San León Magno, papa
Después de haber encomiado el Señor la bienaventuranza de la pobreza, prosiguió
diciendo: Dichosos los que lloran, porque ellos serán consolados. El llanto al
que aquí se promete el consuelo eterno nada tiene que ver con la tristeza de
este mundo, ni hay que creer que las lágrimas que derraman los hijos de los
hombres, cuando en su tristeza lloran, a nadie hagan feliz. Es muy distinta la
razón de las lágrimas de las que aquí se habla, muy otra la causa de este llanto
de los santos. La tristeza religiosa es la que llora los pecados propios o bien
las faltas ajenas; esta tristeza no es ni tan sólo la que se lamenta ante el
castigo con que Dios nos amenaza, sino que se duele simplemente ante la
iniquidad que los hombres cometen, pues sabe que es mucho más digno de compasión
el que hace el mal que quien lo sufre, porque
el inicuo, con su pecado, se hace reo de castigo, en cambio, el justo, con su
paciencia, merece la gloria.
A continuación el Señor añadió: Dichosos los sufridos, porque ellos heredarán
la tierra. Aquí se promete la posesión de la tierra a los sufridos y mansos, a
los humildes y modestos, y a los que están dispuestos a soportar toda clase de
injurias. No se debe estimar pequeña o de baja calidad esta herencia, como si
fuera algo diverso del reino de los cielos, pues, en realidad, aquí se trata de
aquellos que van a entrar en el reino de Dios. En efecto, la tierra prometida a
los sufridos, y cuya posesión se dará a los mansos, no es otra sino los propios
cuerpos de los santos, los cuales, como premio de su humildad, serán
transformados en la resurrección feliz y se verán revestidos de una gloriosa
inmortalidad. Esta carne, revestida así de inmortalidad, en nada contrariará ya
al espíritu, antes bien, vivirá siempre en unidad perfecta y en consentimiento
pleno con el querer del alma. Entonces realmente el hombre exterior será la
posesión pacífica e inmutable del hombre interior.
Esta tierra, pues, la poseerán los sufridos con una paz perfecta y sin que nada
disminuya nunca el gozo de esta posesión, pues, entonces, esto corruptible se
vestirá de incorrupción, y esto mortal se vestirá de inmortalidad; de este modo
el castigo se habrá convertido en premio y lo que era carga se habrá tornado
honor.
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