domingo, 13 de agosto de 2017

No reconocieron el Don de Dios

"Hermanos:
Digo la verdad en Cristo, no miento – mi conciencia me atestigua que es así, en el Espíritu Santo – : siento una gran tristeza y un dolor incesante en mi corazón; pues desearía ser yo mismo un proscrito, alejado de Cristo, por el bien de mis hermanos, los de mi raza según la carne..."
San Pablo está sufriendo por que el Pueblo Elegido no ha reconocido en Jesús al Mesías Esperado, Prometido. Sufre porque los de su sangre no pueden abrir el corazón como Él lo abrió a la Gracia del Señor. Sufre porque quisiera que los suyos también compartieran con Él el gozo de haber encontrado al Mesías, al Salvador. Un sentimiento muy profundo y lleno de dolor por no poder acercar a los que uno quiere a este gozo de saberse salvado, de saberse querido por el Mesías Salvador. Es uno de los sentimientos más puros del corazón del hombre el sufrir por no poder compartir con quien se quiere el gran tesoro que uno ha encontrado, o más aún que los que uno quiere le den vuelta la cara por no haber comprendido el Camino de la Salvación.
Nos paramos, muchas veces, sobre nuestras cerrazones de corazón y entendederas y no somos capaces de ver lo que es evidente a nuestros ojos. El mal orgullo nos impide descubrir el Camino Verdadero o la Verdad del Camino y nos enceguece de tal manera que hasta rompemos las relaciones más profundas, tanto con la familia como con los mejores amigos. Y no estoy hablando solamente del camino de la FE, sino que también vemos a nuestro alrededor familias o amistades rotas desde hace muchos años por la cerrazón del corazón.
San Pablo al hablar del dolor que siente por su pueblo hace referencia a todo lo que el Pueblo había recibido de parte de Dios, pero aún así no comprenden y desprecian los mensajes que el Señor les había dado a lo largo del tiempo. Y así también nos sucede con nuestras cerrazones, no valoramos lo vivido, no valoramos que hemos luchado y cuánto nos hemos querido, sino que por esta situación o por aquella cosa hemos dejado de mirarnos como hermanos y hemos roto lazos preciosos y valiosos para nuestras vidas.
Por eso cuando Cristo nos pide que para seguirlo hemos de renunciar a nosotros mismos nos quiere ayudar a convertir aquellas cosas que hay en nuestro corazón que nos impidan reconocer y conocer a Aquél que es nuestra Salvación, a Aquél que viene a liberarnos de las ataduras del pecado y quiere hacernos vivir en la libertad de la Gracia, una Gracia que Él mismo nos trae con su Vida y Su Palabra. Si tuviéramos el corazón libre de nosotros mismos podríamos aceptar los errores, los pecados, y descubrir que el mejor camino es el arrepentimiento y el pedido de perdón para sanar aquello que se ha roto o muerto por causa de la cerrazón de corazón.

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