De los sermones de San Agustín.
Hallándose Pablo en cierta ocasión en suma indigencia, encarcelado a
causa de la predicación de la verdad, recibió, de parte de los hermanos, bienes con
qué subvenir a su pobreza y a sus propias necesidades. Y contestó a los que así lo
habían ayudado y les dio las gracias, diciendo: Al socorrer mis necesidades,
habéis obrado bien. En cuanto a mí he aprendido va a tener hartura y a pasar hambre,
a abundar y a tener escasez. Todo lo puedo en aquel que me conforta. En todo caso,
muchas gracias por haberme socorrido con vuestros bienes en mi apurada situación.
Pero para mostrar qué era lo que él buscaba en el bien que habían realizado
y con el fin de evitar que se introdujeran entre ellos algunos que se apacentaran a sí
mismos; no a las ovejas, les da a entender que no se alegra tanto de la ayuda que ha
recibido cuanto se felicita por el bien que ellos han realizado. ¿Qué es, pues, lo que él
buscaba en la acción de ellos? «No busco regalos -dice-, sino rentas que se vayan
multiplicando a cuenta vuestra. No persigo saciarme yo, sino que deseo que vosotros
no quedéis sin dar fruto.»
Aquellos, pues, que no llegan a realizar lo que hizo Pablo, trabajando con
sus manos para procurar su propio alimento, reciban la leche de sus ovejas y sustenten con
ella sus necesidades, pero no olviden tampoco las necesidades de sus rebaños. Que al
anunciar el Evangelio no busquen en ello su propio interés, como si trabajaran movidos por
el deseo de remediar sus propias necesidades, antes procuren hacerlo pensando en que deben
iluminar a los hombres con la luz de la verdad, tal como está escrito: Estén ceñidos
vuestros lomos, y encendidas vuestras lámparas; y también aquello otro: No se enciende una
lámpara para meterla bajo el celemín, sino para ponerla sobre el candelero, así alumbra a
todos los que están en la casa. Alumbre vuestra luz a los hombres para que, viendo vuestras
buenas obras, den gloria a vuestro Padre celestial.
Si, pues, enciendes una lámpara en tu casa, ¿no irás añadiendo aceite para
que no se apague? Y si la lámpara en la que has vertido ya aceite no ilumina, ¿acaso no la
tendrás como indigna de estar colocada sobre el candelero y no la romperás inmediatamente?
Por tanto, en aquello mismo de donde sacamos nuestro alimento para vivir nosotros, en
aquello mismo debemos encontrar el amor con que saciar a los demás. No como si el Evangelio
fuera un bien rentable con cuyo precio se pagara el alimento de los que lo anuncian. Si el
Evangelio se vendiera por este precio, se vendería, sin duda, una cosa de gran valor por un
precio vil y exiguo. El sustento para la propia vida se recibe del pueblo, el don del
Evangelio lo da el Señor. El pueblo no es, por tanto, capaz de pagar debidamente a quienes,
por amor, anuncian el Evangelio; y los predicadores no deben esperar, como paga, otra cosa
sino la salvación de quienes los escuchan.
¿Por qué, pues, son increpados los pastores y de qué se les reprende? Sin duda
de haber ido tras la leche de las ovejas y de haberse cubierto con su lana, olvidando el bien
de las ovejas. Buscaban, por tanto, sus intereses personales, no los de Cristo Jesús
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