"Animaos, por el contrario, los unos a los otros, día tras día, mientras dure este «hoy», para que ninguno de vosotros se endurezca, engañado por el pecado".
Animaos los unos a los otros mientras dure este "hoy", me pareció algo muy lindo para tenerlo siempre presente en nuestro "hoy" constante, porque en los tiempos que vivimos muchos estamos proclives a la desesperanza, y no sólo que nos deprimimos nosotros mismos, sino que, muchas veces (inconscientemente) contagiamos a los demás con nuestra depresión.
Pero, a la vez, el ánimo que Dios quiere que tengamos o que nos demos es para que no endurezcamos nuestro corazón, para que no caigamos en el pecado. Claro que no es fácil pedirle a nuestros hermanos que no pequen, o que dejen de pecar. O, incluso, a veces, es fácil señalar el pecado a nuestros hermanos y marcarlos con la señal del pecado. Pero Dios nos pide que nos demos ánimos, es decir que alimentemos el deseo de vivir con el corazón "blando", permeable a la Palabra de Dios, a Su Voluntad, a Su Amor, para que llenos de Su Vida fortalezcamos la nuestra para evitar las tentaciones del pecado.
Y, claro, ahora sí que es más complicado. Sí, es más complicado contagiar la vida que señalar el pecado. Porque el pecado se ve claramente, pero vivir la Vida de Dios para poder contagiarla me implica que debe asumir y debo vivir, para poder dar lo que tengo.
Por eso, Dios por medio del escritor de la Carta, nos dice "animaos los unos a los otros", es una tarea conjunta que, como hermanos, debemos intentar en comunidad, unidos unos con los otros, creciendo en el amor fraternal, creciendo en una relación dialogante de hermanos que se aman, y que juntos buscan crecer en la santidad.
Si sólo nos buscamos para señalarnos el pecado y los defectos, eso no nos da vida, nos desanima y hasta incluso nos lleva a la desesperanza. Pero si cada día nos unimos para la oración, la reflexión de la Palabra y la fracción del Pan, como lo hacían las primeras comunidades cristianas (y nos lo cuentan los Hechos de los apóstoles) vamos a ver que la Vida retorna a nuestros corazones, y podremos así volver a encendernos en el Espíritu Santo para que nuestra vida sea luz, sal y fermento en el mundo.
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