miércoles, 9 de agosto de 2017

Testimonios que ayudan

El libro de la autobiografía de Edith Stein, o Santa Teresa Benedicta de la Cruz, es un libro muy lindo para leer, pues la vida de Edith Stein es una vida como la de cualquiera de nosotros. Ella al escribirla no escatimó detalles de su rebeldía y de su búsqueda, así como también de su vida espiritual y de su vida social.
Hace unos días me acordaba de algo que ella contaba y que siempre me quedó grabado por lo hermoso y simple que era.
Ella contaba cómo le había sorprendido, gratamente, antes de convertirse al cristianismo, ver cómo en la Iglesia por la que ella pasaba, siempre había alguna señora rezando, con su bolsa de la compra a su lado, haciendo así de la oración un momento ordinario de su vida diaria. Aunque para ella no era ordinario sino extraordinario porque no lo había visto antes y eso comenzó a llamar su atención.
Por eso, cuando se convierte al cristianismo descubre que la oración frente al Sagrario es un encuentro maravilloso con el Señor, con el Señor que está ahí en su Presencia Real esperando a quien quiera venir a dialogar. Un Amado que siempre en silencio espera a quien le ama, pero que nunca obliga a nadie a amarlo.
Hoy, muchas veces, en cualquier horario las Iglesias están vacías o, en algunos casos, llenas de turistas que pasan a ver y tomar fotos. Ni siquiera nosotros, los que creemos en la presencia Viva y Real de Cristo en el Sagrario nos acercamos cuando vamos a Misa, sino que nos ponemos a charlar con quien está a nuestro lado como si no lo hubiésemos visto hace años, cosa que está bien que hagamos pero no en el Templo, donde tenemos que dejar lugar al silencio de la oración, al silencio de la contemplación para que realmente sea lo que decimos que es: Casa de Oración, y como dice la Palabra: Casa de oración, puerta del Cielo.
Edith Stein pudo en esos silencios profundos de la oración alcanzar el conocimiento del misterio de Jesús, del misterio de la Cruz. Un misterio que llevó a su vida pues en el descubrió su vocación de entrega silenciosa en el Carmelo y, más tarde, con la Guerra Mundial y el Holocausto, su entrega en Sacrifico por su pueblo judío. Porque es el silencio profundo del diálago con el Señor el que nos ayuda a encontrarnos, como Moisés, cara a cara con el Señor; y en el díalogo cara a cara Él nos dirá todo lo que nuestro corazón necesita saber y nos ayudará con la Luz de Su Espíritu a discernir nuestra propia vocación y camino.
Además de todo esto tenemos que pensar que si nosotros no respetamos el ámbito Sagrado de nuestros Templo, si nosotros no valoramos al Presencia Viva y Real de Cristo en la Eucaristía: ¿somos verdaderos testigos de lo que creemos? ¿podemos así hacerle creer a los que no creen que ahí está nuestro Dios y Señor?

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