"El Señor habló a Moisés:
«Di a la comunidad de los hijos de Israel:
“Sed santos, porque yo, el Señor, vuestro Dios, soy santo".
Y Jesús al finalizar la exhortación de hoy del Evangelio, nos dice:
"Porque, si amáis a los que os aman, ¿qué premio tendréis? ¿No hacen lo mismo también los publicanos? Y, si saludáis solo a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de extraordinario? ¿No hacen lo mismo también los gentiles? Por tanto, sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto».
En el refranero popular decimos que "de tal palo tal astilla" y nosotros somos una astilla de Dios, por eso la exigencia en nuestra vida es mucho más grande de lo que, a veces, vivimos o creemos.
Claro está que la perfección de la que nos habla Jesús no es la perfección del mundo, sino la perfección del Padre que es la santidad. Por eso la santidad y la perfección están fundadas en el Amor, pues no hay Ley más importante y difícil en nuestra vida que la Ley del Amor: "amaos unos a otros como Yo os he amado" y por eso, a lo largo de su predicación Jesús fue centrando o explicando los mandamientos de Dios desde la Ley del amor y no desde la pura letra de la ley.
Es claro que nunca alcanzaremos la perfección de un Dios que es Amor Infinito, pero sí lo podemos intentar pues el Camino que nos ha marcado por su Hijo es el Camino del Amor, de un Amor que se fue entregando a cada paso y que, llegado el último momento, no dudó en hacerse más claro y evidente: estando ya clavado en la Cruz suplicó "Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen". Y nosotros podríamos decir: sí que sabían lo que hacían, y lo hacían con conciencia y con maldad. Pero Su Amor fue mucho más grande que nuestra pobre razón.
Así su entrega en el Amor fue total: entregó su vida por amor a nosotros y al Padre, para darnos así un ejemplo claro de hasta qué punta tenemos que vivir el amor: entregarnos de lleno y por completo al Amor de Dios, y por Dios a los hermanos.
Difícil camino, pero no imposible, por eso necesitamos al Señor constantemente en nuestras vidas para poder amar y perdonar, servir y pedir perdón, pero también para dar alegría, esperanza, luz, consuelo, y todo aquello que el Señor nos lo da a nosotros, y así como "hace salir el sol sobre buenos y malos y llover sobre justos y pecadores", nosotros también dispensar todos nuestros dones a todos aquellos que el Señor pone a nuestro lado buscando siempre ser instrumentos de paz en el lugar que nos toque vivir.
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