"Ellos dijeron:
«Venga, tramemos un plan contra Jeremías, porque no falta la ley del sacerdote, ni el consejo del sabio, ni el oráculo del profeta. Venga vamos a hablar mal de él y no hagamos caso de sus oráculos».
¿¡Cuántas veces hemos escuchado la Palabra de Dios y hemos actuado de modo diferente!? Sí, escuchar la palabra del Profeta es escuchar la Palabra de Dios y como no les gustaba lo que decía el Profeta, o, mejor dicho, no les gustaba lo que Dios les mandaba decir, entonces ¡actuemos contra el profeta! Porque si el profeta no habla no nos habla Dios, que es lo que querían en definitiva: no escuchar a Dios.
Y así nos está pasando en estos tiempos: no queremos escuchar a Dios, o, mejor dicho, queremos escuchar que nos diga lo que queremos oír pero no lo que nos tiene que decir. Y por eso tramamos algo, no como en aquellos tiempos, pero nos inventamos argumentos que nos ayudan a "tapar" o silenciar nuestro pecado, y creer que estamos viviendo bien porque lo hacemos a escondidas.
Es cierto, también, que hoy nadie "tapa" su pecado sino que lo exhibe como un gran triunfo de la vida, y cuántos más lo hagan quiere decir que está bien hecho, porque si todos lo hacen yo tamibén lo puedo hacer. Y no es así para los que decimos que creemos en la Palabra de Dios, pues sabemos que la Palabra de Dios es "viva y eficaz", y hasta el mismo Jesús lo dijo: "no he venido a abolir la Ley y los Profetas sino a darle plenitud". Y por eso lo que es pecado en la Palabra de Dios es pecado en aquél tiempo y en este.
Nos pasa que, para muchos de nosotros, como conocemos la Palabra de Dios no siempre la leemos toda, sino que cuando vemos que hay algún paasaje que no nos viene bien, ese lo dejamos de lado y pasamos rápidamente la página.
Si cada día tramáramos un plan para ser Fieles a la Palabra de Dios, y no para ser sólo fieles a lo que nos gusta hacer y sólo vivir para complacer al mundo, sería otra cosa nuestra vida y la vida de todos.
En el evangelio, junto a esta lectura del AT, nos encontramos con un diálog de Jesús con la madre de los Zebedeos y con ellos mismos, un diálogo que lo sabemos casi de memoriaa, pero no nos damos cuenta que ese diálogo lo podríamos haber tenido, también, cualquiera de nosotros. Sí, porque el apetito de poder lo tenemos todos en el corazón, que a veces no es tan evidente, es cierto, pero que siempre sale por algún lugar de nuestra vida.
Y también la actitud de los otros diez que comenzaron a murmurar por la actitud de los Zebedeos, una actitud que también se da entre nosotros, comenzamos una murmuración que no sabemos ni dónde ni cómo terminará, porque cuando comenzamos a lanzar una murmuración en contra de nuestros hermanos no sabemos cómo terminará, pero sí estaremos seguro que eso hará daño no sólo al destinatario de la murmuración, sino también será un pecado para quien la comenzó y para quienes se hicieron eco de las murmuraciones contra los hermanos.
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