Una vez alguien me contó una anécdota de un bautismo de un niño. Este niño tenía un hermanito ya mayor, de algunos añitos, que estaba de pie junto a la familia cuando bautizaban al pequeño. Como el pequeño lloraba tanto cuando le echaban el agua sobre su cabeza, su hermanito preguntó: ¿duele mucho? A lo que el padre le respondió: ahora no, pero más adelante sí.
Esta anécdota surgió precisamente en este día de la Candelaria o de la Presentación del Niño Jesús en el Templo o en día de la Purificación de María, pues las tres cosas suceden en este día. Pero quería centrarme en la presentación del Niño Jesús en el Templo, porque ahí radica "el dolor del bautismo" del que nunca tomamos conciencia (cuando lo pedimos o cuando razonamos sobre quiénes somos los cristianos)
Es claro que el bautismo es un rito hermoso en la vida de los cristianos, y nos permite ser parte de la Familia de Dios. Además siempre hay un buen festejo después de la ceremonia. Y, generalmente, todo finaliza ahí hasta el momento de tomar la Comunión. Pero así no era en un principio o, mejor dicho, así no tendría que ser, aunque somos muchos los que lo vivimos así y después Dios se encargó de hacernos tomar conciencia de lo que somos.
Y ¿por qué digo "el dolor del bautismo"? Porque si lo miramos con detenimiento lo que significa ser bautizado, en la madurez de nuestra vida (cuando comenzamos a tomar conciencia de quiénes somos los cristianos) entonces se produce o se comienza a vivir la profecía de Simeón:
"Este niño será causa de caída y de elevación para muchos en Israel; será signo de contradicción, y a ti misma una espada te atravesará el corazón. Así se manifestarán claramente los pensamientos íntimos de muchos".
Ser cristiano es un signo de contradicción, incluso, para los cristianos. Sí, porque no siempre nos agrada lo que Dios nos pide vivir; no siempre queremos lo que Su Palabra nos dice que debemos hacer; no siempre estamos dispuestos a aceptar la Voluntad de Dios; pero igualmente seguimos diciendo: "Padre nuestro...".
Y ese desafío que nos plantea el Señor es un dolor que "nos atraviesa el corazón", es la lucha de la carne contra el espíritu y del espíritu contra la carne de la que nos cuenta San Pablo en sus cartas. Y, así mismo, sabiendo el Señor quiénes somos y la pobreza que llevamos en este cántaro de barro Él nos llamó a ser Luz para las naciones y gloria de su pueblo.
¿Por qué tuvo que darnos tanto sabiendo que somos tan poco? Porque es Él quién nos ilumina, es Él quien nos fortalece, es Él quien tiene el poder y la gloria. Cuando sólo confiamos en nosotros mismos se produce la gran batalla del hombre contra el hijo de Dios, y, por lo general gana el hombre que duda de Su Padre y el hijo de Dios vuelve a la oscuridad de la contradicción pues siendo quien debe iluminar se oculta tras los muros de la desconfianza y del temor de no poder ser lo que el Padre quiere.
Hoy es el día en que, también nosotros como Jesús, somos presentados en el Templo para consagrarnos al Señor, debemos renovar, cada día, aquello que el Señor nos regaló con nuestro bautismo: una Vida Nueva consagrada al Señor por el Espíritu Santo que nos fue dado.
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