miércoles, 12 de agosto de 2020

Corrección fraterna y confesión

"En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Si tu hermano peca contra ti, repréndelo estando los dos a solas. Si te hace caso, has salvado a tu hermano. Si no te hace caso, llama a otro o a otros dos, para que todo el asunto quede confirmado por boca de dos o tres testigos. Si no les hace caso, díselo a la comunidad, y si no hace caso ni siquiera a la comunidad, considéralo como un pagano o un publicano.
En verdad os digo que todo lo que atéis en la tierra quedará atado en los cielos, y todo lo que desatéis en la tierra quedará desatado en los cielos".
Nunca me había puesto a pensar que la exhortación sobre la corrección fraterna estaba unida al sacramento de la reconciliación, o sea a la confesión sacramental. Y, claro, es lógico que así sea, porque en la confesión sacramental e individual se puede hacer corrección fraterna, pues el penitente confía en el sacerdote sus pecados y recibe por otra parte una corrección para recobrar la Gracia que había perdido por el pecado.
Es una hermosa manera de ver el tema de la confesión indiviudal, cuando hay tantos que, sin estar permitido, buscan la confesión comunitaria, o mejor dicho la absolución comunitaria de los pecados. Y ¿qué es lo que perdemos en la confesión comunitaria? Primero que no está permitida hacerla de modo ordinario, sino de modo extraordinario en casos excepcionales. Pero, lo importante, es que nos perdemos de poder hablar con el confesor y que sea Él quien en nombre de Jesús nos pueda orientar y aconsejar para solucionar nuestros pecados, quien nos pueda corregir fraternalmente para poder seguir caminando en santidad.
Claro que no es fácil poder abrir nuestro corazón a un hombre pecador e imperfecto como yo. Y eso también es un acto de fe que realizamos: es Jesús quien le concedió ese poder a los apóstoles y así llega hasta nuestros días por las manos de los sacerdotes, y, por eso, no tengo que pensar sólo en la imperfección o el pecado del instrumento elegido por Dios, sino en la Gracia que por sus palabras y sus manos desciende en mi alma, pues es el mismo Jesús quien me escucha y me perdona.
Muchas veces, cuando escuchamos: yo me confieso con Dios, no necesito que ningún cura venga a decirme qué es lo que tengo que hacer, ni tengo que decirle a él lo que he hecho... Es una lástima, pienso yo, ya que tampoco me es fácil confesarme, pero sí siento que al hacerlo no lo hago con un hombre pecador como yo, sino que lo hago con Jesús, que es Quien nos escucha y nos absuelve de nuestros pecados. Y, aunque ese sacerdote sea pecador como yo, él tiene la Gracia para poder decirme algo que me ayude o me oriente, no me obliga a hacer las cosas, pero sí me escucha y me orienta para que yo decida cómo quiero continuar mi vida cristiana.
Son esos misterios que el Señor ha querido regalarnos que no siempre los sabemos valorar, porque ponemos delante la humanidad del instrumento y no la Gracia Salvadora que el Señor nos dejó en las manos de ese instrumento.

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.