lunes, 25 de junio de 2018

La viga de nuestro ojo

"En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«No juzguéis, para que no seáis juzgados. Porque seréis juzgados como juzguéis vosotros, y la medida que uséis, la usarán con vosotros.
¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas en el tuyo?"
Podemos acaso no juzgar? No, no podemos no juzgar, poque somos seres racionales (lo he dicho muchas veces y lo volveré a repetir siempre) En cada momento estoy juzgando. Por ejemplo, tú que estás leyendo estas líneas estás juzgando si son buenas o no, pero no lo haces (o quizás sí) porque quieres juzgarme, sino porque inconscientemente tu cabeza lo hace. Y así nos pasa con todas las cosas que vamos viendo, sientiendo o escuchando, las juzgamos.
Ahora bien, el problema o el centro de la cuestión es lo que hacemos con el juicio que hemos realizado: condenamos a alguien o lo absolvemos? Y a eso es a lo que se refiere Jesús, a la condena que hacemos, muchas veces, de las personas, porque nadie nos ha erigido jueces de nuestros hermanos, sino se nos ha hecho tomar conciencia de esa realidad: somos hermanos.
Es por eso que Jesús nos ayuda y nos dice también que, con el juicio que hemos hecho de los actos de una persona, y los hemos visto malos, tenemos que ayudar a mi hermano a encontrar un camino de corrección y conversión: corrección fraterna. Para poder ayudar a mi hermano a corregirse tengo primero de todo ir a decírselo a mi hermano, pero no como el Juez que ya ha dictado sentencia, sino como el hermano que ama y busca el bien para el otro.
Lo que no quiere Jesús es que viendo malas obras o malas actitudes de los demás, lo primero que hagamos es publicar sus malas acciones y condenarlo frente a los demás, sin haber hecho nada para saber el porqué actuó de tal o cual manera, o haber hablado antes con él. Porque es muy fácil condenar publicamente a alguien (como hacen algunos medios de comunicación social) pero nunca o casi nunca hemos escuchado que alguien rectifique su condena y busque restituirle a alguien la buena fama que le hemos quitado con nuestras palabras.
Y, por supuesto, está también el sentido boomerang de las correcciones fraternas: si voy a mi hermano para corregirlo, también tendré que escuchar lo que me quieran decir a mí. Porque no vale eso de decir: yo lo digo por tu bien, pero a mí no me digas nada. Ahí vamos a ir descubriendo nuestra vanidad y soberbia de creernos los mejores, y será en ese momento cuando la viga de nuestro ojo no nos permita ver. Y, por supuesto, dejará sin efecto el bien que pude haber hecho y que por soberbio o vanidoso no pude lograrlo.

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