"¿A quién te compararé, a quién te igualaré, hija de Jerusalén? ¿Con quién te equipararé para consolarte, doncella, hija de Sión?; pues es grande como el mar tu desgracia: ¿quién te podrá curar?
Tus profetas te ofrecían visiones falsas y vanas; y no denunciaron tu culpa para que cambiara tu suerte, sino que te anunciaron oráculos falsos y seductores".
Al leer este pasaje de las Lamentaciones me parecía estar viendo a nuestro mundo que llora por tantos y tantos países y ciudades, a nuestro mundo que no sólo llora por sus guerras, sino que llora por el hambre, por la persecución, por las crisis, por la matanzas de inocentes, y por tantas y tantas atrocidades que se van cometiendo día tras día.
Para algunos es culpa de los hombres, para otros es culpa de Dios, para otros es culpa de la Iglesia.. pero no siempre es mi culpa. Sí, habéis leído bien: no siempre pienso que las atrocidades que se cometen en el mundo sea culpa mía.
Pero ¿qué tengo que ver yo con lo que está pasando en la otra punta del mundo? Quizás poco o quizás mucho. Porque nosotros, los que hemos recibido el bautismo de Jesús, somos los profetas que el mundo necesita, somos los que llevamos la Luz al mundo para que encuentre el Camino de la Salvación, pero no siempre profetizamos y no siempre iluminamos. No sólo que nos callamos la Verdad de Dios, sino que otras tantas aceptamos la verdad de los falsos profetas que nos venden (y lo sabemos) mentiras brillantes y hermosas y nos quitan el mejor tesoro que llevamos en nuestro corazón: la Fe en el Señor, la confianza en su Providencia, la fortaleza de la Verdad.
Hay un dicho que circula muchas veces por ahí que el mundo no sólo está mal por la maldad de los hombres, sino por la ausencia de los buenos, porque nos quedamos mirando cómo pasa la vida pero no hacemos mucho por defenderla, por salir al paso de la mentira con la verdad, de las tinieblas con la Luz, del odio con el Amor, de las discordias con la Paz...
Y por eso el Señor vuelve a decir como en aquél encuentro con el centurión romano:
«En verdad os digo que en Israel no he encontrado en nadie tanta fe. Os digo que vendrán muchos de oriente y occidente y se sentarán con Abrahán, Isaac y Jacob en el reino de los cielos; en cambio, a los hijos del reino los echarán fuera, a las tinieblas. Allí será el llanto y el rechinar de dientes».
Porque nuestra fe nos da solamente para cuidar nuestras vidas, pero no para salir y defender la vida de los hemanos. Dejamos que la mentira, el rencor, el odio vaya ganando terreno en el mundo, y, muchas veces, en nuestros corazones transformándonos así no en instrumentos de paz sino en instrumentos de discordia, de desunión...
Si realmente creemos que el Señor nos ha llamado para ser instrumentos de su Paz, para ser Sal, Luz y Fermento, alimentémonos con Su Palabra y Su Vida y defendamos la Vida que Él quiere que el mundo tenga.