"¡Sígueme!", nos dice hoy Jesús, como a Leví (Mateo) o tantos otros, apóstoles o santos. Y al pensar en esa palabra nos damos cuenta que no nos dice: "aprendan de memoria", o "estudien la Ley", sino "sígueme". Es decir seguimos a una persona, que, para nosotros es Dios, en la segunda persona de la Santísima Trinidad: el Verbo que se hizo carne y habitó entre nosotros. Y ese Dios nos llama a seguirlo.
Pero seguirlo no es sólo ir por detrás, sino seguirlo vivencialmente, así como hoy se sigue a un cantante, futbolista o estrella de la TV que imitamos su manera de hablar, de vivir, de vestir, de cortarse el pelo: hago mía su vida, y mi vida ya es como la suya.
Claro que la vida de esta estrellas no redunda en vida para mí, porque ellas absorben mi vida y me quitan mi propia personalidad. En cambio Jesús, nuestro Señor y Dios, no me quita personalidad, al contrario hace que mi personalidad se realice, se plenifique, porque sabe que El Padre nos ha hecho únicos, pero en esa originalidad Él quiere que vivamos a ejemplo de Su Hijo Único, pues Él es el Camino que nos conduce a la Vida.
Seguirlo a Jesús... Suena a difícil, suena a tener que dejar todo, a cambiar el estilo de vida, suena a tarea difícil. Y sí es difícil, pero no imposible. Y muchas veces lo repito y me lo repito, pues el ángel se lo dijo a María: "lo que es imposible para el hombre no lo es para Dios".
Pero hoy queremos recibir todo de Dios sin entregar nada. Queremos tener la vida arreglada y perfecta sin esforzarnos en buscar el sentido a esta vida. Más cuando sabemos quienes somos, cuando hemos sido consciente que somos hijos de Dios, porque hemos recibido Su Espíritu.
Y, sí, lamentablemente saber quiénes somos condiciona mi manera de vivir, mi manera de pensar, porque o soy lo que soy o dejo de ser, o acepto el vivir según una vida cristiana o renuncio a mi.
Hoy nos encontramos con muchos que se jactan en criticar a los que van a Misa, porque dicen que esos no son cristianos y se quedan en la acera de enfrente a ver quién entra a Misa y a criticar que cuando salen no viven lo que dicen. Pero quienes entramos a Misa buscamos a nuestro Dios para que nos ayude cada día a dar el difícil paso de convertir nuestro corazón y de vivir cada día más intensamente nuestra fe. Por eso no nos quedamos en la acera de enfrente criticando, sino que intentamos e insistimos en que debemos convertirnos y para eso necesitamos de Dios, para seguir a Jesus y encontrar, un día, la Gracia total para alcanzar nuestra santidad.
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