Está claro que Jesús no pretende que nos andemos cortando ni las manos, ni los pies, ni que nos quitemos los ojos cuando pecamos. ¡Pobre de nosotros si así fuera! Pero sí que miremos con más profundidad el mensjae que nos quiere dar, que es similar a otros que ya nos ha dado: "quien guarde su vida la perderá, y quien la pierda por mí la ganará". ¿Cuál es la Vida que queremos? ¿Cuál es el fin de nuestra vida cristiana? ¿Por qué somos cristianos?
Pero, también es cierto, que este evangelio a mí me llevó a pensar otra cosa: que sólo valoramos las cosas cuando las perdemos en realidad. Si cuando pecamos nos tuviéramos que cortar una mano o un pie o quitarnos un ojo, entonces ahí valoraríamos lo que teníamos y veríamos que no era necesario hacer tal o cual cosa si eso nos llevara a perder algo que necesitamos.
Así nos pasa, muchas veces, en la vida cotidiana, no nos damos que valoramos demasiado cosas que son superfluas y pasajeras y dejamos las más importantes y esenciales para después, y, quizás, ese después no llega nunca, porque ya hemos perdido lo esencial: el tiempo que teníamos para vivir ese momento, porque ese momento ya no existe, ya pasó. Y vuelvo al ejemplo que siempre nos viene a la cabeza: como padres si no aprovechamos los momentos junto a los hijos ellos crecen y después vuelven esos momentos y ¿qué es lo que estábamos haciendo? Sí, seguro que estábamos preparando o previendo el futuro de los hijos, pero al preveer tanto el futuro nos olvidamos del presente. O lo mismo sucede con los amigos o la familia, por valorar otras cosas no le dedicamos el tiempo en el momento justo y cuando queremos acordar ya no tenemos ese tiempo. Y ¿valió la pena lo que hice en ese tiempo si no tuve tiempo para estar con ellos y ahora ya no los tengo?
Por eso a lo que nos exhorta Jesús, o mejor dicho a una de las cosas que nos exhorta Jesús con esta Palabra, es a que aprendamos a hacer una escala de valores en nuestra vida y que, realmente, le demos prioridad a lo que verdaderamente nos importa, y que aceptemos el desafío de "cortar" de nuestra vida aquello que no nos permite vivir o disfrutar de lo que tenemos. No sea que por querer tener me haya olvidado de ser y de lo que, en verdad, tengo.