Hay pasajes evangélicos que uno no se cansa de escuchar y leer, y, para mí, uno de esos es el de la anunciación. Es que intento imaginar el día, el lugar y el diálogo entre María y el Ángel y tiene que haber sido un momento lleno de... todo, porque no se puede poner en palabras lo que María tiene que haber sentido en ese momento.
Si bien el relato dice que María se sobresaltó, pero claro, no era común que una niña o adolescente recibiera tan inesperada visita, y menos aún tan inesperado saludo:
"¡Alégrate llena de Gracia, el Señor está contigo!".
Aunque, seguramente, Ella siempre sentiría al Señor consigo pues su vida era una vida de entrega cotidiana, de relación permanente con el Señor, pues había sido bendecida desde el seno materno. Pero que venga un Ángel del Cielo y te lo diga es muy fuerte de escuchar y sobre pasa lo que uno puede esperar.
Sin embargo, ese saludo también puede ser para nosotros, porque Ella nos dio al Autor de la Gracia, Nuestro Señor Jesucristo, y cuando estamos en Gracia y lo recibimos en nuestro corazón y alma, también estamos llenos de Gracia, como lo estuvo María. Por eso también nuestra vida tiene que mostrar la alegría de estar en Cristo, pues Cristo está en mí, su Amor está en mi corazón y su Espíritu es quien anima mi vida.
Es seguro que como María, muchas veces, nos preguntemos: "¿Pero cómo puede ser esto?", porque cuando escuchamos la misión que tenemos que realizar, cuando somos conscientes de lo que significa ser cristianos, ser Fieles a la Vida que el Señor nos dió, cuando tenemos que renunciar a nuestro Yo y seguir a Cristo... ¿cómo puedo hacer eso? ¿no soy digno de hacerlo! ¡No tengo fuerzas para hacerlo! ¡No sé cómo hacerlo! Es que tú no tienes que hacerlo, tú te tienes que disponer para dejar que Dios obre en tí, por eso, el Ángel le respondió a María: "El Espíritu Santo descenderá sobre tí y el poder del Altísimo te cubrirá con tu sombra."
Es el mismo Espíritu Santo que recibimos el día de nuestro bautismo, el mismo que nos dio sus Dones el día de nuestra Confirmación, y es el mismo que "desde dentro nuestro clama a Dios llamándolo ¡Abba! ¡Padre!". Pero nada hará en nosotros si no se lo permitimos, nada podrá hacer si no lo dejamos hacer, si le ponemos barreras a su Poder Él nada hará con nosotros y así nos perderemos la oportunidad de alcanzar la plenitud que Él mismo quería para nosotros. Por eso, como María, dándonos cuenta de que sólo tenemos que disponernos a la acción del Espíritu, decimos:
"Yo soy la servidora del Señor, que se cumpla en mí lo que has dicho", y el Espíritu Santo nos fortalecerá, nos instruirá, nos colmorá de sus Dones para ser Fieles a la Voluntad de Dios.
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