacer solo, sino que nos ha elegido a nosotros y nos ha enviado a transformar el mundo, a llevar al mundo una Vida Nueva, que no brota de nuestra humanidad sino que comenzó a derramarse sobre el mundo desde el costado abierto de Jesús, y ahora somos nosotros quienes llevamos esa Vida Nueva a todos lados.
¿Por qué es necesario que lo creamos? Porque no siempre nos creemos "dignos" de ser instrumentos en las Manos del Señor, no siempre nos creemos que tenemos la misión de hacer Nuevas todas las cosas, sino que nos subimos al tren de la vida, y vamos marchando como paquetes que sólo tienen que ser entregados en un lugar determinado. No, somos hijos de Dios, templos vivos del Espíritu Santo, y estamos llamados a transformar el mundo en el que vivimos.
¿Cómo lo hacemos? Cada uno de nosotros tiene una vocación particular, una misión determinada, un sueño de Dios que se hace realidad cuando nos ponemos en relación con Él y es Él quien va dirigiendo nuestras vidas, por el mejor Camino. Sólo basta que lo creamos y que nos dispongamos de corazón para ser Fieles y dóciles a los impulsos del Espíritu Santo.

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