"Entonces Moisés suplicó al Señor, su Dios:
«¿Por qué, Señor, se va a encender tu ira contra tu pueblo, que tú sacaste de Egipto, con gran poder y mano robusta?".
Dios quería destruir al Pueblo de Israel porque se habían hecho un becerro de oro, estaba indignado porque no habían sabido esperar a Moisés. Y Moisés, en lugar de aceptar lo que Dios había decidido, decide "apagar el fuego de la ira de Dios", con otros argumentos.
No siempre es fácil "apagar la ira" de nuestros hermanos, es mucho más fácil ayudar a seguir encendiendo la ira de los demás, porque no siempre vemos lo mejor en los otros, sino que apoyamos lo que los demás piensan o dicen, sin ser capaces de dar una opinión en contra o, en el mejor de los casos, hacer silencio sin echar más leña al fuego.
Moisés pudo apagar el fuego de la ira y volver a darle una oportunidad al Pueblo de Dios para que sea fiel, no sin antes darle un buen escarmiento y que vuelva a reconciliarse con su Dios.
"Pero el testimonio que yo tengo es mayor que el de Juan: las obras que el Padre me ha concedido llevar a cabo, esas obras que hago dan testimonio de mí: que el Padre me ha enviado".
Es el testimonio que damos lo que habla de nosotros, así nos lo muestra Jesús, no lo que decimos sobre nosotros mismos, sino lo que hacemos, lo que decimos sobre los demás, como nos comportamos con los demás, es lo que dirá más de nosotros.
Así Moisés ha demostrado un gran temple y un gran corazón sobre el Pueblo de Dios, aunque, no sin hacerle ver su error, pero sin que la ira nuble su entendimiento y su relación con los demás.
Jesús, nos muestra, también, con su vida que, en muchos casos, ha tenido que ser fuerte y contundente con sus palabras para condenar el pecado, pero, también, nos ha demostrado su misericordia con el pecador arrepentido, y su bondad con los que buscaban salvarse.
"Estudiáis las Escrituras pensando encontrar en ellas vida eterna; pues ellas están dando testimonio de mí, ¡y no queréis venir a mí para tener vida! No recibo gloria de los hombres; además, os conozco y sé que el amor de Dios no está en vosotros".
No es demostrando nuestra capacidad intelectual y desarrollo lógico de nuestras palabras lo que va a hablar de nosotros, pues así eran los fariseos, sino que serán nuestras palabras y acciones quienes dirán lo que verdaderamente hay en nuestro corazón, pues "de la abundancia del corazón hablan los labios". Podemos llegar a conocer y aprender las Escrituras de memoria, y recitar todos sus versículos, pero si no hemos dejado que el Amor y la Misericordia del Padre penetren en nuestros corazones, será en vano todo lo que hemos aprendido y estudiado.
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