Cuando nuestro orgullo se une a nuestra vanidad nos creemos los mejores del mundo y los que hacemos mejor que otros las cosas, nos subimos nosotros solitos al pedestal y desde allí comenzamos a analizar y juzgar y condenar a todo el mundo. Miramos a los demás para descubrir cuáles son sus errores y de ese modo poder quedar nosotros como los que hemos descubierto el pecado del pecador.
Por un lado estaría bien que levantáramos la voz y defendiéramos nuestra fe, porque muchas veces dejamos que nuestra fe sea bapuleada y pisoteada por muchos si hacer ningún movimiento ni dar ninguna voz. Pero no es eso lo que muchas hacen con subirse a su propio pedestal, sino que toman la actitud de los fariseos y de los hipócritas que sólo les gusta condenar lo que no entienden ni comprenden, o lo que sólo ven por la apariencia.
Y ese es el lado malo de nuestra actitud: condenar sin saber qué es lo que el otro está viviendo, condenar sin tener misericordia por el pecador, juzgar sin saber el por qué de esa actitud o de cómo vive esa persona, y, sobre todo hacerlo todo como si fuéramos los más sanos de la historia humana.
Es cierto que sólo podemos ayudar a nuestros hermanos si vemos que van viviendo mal, pero esa es nuestra meta ayudar, no condenar. Porque el mandato de la corrección fraterna es para salvar a nuestro hermano de su error y el último escalón de la corrección fraterna dice: si no os escucha consideradlo pagano. Pero nosotros muchas veces comenzamos por lo último sin tener en cuenta el hablar en privado con nuestro hermano, sin tener en cuenta el diálogo personal con él para hacerle ver su error y ayudarlo, si quiere, a encontrar el camino perdido.
Es por eso que hoy más que nunca tenemos que sanar nuestro corazón de tantos juzgamientos sin misericordia, pues nos vamos haciendo eco de los programas mediáticos que se encargan de ventilar los escándolos o supuestos errores de las personas pero nunca se encargan de devolverles la buena fama cuando no han sido acusados de nada. ¿Quién ha devuelto la buena fama después de haber puesto a una persona por el suelo por algo que supuestamente había sucedido y nunca sucedió? ¿Quién ha podido borrar de la mirada o del corazón de la gente lo que hemos dicho y no era verdad? Porque el mal que sueltan nuestros labios nunca se borra y siempre va a seguir actuando.
Por eso mismo dice el Señor que "de la abundancia del corazón hablan los labios", y si nuestros labios no hacen el bien es porque nuestro corazón está invadido por el espíritu del mundo que sólo busca su propio bien sin importarle quien.
"Jesús les respondió:
«No necesitan médico los sanos, sino los enfermos. No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores a que se conviertan».
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