lunes, 17 de abril de 2017

Llevar la noticia a mis hermanos

"En aquel tiempo, las mujeres se marcharon a toda prisa del sepulcro; llenas de miedo y de alegría, corrieron a anunciarlo a los discípulos.
De pronto, Jesús les salió al encuentro y les dijo:
«Alegraos».
Ellas se acercaron, le abrazaron los pies y se postraron ante él".
El primer saludo de Jesús a las mujeres que fueron al sepulcro, es, también, el primer saludo que nos hace a nosotros: ¡Alegraos!, pues el acontecimiento requiere de nuestra alegría, o, mejor dicho, su resurrección nos devuelve la alegría a nuestra vida. Una alegría que no nace de dentro mío sino que es Él quien nos la otorga, pues es Él quien ha cumplido las Promesas del Padre.
Las mujeres llegaron al sepulcro con toda la carga del dolor de verlo morir en una Cruz, con el dolor de la Soledad de varios días, con el dolor de la noche oscura de la fe pues habían creído en Él y esperaban algo más pero no fue así, con el dolor de que no soportaban el miedo a ser perseguidas, con el dolor de un amor que se había perdido.
Y de pronto todo dejó de ser dolor para pasar a ser el Gozo de la Resurrección, por eso ante tanto gozo que inundaba su corazón lo único que se les ocurrió fue "abrazarle los píes y postrarse ante Él", ya no era más Jesús, el hijo de María y José, el Rabbí del pueblo, sino que ya era Jesús, nuestro Dios y Señor, ¡Resucitado!
Cuando realmente nos postramos ante el Señorío del Señor todo vuelve a tener la Luz de la Fe, vuelve a brillar la Esperanza de la Pascua en nuestras vidas y la alegría que brota de la confianza en Sus Promesas se hace presente en nuestro corazón. No es la alegría de salir cantando o a las grandes risas, es la alegría que da la segura esperanza de que todo está en Sus Manos, porque todo es Obra de Él, por Él y para Él, pues si lo dejamos permanecer, verdaderamente, en nuestras vidas Él nos ayuda a poder salir de todas las oscuridad, de todos los valles áridos, nos ayuda a cargar nuestras cruces y, sobre todo, nos da la fortaleza necesaria para ser fieles en la misión que nos encomienda.
Pues al postrarnos ante Él y agradecerles por la Nueva Vida, Él mismo nos da una misión:
"Jesús les dijo:
«No temáis: id a comunicar a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán».
Pues ocupándome de los demás, de llevarles a ellos la esperanza que ha nacido en mí, de compartir con ellos la alegría de la fe, de vivir con mis hermanos el amor que Él tiene por mí, me libera de mí mismo y me hace libre para vivir para Él, me hace libre de mis preocupaciones y me puedo ocupar en la Fidelidad a la Vida que ha nacido en mí, me puedo ocupar de buscar el Reino de Dios y su justicia, pues se que todo lo demás vendrá por añadidura.
Sí, la alegría Pascual lleva consigo una misión: olvidarme de mí y llevar la noticia a mis hermanos.

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