Siempre me he sentido identificado con esta carta de San Pablo, o mejor dicho con este párrafo de la carta de San Pablo, pues no siempre, a los que nos ha tocado la misión de predicar, nos sentimos orgullosos de lo que hacemos. Entiéndase bien, no sentimos que seamos los mejores que Dios pudo haber elegido para esta misión (o por lo menos ese es mi caso) pero llegado el momento de tener que predicar o tener que escribir sobre la Palabra de Dios, hay algo que nos impide no hacerlo, es decir, sí o sí el Espíritu sale en nuestra ayuda y es Él quién predica por nosotros.
Pero hay algo más que me gusta mucho en este párrafo de San Pablo, y es la actitud que él toma en la predicación y en su misión, en general: "me hago todo con todos..." El mal orgullo, junto con la vanidad (que a veces nos invade) (y no sólo a los que tenemos esta misión, sino a todos) nos hace "subir al pedestal" de los mejores y desde allí, con nuestro dedo acusador, comenzamos a señalar los errores de los demás y vamos "dando clases" de cómo cambiar nuestra forma de vivir, o de cuál debe ser nuestra manera de comportarnos.
En cambio San Pablo, al hacerse todo con todos, toma como ejemplo la actitud de Jesús que "siendo Dios se hizo hombre", "se anonadó a sí mismo", y compadeciéndose de nuestra debilidades y poniéndose a "nuestra altura" nos acompañó para que aprendiéramos a vivir: vivió junto y como nosotros a fin de que nosotros viéndolo vivir a Él pudiéramos entender y querer vivir como Él. Y esa es la mejor manera de predicar: poniéndonos a la par de los demás para que, desde la cercanía de la vida, poder llevarlos a Dios.
Es que cuando el mal orgullo y la vanidad se juntan nos creemos los salvadores del mundo, del hombre y nos alejamos de la realidad de los demás, creemos que nuestra palabra fuerte o nuestra "verdad" será lo que hará que los demás cambien y encuentren el camino a Dios. Pero si miramos este enfoque que nos presenta Pablo y el Camino que recorrió Jesús, nos daremos cuenta que es poniéndonos a la vera del que lo busca y necesita que podremos indicar mejor el camino. Y por eso en ningún momento podremos dejar de predicar pues nuestro día a día será una prédica constante, pues será con nuestro caminar, con nuestras palabras, con nuestros gestos, con nuestras miradas y nuestras sonrisas, con lo que iremos predicando la misericordia de Dios y el camino de la salvación.
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