De las Homilías de san Gregorio de Nisa, obispo, sobre el Eclesiastés
Si el alma eleva sus ojos a su cabeza, que es Cristo, según la
interpretación de Pablo, habrá que considerarla dichosa por la penetrante mirada
de sus ojos, ya que los tiene puestos allí donde no existen las tinieblas del
mal. El gran Pablo y todos los que tuvieron una grandeza semejante a la suya
tenían los ojos fijos en su cabeza, así como todos los que viven, se mueven y
existen en Cristo. Pues, así como es imposible que el que está en la luz vea
tinieblas, así también lo es que el que tiene los ojos puestos en Cristo los
fije en cualquier cosa vana. Por tanto, el que tiene los ojos puestos en la
cabeza, y por cabeza entendemos aquí al que es principio de todo, los tiene
puestos en toda virtud (ya que Cristo es la virtud perfecta y totalmente
absoluta), en la verdad, en la justicia, en la incorruptibilidad, en todo bien.
Porque el sabio tiene sus ojos puestos en la cabeza, mas el necio camina en las
tinieblas. El que no pone su lámpara sobre el candelero, sino que la pone bajo
el lecho, hace que la luz sea para él tinieblas.
Por el contrario, cuántos hay que viven entregados a la lucha por
las cosas de arriba y a la contemplación de las cosas verdaderas, y son tenidos
por ciegos e inútiles, como es el caso de Pablo, que se gloriaba de ser insensato
por Cristo. Porque su prudencia y sabiduría no consistía en las cosas que retienen
nuestra atención aquí abajo. Por esto dice: Nosotros somos insensatos por Cristo,
que es lo mismo que decir: «Nosotros somos ciegos con relación a la vida de este
mundo, porque miramos hacia arriba y tenemos los ojos puestos en la cabeza.» Por
esto vivía privado de hogar y de mesa, pobre, errante, desnudo, padeciendo hambre
y sed.
¿Quién no lo hubiera juzgado digno de lástima, viéndolo encarcelado,
sufriendo la ignominia de los azotes, viéndolo entre las olas del mar al ser la
nave desmantelada, viendo cómo era llevado de aquí para allá entre cadenas? Pero,
aunque tal fue su vida entre los hombres, él nunca dejó de tener los ojos puestos
en la cabeza, según aquellas palabras suyas: ¿Quién podrá apartarnos del amor de
Cristo? ¿La aflicción? ¿La angustia? ¿La persecución? ¿El hambre? ¿La desnudez?
¿El peligro? ¿La espada? Que es como si dijese: «¿Quién apartará mis ojos de la
cabeza y hará que los ponga en las cosas que son despreciables?» A nosotros nos
manda hacer lo mismo, cuando nos exhorta a poner nuestro corazón en las cosas del
cielo, lo que equivale a decir «tener los ojos puestos en la cabeza».
lunes, 17 de agosto de 2020
El sabio tiene los ojos puestos en la cabeza
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