"Ella se acercó y se postró ante él diciendo:
«Señor, ayúdame».
Él le contestó:
«No está bien tomar el pan de los hijos y echárselo a los perritos».
¡Qué hirientes que han sonada las palabras de Jesús! ¿Cómo puede decir algo así a una mujer necesitada, a alguien que viene a pedir algo que realmente necesita, y, sobre todo, algo que le hace doler el corazón pues es la salud de su hija?
Es lo que muchas veces nos preguntamos acerca de nosotros mismos o de situaciones que suceden a nuestro alrededor: ¿Cómo puede ser que Dios permita esto o tal cosa? ¿Cómo pude ser que no escuche lo que le estoy pidiendo? ¿Cómo puede ser que los malos estén bien y yo no?
No ha sido, ni será el proyecto de Dios quitar el dolor y la enfermedad y la muerte del mundo. No fue esa la misión de Jesús. Pero tampoco está fuera de su corazón aliviar el dolor y la enfermedad y la muerte. Pero sí, sobre todo, quiere sanar el corazón alejado de Él para que vuelva a tener la vida que necesita, porque la salvación no está en si me curo o si no muero, sino en la Fe que tengo para saber llevar adelante la Cruz que el Señor me está pidiendo.
"Pero ella repuso:
«Tienes razón, Señor; pero también los perritos se comen las migajas que caen de la mesa de los amos».
Jesús le respondió:
«Mujer, qué grande es tu fe: que se cumpla lo que deseas».
Jesús no sólo quería hacer nacer la Fe en esa mujer, que no era judía, sino quería mostrar que es la Fe lo que sana el corazón del hombre. Una fe que levanta de la postración del dolor, de la angustia, del sin sentido, de la desesperanza, del desconsuelo, de la soledad, del dolor, de la oscuridad y de tantos otros males que andan rondando al hombre de todos los tiempos.
Nuestra vida terrenal tiene un principio y un final, pero sabemos, por la Gracia de Dios, que los que hemos sido configurados con Cristo Resucitado por el bautismo, tenemos la Gracia de la vida sobrenatural y podemos llegar a gozar de la Vida Eterna, si nos mantenemos unidos a Él, si somos capaces de permanecer fieles a la Voluntad de Dios aquí en la tierra como en el Cielo, entonces podremos llegar a alcanzar la Vida tan esperada, pero, mientras tanto, debemos seguir construyendo en la tierra el Reino de los Cielos, y se construye con nuestra perseverancia y constancia, con nuestros constantes actos de fe en la Provincia y la confianza en el Amor que el Padre nos tiene.
¿Cómo lo hacemos? No desperdiciando, como dice el evangelio, las migajas que caen de la misa de los hijos. Nosotros somos los hijos de Dios, pero no siempre nos acercamos a la Mesa a alimentarnos del Pan del Cielo, sino que dejamos que el Pan quede en la mesa, y así, ni nos alimentamos nosotros, ni alimentamos a los que lo necesitan, porque el Pan del Cielo es un alimento para nuestra vida espiritual, pero que, también, es un Pan que alimenta, por medio de nuestra vida, la vida de los demás que no tienen la posibilidad de acercarse a la Mesa del Banquete Celestial. Por eso mismo, no desperdiciemos el Alimento que el Padre nos da, así nuestra fe seguirá madurando y seremos capaces de alimentar el Hambre de muchos hermanos que lo necesitan.
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