martes, 19 de junio de 2018

Alcanzar la plenitud de la vida y el amor

"Porque, si amáis a los que os aman, ¿qué premio tendréis? ¿No hacen lo mismo también los publicanos? Y si saludáis sólo a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de extraordinario? ¿No hacen lo mismo también los gentiles? Por tanto, sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto».
No siempre nos ha sido fácil alcanzar la perfección que el Señor nos pide, y menos la perfección en el amor. Hoy por hoy todos buscan la perfección, pero no la del espíritu sino la del mundo: tantos doctorados, másters, títulos, bienes, propiedades, pareciera que todo eso nos hace mejores y nos ayuda en el camino de perfección. Pero, si miramos a nuestro alrededor y cómo van las cosas en el mundo, vamos a descubrir que no vamos logrando la perfección del Hombre sino que cada día se va voviendo en contra del mismo hombre.
Después del capricho de Ajab Dios envía a Elías a anunciarle el castigo merecido por la intervención de su esposa, y por eso, descubriendo Ajab de lo que había sido cómplice, buscó el perdón y la reconciliación con el Señor.
Y esa es la mejor parte de nuestra vida: descubrir nuestros errores para poder convertirlos en escalones que nos lleven a la perfección, descubrir que no siempre estamos a favor de lo que Dios quiere, sino de los caprichos del mundo, y con esos caprichos vamos destruyendo la hermosa obra de la creación.
Cuando tenemos la capacidad de descubrir nuestros errores y nuestra complicidad en los errores del mundo, podemos convertir no sólo nuestra actitud y nuestra fidelidad, sino que ayudamos a que toda la creación encuentre el Camino hacia la perfección. Y todo esto pensando en aquello que decía San Pablo: "la creación entera gime dolores de parto ... no sólo ella: también nosotros, que poseemos las primicias del Espíritu, gemimos interiormente anhelando que se realice la redención de nuestro cuerpo".
La conversión de nuestra vida hacia la perfección del amor, no sólo por nosotros mismos, sino por Dios, el prójimo y la creación, nos ayuda a encontrar la plenitud que el Hombre todo anhela, y es la plenitud que llega por la Gracia del Espíritu que nos hace participar de la Vida Divina que el Señor nos concedió recibir por su ofrecimiento en la Cruz. Somos nosotros quienes hemos recibido su Espíritu para poder llevar esa alegría de la plenitud en el Espíritu a todos los hombres que buscan un Camino para su salvación.
Por eso no es sólo nuestra vida cristiana un cumplir con la letra de la ley, sino un vivir en el Espíritu que el Señor nos ha enviado desde lo alto y que nos lleva a buscar y desear la plenitud de nuestra vida en Dios.

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