El libro de Esdras nos va ayudando a descubrir cómo el pueblo de Israel comenzó a reconstruirse a partir de la reconstrucción del Templo, pues era el Templo y, sobre todo, la presencia de Dios en el Templo lo que generaba la unificación del Pueblo de Dios. Dios era el centro de sus vidas y de su país, de su cultura y de su libertad. Aunque supieran que el Señor estaba siempre al lado de su Pueblo, pero necesitaban un lugar específico, un lugar material para poder ofrecer al Señor sus sacrificios de alabanza y de reconciliación.
Jesús utiliza también la imagen del Templo para referirse a su propio cuerpo, cuando habla de que "destruyan este templo y en tres días lo edificaré", haciendo mención a su muerte y resurrección. Y ese mismo Templo pasamos a ser, después de nuestro bautismo, cada uno de nosotros: las piedras vivas del Templo Santo de Dios. Piedras Vivas que son amalgamadas, unidas, por el vínculo del Amor y el único deseo de Fidelidad a la Voluntad de Dios.
Pero a la vez, cada uno de nosotros, tiene el valor de ser el Templo Vivo del Espíritu Santo, pues desde el día mismo de nuestro bautismo es Él quien comenzó a hospedarse en nuestro cuerpo y dando vida a nuestra alma nos trasnformó en hijos de Dios gracias al Unigénito de Dios, Jesucristo Nuestro Señor.
Por eso, cuando a Jesús le dicen: "tu madre y tus hermanos te andan buscando", Él no ve otra respuesta más lógica que hacer referencia a quiénes somos parte de su Vida:
"Mi madre y mis hermanos son estos: los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen".
No basta tener el tíutlo de madre o hermano, sino lo que sirve a la vida es la Vida misma de la Fidelidad a la Palabra de Dios, pues es la Voluntad de Dios la que fue el alimento constante de Jesús. Su Fidelidad hasta la muerte y muerte en Cruz nos abrió las Puertas del Reino de los Cielos y nos devolvió la filiación divina, para que ya no seamos más pertenencia nuestra sino hijos de Dios, para que ya no seamos más sólo hombres, sino hijos de Dios.
Así, día a día, con las piedras preciosas del camino y con la entrega generosa de nuestras vidas a la Voluntad de Dios vamos dándole hermosura al Templo Vivo del Espíritu Santo, y así, al mismo tiempo, vamos dándole vida al Verdadero Templo de Dios que es el Cuerpo Místico de Cristo, pues Su Palabra vive en nosotros, nos da vida y nos alienta para llevar Luz a las tinieblas y mostrar el Verdadero Camino para la liberación del mundo y construir, día a día, el Reino de Dios en la Tierra.
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