"Queridos hermanos:
Revestíos todos de humildad en el trato mutuo, porque Dios resiste a los soberbios, mas da su gracia a los humildes. Así pues, sed humildes bajo la poderosa mano de Dios, para que él os ensalce en su momento".
Hay expresiones de Jesús o del Evangelio, en este caso de la carta de San Pedro que, muchas veces, no utilizamos para nosotros mismos sino que las utilizamos para hacerles ver a los demás lo que no son. Sin embargo, cuando leemos la Palabra o escuchamos la Palabra en la Misa o en una Celebración, es Dios quien quiere hablarme a mí y no que yo esté pensando en a quién le hace falta esta Palabra. Porque, claro que es lindo sólo escuchar cosas lindas de Dios (o de los demás) para mí; pero también es bueno saber escuchar lo que nos hace crecer.
Y fijaos que San Pedro nos pide revestirnos de humildad para la convivencia, para el trato mutuo. Claro está que a la humildad que San Pedro se refiere no es la de andar siempre con la cabeza doblada aceptando todo lo que los demás tengan contra mí, y no poder decir en ningún nada de nada. Sino que se refiere a la humildad del saber escuchar, de saber estar frente al otro, de respetar al otro como otro igual que yo, y, sabiendo, sobre todo, que el otro puede tener algo que decirme de parte de Dios.
La humildad es saber respetar para ser respetado, saber escuchar para ser escuchado, saber que no soy indispensable para nadie, ni tan siquiera para Dios; y por sobre todas las cosas saber que no soy Dios, y que por eso no tengo todas las respuestas y que, por eso mismo necesito de mis hermanos, pues el Señor nos pidió vivir en comunidad para que sean mis hermanos los espejos que ayuden a ver mi vida.
Y mirad lo que sigue diciendo San Pedro: "porque Dios resiste a los soberbios, mas da su gracia a los humildes". Cuando nuestro corazón se endurece con la soberbia de creer que no necesito de nadie, y que nadie puede aconsejarme pues yo se todo lo que tengo hacer, pues entonces no necesito ni siquiera de la gracia de Dios, pues la Gracia también me llega por medio de mis hermanos a quien Dios manda para que me orienten, me guíen, me acompañen en el caminar de la vida.
Cuando siento que no tengo la fuerza, que he perdido la alegría, la capacidad de amar y perdonar, es porque ya no hay Gracias en mí, pues me he quedado solo y la soberbia se apoderó de mi corazón. Y así también la Paz que el Señor me había concedido ha dejado mi corazón.
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