"Observadlos y cumplidlos, pues esa es vuestra sabiduría y vuestra inteligencia a los ojos de los pueblos, los cuales, cuando tengan noticia de todos estos mandatos, dirán:
“Ciertamente es un pueblo sabio e inteligente esta gran nación”...
Pero, ten cuidado y guárdate bien de olvidar las cosas que han visto tus ojos y que no se aparten de tu corazón mientras vivas; cuéntaselas a tus hijos y nietos».
Se podría decir que así fue la Alianza que hizo el Señor Dios con su Pueblo Israel: cuando los eligió para ser "el pueblo de su heredad" les entregó los mandamientos y el pueblo prometió vivirlo y transmitirlos, para seguir siendo una gran nación y, sobre todo, el Pueblo Elegido por Dios.
Pero ¿elegido para qué? Elegido no sólo para gozar de la protección del Señor, sino para mostrar a otros pueblos el camino que los lleva a la vida verdadera, a la vida que no se acaba, a la eternidad. Porque el poder habitar la tierra prometida, no es sólo la tierra de este mundo, sino alcanzar la tierra que se había perdido al comienzo de los tiempos: la eternidad, la filiación divina, el paraíso que habíamos perdido.
Por esa misma razón, cuando los fariseos y somos sacerdotes, criticaban a Jesús porque decían que quería cambiar la Ley de Moisés, Jesús contestó:
«No creáis que he venido a abolir la Ley y los Profetas: no he venido a abolir, sino a dar plenitud.
En verdad os digo que antes pasarán el cielo y la tierra que deje de cumplirse hasta la última letra o tilde de la ley.
El que se salte uno solo de los preceptos menos importantes y se lo enseñe así a los hombres será el menos importante en el reino de los cielos.
Pero quien los cumpla y enseñe será grande en el reino de los cielos».
Porque Él no vino a cambiar nada, sino a darle plenitud a lo que había perdido sentido en la vida del Pueblo. Pero no lo entendieron, por eso fundó otro Nuevo Pueblo: la Iglesia, para que viviendo en Fidelidad a la Palabra de Dios, sea para el mundo luz, sal y fermento; para que, viviendo como Jesús, pueda ser como Él camino, verdad y vida. Y ahí está el tema: cuando no vivimos en fidelidad a la Palabra de Dios, cuando queremos modificar el contenido de la Palabra de Dios, cuando decimos que los mandamientos ya no sirven, y, por eso, ya no somos imagen de Cristo en la tierra, entonces, no somos ni luz, ni sal, ni fermento y, menos aún, camino, verdad y vida.
Y ahí es cuando nos damos cuenta que, por no seguir siendo Fieles a la Vida que el Señor quiere que vivamos, vamos perdiendo vida, y somos tinieblas y error para los demás. Pero, gracias a Dios, Él, sabiendo y conociéndonos, nos dejó el sacramento de la Reconciliación, para que, por su Gracia, podamos volver a renacer como lo que verdaderamente somos: hijos de Dios a imagen de Jesús, y así volver a iluminar con nuestras vidas el camino que se nos había perdido.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.