miércoles, 30 de agosto de 2017

Como un padre a sus hijos...

"...lo mismo que un padre con sus hijos, nosotros os exhortábamos a cada uno de vosotros, os animábamos y os urgíamos a llevar una vida digna de Dios, que os ha llamado a su reino y a su gloria.
Por tanto, también nosotros damos gracias a Dios sin cesar, porque, al recibir la palabra de Dios, que os predicamos, la acogisteis no como palabra humana, sino, cual es en verdad, como palabra de Dios, que permanece operante en vosotros, los creyentes".
Anoche alguien me preguntaba por qué la gente a los sacerdotes nos llamaba "padre", y se nota que me quedó esa pregunta rondando en la cabeza, y es san Pablo quien lo explica bien a los Tesalonicenses: "lo mismo que un padre con sus hijos...". Es la actitud de aquél que ha sido puesto a cargo de una familia: la familia de los hijos de Dios, que sin querer ocupar el lugar del Padre, somos sus instrumentos para acompañar a sus hijos por el Camino que Él mismo nos ha mostrado que tenemos que recorrer.
Aunque no es nuestro querer "usurpar" el nombre de Padre, por aquello que dice el Señor: "a nadie llaméis Padre porque sólo tenéis uno el Padre del Cielo", pero por el amor que nos tienen los que a nosotros el Padre nos encomienda nos otorgan, inmerecidamente su nombre.
Y así es la tarea, no sólo de los sacerdotes, sino también de todos los padres de familia: animar a sus hijos a llevar una vida digna de Dios, mostrando el Camino no desde una mera palabra humana, no desde el gusto humano de los padres terrenales, sino desde la Palabra que el Padre nos ha dirigido desde sus Profetas hasta su Propio Hijo. Animar a tiempo y destiempo, como dice san Pablo, intentando ser Fieles, siempre, a la Palabra de Dios porque es la única que nos muestra el Verdadero Camino de la Vida, y es la única que "permanece operante" en los que creen en Ella.
Si dejamos que la Palabra opere realmente en nuestro corazones, será Ella quien ilumine las oscuridades de nuestro corazón, quien nos ayude a discernir lo que es bueno y lo que malo en el camino de la santidad, será Ella quien nos ayude a encontrar el camino de la conversión y quitar de nosotros todo aquello que es un estorbo para nuestra santidad, así no seremos receptores de los "Ayes" de Jesús:
«¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que os parecéis a los sepulcros blanqueados! Por fuera tienen buena apariencia, pero por dentro están llenos de huesos y podredumbre; lo mismo vosotros: por fuera parecéis justos, pero por dentro estáis repletos de hipocresía y crueldad".
Sólo cuando la Palabra ocupa nuestro corazón y modela nuestra conducta y nuestro ser nos volvemos verdaderamente hijos de Dios, con el corazón y el alma llenos de Dios, para que nuestra vida sea, como dice Jesús, luz para iluminar las tinieblas del error del mundo.

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