"Él lo sacó de la aldea, llevándolo de la mano, le untó saliva en lo ojos, le impuso las manos y le preguntó:
«¿Ves algo?».
Levantando lo ojos dijo:
«Veo hombres, me parecen árboles, pero andan».
En el encuentro con Jesús en la oración o en la reflexión de la Palabra siempre intentamos discernir lo que hemos de hacer, buscar Su Voluntad; pero un momento de oración o de reflexión, para algunos casos, no es mucho porque podemos comenzar a ver algo pero no ver con claridad lo que hemos de hacer. Nos pasa como al ciego del milagro, un primer "toque" de la mano de Jesús no le permitió ver con claridad: "veo hombre, me parecen árboles, pero andan". Y Jesús tuvo que volver a tocarlo con sus manos.
Hoy en día, cuando el mundo va a tanta velocidad, creemos que con unos minutos de oración o con alguna misa podemos llegar a tener muy claro que lo que hemos de hacer o cómo actuar, sin embargo no siempre vamos a tener la total claridad de cuál es la Voluntad de Dios.
Es cierto que si miramos los mandamientos y los consejos evangélicos vamos a saber por dónde ir. Pero cuando buscamos más allá de ellos y necesitamos respuestas más concretas sobre situaciones vitales que hacen a un proyecto de vida, entonces vamos a tener que estar más tiempo con Jesús, encontrar el modo de que el diálogo con Él sea más intenso y constante. Y no es porque Jesús no tenga el poder de darme la Luz necesaria en ese momento, de abrir mis ojos cuando se lo pida, sino que no quiere acostumbrarme a vivir de "milagros urgentes" para definir mi vida, sino que lleva Su Palabra a la Vida para poder ver qué es lo que quiere el Padre de mí.
Por eso mi vida espiritual debe ser algo continuo y constante, no siempre será con la misma intensidad, y no siempre veré con claridad, sino que cada momento de la vida tendrá sus respuestas y si permanezco en esa relación siempre podré contar con su Luz. La ansiedad en querer tener una respuesta ya es lo que, muchas veces, nos lleva a la desesperación de no poder escucharlo, de no poder entenderlo, de llegar a pensar que estoy solo y que no me escucha; pero, en realidad, quien no escucha soy yo porque no le dejo tiempo a Dios para que me lleve, como al ciego del evangelio, a un lugar apartado en el cual pueda darme la Luz necesaria para ver con claridad.
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