lunes, 24 de septiembre de 2018

Hijos de la luz

Dice el Señor en el Libro de los Proverbios:
"No trames daños contra tu prójimo, mientras vive confiado a tu lado; no pleitees con nadie sin motivo, si no te ha hecho daño alguno; no envidies al hombre violento, ni trates de imitar su conducta, porque el Señor detesta al perverso y pone su confianza en los honrados; el Señor maldice la casa del malvado y bendice la morada del justo; el Señor se burla de los burlones y concede su gracia a los humildes".
Como vemos no hay nada que podamos inventar de nuevo, pues el mal está desde que el pecado original comenzó a existir, y estará siempre en en el hombre, pues, aunque Jesús nos libró del pecado con su muerte, sigue en nosotros la espina de ese pecado que, como dice san Pablo, "no hago el bien que quiero sino el mal que no deseo". Aunque, a decir verdad, siempre hay alguno que desea hacer mal ya sea por venganza, por envidia, por... vaya a saber qué cosas.
Cuando no nos acordamos que nuestra vida ha de ser un faro de luz para el mundo, y sobre todo, cuando no nos acordamos que el pecado aún reside en nosotros, dejamos que el mal entre en nuestras vidas y lo vayamos sembrando en el corazón de otros. Porque, como dice el dicho: las brujas no existen, pero que las hay las hay. Y así ocurre con nosotros: todos somos mansos corderos hasta que se nos cae el disfraz y descubrimos al lobo que hay debajo.
Pero también es importante que no nos dejemos convencer por esos lobos disfrazados, sino que siempre tengamos la presencia del don del discernimiento para poder distinguir entre lo bueno y lo malo, saber si lo que me están diciendo o sugiriendo es para el bien o para el mal. Porque, muchas veces, el mal se oculta y nos hace hacer a nosotros lo que ellos no pueden hacer, quedando así ocultos en las tinieblas.
Por eso Jesús nos habla de la Luz, que tenemos que dejar que la Luz entre en nuestras vidas, que tenemos que saber que sólo la Luz del Espíritu es la que ilumina todo y la que, si están en nuestro corazón, ilumina la vida de los demás.
Hay tinieblas, es cierto. Hay maldad, también. Pero si estamos unidos a Cristo y buscamos siempre su Voluntad, será el Espíritu Santo quien nos ayude a discernir qué cosas escuchamos y a quién le hacemos caso, y nos dará la fortaleza necesaria para ser siempre hijos de la Luz y no hijos de las tinieblas.

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