De las Homilías de san Amadeo de Lausana, obispo
Observa cuán adecuadamente brilló por toda la tierra, ya
antes de la asunción, el admirable nombre de María y se difundió por todas
partes su ilustre fama, antes de que fuera ensalzada su majestad sobre los
cielos. Convenía, en efecto, que la Madre virgen, por el honor debido a su Hijo,
reinase primero en la tierra y, así, penetrara luego gloriosa en el cielo;
convenía que fuera engrandecida aquí abajo, para penetrar luego, llena de
santidad, en las mansiones celestiales, yendo de virtud en virtud y de gloria en
gloria por obra del Espíritu del Señor.
Así pues, durante su vida mortal gustaba anticipadamente las
primicias del reino futuro, ya sea elevándose hasta Dios con inefable
sublimidad, como también descendiendo hacia sus prójimos con indescriptible
caridad. Los ángeles la servían, los hombres le tributaban su veneración.
Gabriel y los ángeles la asistían con sus servicios; también los apóstoles
cuidaban de ella, especialmente san Juan, gozoso de que el Señor, en la cruz, le
hubiese encomendado su madre virgen, a él, también virgen. Aquéllos se alegraban
de contemplar a su reina éstos a su señora, y linos y otros se esforzaban en
complacerla con sentimientos de piedad y devoción.
Y ella, situada en la altísima cumbre de sus virtudes,
inundada como estaba por el mar inagotable de los carismas divinos, derramaba en
abundancia sobre el pueblo creyente y sediento el abismo de sus gracias, que
superaban a las de cualquiera otra creatura. Daba la salud a los cuerpos y el
remedio para las almas, dotada como estaba del poder de resucitar de la muerte
corporal y espiritual. Nadie se apartó jamás triste o deprimido de su lado, o
ignorante de los misterios celestiales. Todos volvían contentos a sus casas,
habiendo alcanzado por la madre del Señor lo que deseaban.
Plena hasta rebosar de tan grandes bienes, la esposa, madre
del esposo único, suave y agradable, llena de delicias, como una fuente de los
jardines espirituales, como un pozo de agua viva y vivificante, que mana con
fuerza del Líbano divino, desde el monte de Sión hasta las naciones extranjeras,
hacia derivar ríos de paz y torrentes de gracia celestial. Por esto, cuando la
Virgen de las vírgenes fue llevada al cielo por el que era su Dios y su Hijo, el
rey de reyes, en medio de Ia alegría y exultación de los ángeles y arcángeles y
de la aclamación de todos los bienaventurados, entonces se cumplió la profecía
del Salmista, que decía al Señor: De pie a tu derecha está la reina enjoyada
con oro de Ofir.
sábado, 22 de agosto de 2020
Reina del mundo y reina de la Paz
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