domingo, 18 de febrero de 2018

En el desierto somos fortalecidos

Una imagen que usamos en la liturgia para comenzar el Tiempo de Cuaresma: el desierto y las tentaciones a Jesús. Pero que son dos imágenes o dos vivencias que también están en nuestras vidas, no en un tiempo definido pero sí que se suceden a lo largo de nuestra vida de fe.
El desierto siempre nos recuerda el vacío de la soledad, el vacío de no tener a nadie ni nada donde uno poder cobijarse, sentirse acompañado, consolado y aunque haya sol o haga calor lo único que se experimenta es el frío la oscuridad del alma.
Para Jesús fue un momento y un tiempo a dónde lo llevó el Espíritu antes de comenzar su misión evangelizadora. Para nosotros es un tiempo donde muchas veces nos permite ir Dios, pero también es un tiempo a donde, a veces, llegamos por nuestra propia cuenta. Sí, Dios muchas veces nos lleva al desierto para ayudarnos a fortalecer nuestra fe, esperanza y amor, para que las virtudes no sean sólo un sentimiento sino que sean eso mismo: virtudes. Pues muchas veces sólo creemos o esperamos o amamos por que "lo sentimos", porque "nos hace bien", porque nos aman, y lo tenemos que vivir porque el Señor nos las ha dado y tenemos que "sacarle provecho" aún en momentos de oscuridad, de soledad, de "no sentir nada" seguir creyendo, esperando y amando con todo nuestro ser.
Pero también es un lugar a donde llegamos solitos cuando dejamos de lado nuestra vida de oración, cuando dejamos de lado la reflexión de la Palabra, y cuando no acudimos a los sacramentos para alimentar nuestra vida espiritual. Porque si no alimentamos como es debido nuestra vida espiritual vamos gastando la Gracia y nos quedamos en el vacío de la fe, todo se vuelve oscuro y frío porque no hemos sido capaces de renunciar a nuestros deseos y vivir más en Dios.
Aunque en cualquiera de los dos sentidos, Dios siempre puede sacar el bien del mal, y si nuestro corazón encuentra la fuerza para "resistir" la tentación de "tirar todo por la borda", es cuando la Gracia llega a nosotros para darnos la Luz y la Fuerza para que el desierto se transforme en vergel. Pero ¿por qué? ¿para qué? Como Jesús: para comenzar a vivir con mayor intensidad y dar testimonio de lo que hemos experimentado, de lo que creemos, para ser Fieles a la Misión que el Padre nos encomendó, para vivir con radicalidad la Obediencia a Dios en todas las cosas de la vida, en todos los momentos de nuestro día a día y no sólo cuando tengo ganas de hacerlo.
Cuando pasamos por el desierto podemos salir fortalecidos en la Fe pues encontramos la fuerza para disponernos a la Gracia, o hemos perdido la fe por no saber esperar y confiar en los Tiempos que Dios tiene para nosotros. La confianza en la Providencia es lo que más se fortalece cuando entramos en el desierto del alma, pues sólo en Él está puesta nuestra esperanza de poder ser fortalecidos para vivir en Fidelidad a la Vida que Él mismo nos ha dado con su Vida.

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