El evangelio de hoy, termina con una frase que, por un lado parece dura, pero si la vemos en profundidad es ideal para meditar:
"Ellos estaban en el colmo del estupor, pues no habían comprendido lo de los panes, porque eran torpes para entender".
Parece dura porque el evangelista llama torpes a los apóstoles, torpes para entender. Y tiene razón, eran torpes para entender, pues nosotros tampoco podríamos entender los milagros que hacía Jesús: la multiplicación de los panes, el caminar sobre las aguas, las sanaciones y las resucitaciones que hizo, todo los milagros que hizo no eran posibles de entender. En ese tiempo, como pasa hoy mismo, sólo se quiere los milagros por los milagros, pero no se mira más allá, y ahí está la dureza: cuando queremos o cuando necesitamos a Dios, creemos, pero cuando no lo necesitamos lo negamos o no nos acordamos de quién es.
Los que son torpes de entender siempre buscan signos, siempre piden milagros, y hay un milagro que es que nunca se ve, y al que no le damos importancia, y es del que nos habla San Juan en la lectura de hoy:
"A Dios nadie lo ha visto nunca. Si nos amarnos unos a otros, Dios permanece en nosotros y su amor ha llegado en nosotros a su plenitud.
En esto conocemos que permanecemos en él, y él en nosotros: en que nos ha dado de su Espíritu. Y nosotros hemos visto y damos testimonio de que el Padre envió a su Hijo para ser Salvador del mundo".
¿Quién a visto el amor? Sin embargo todos buscamos el amor, todos buscamos ser amados y amar, pero nadie ha visto nunca el amor. Se piden signos y gestos de amor, pero ¿para qué? Es necesario pedir un gesto o un signo al amado o al amante, si el amor se experimenta o no, no puede haber signo de amor si no se ama, porque por más signo que pida, si no experimento y no me abro al amor, ¿para qué quiero los signos?
¿Cuándo dejaron de ser torpes para entender los apóstoles? Cuando el Espíritu Santo descendió sobre ellos y los colmó con sus dones, pero sobre todo porque tenían la necesidad de entender, querían entender para anunciar, para vivir aquello que el Señor les había pedido:
"Id a todo el mundo y anunciad el evangelio", anunciad la Buena Noticia del Amor de Dios que nos salva, que nos da nueva vida, que nos inunda el corazón y nos hace capaces de la Vida Eterna, porque la Vida Eterna es Vida de Amor, en el Amor. Y nos hay mejor noticia que una Vida de Amor.
Por eso, cuando nosotros, los que hemos conocido el Amor de Dios y experimentamos su Amor debemos manifestarlo a todos los hombres, manifestar la alegría y el gozo de sabernos amados, y lo hacemos amando a todos y dándoles a todos testimonio de amor.
Claro, nada fácil, pero la mejor noticia de nuestra vida: somos capaces de vivir entre nosotros el amor de Dios, pues ese Amor ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado el día de nuestro Bautismo.
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