"Dijo entonces Salomón:
«El Señor puso el sol en el cielo, mas ha decidido habitar en densa nube. He querido erigirme una casa para morada tuya, un lugar donde habites para siempre».
Creo que nunca podemos llegar a imaginarnos el gozo que puede haber sentido Salomón al haber cumplido el deseo de su padre David de hacerle un Templo digno al Señor. Ese día en el que trasladaron el Arca de la Alianza al Templo de Jerusalén y cuando "la gloria de Dios llenó el Templo", signo real de su presencia (en ese momento) tiene que haber sido un día lleno de gozo y alegría para todos en Israel.
La presencia de Dios en medio del pueblo era para ellos motivo de gozo y alegría, pero también les provocaba un sentimiento de seguridad y fortaleza, pues Dios estaba con ellos. Una presencia que para el Pueblo de Israel era lo más preciado y lo más valorado, pues se trataba de su Dios, el Dios que los había elegido y los había sacado de tantos lugares por dónde habían pasado, pero sobre todo un Dios que les había hecho comprender y madurar el sentido de su Alianza, el sentido de su fidelidad.
Es ese mismo Dios quien un día envió a Su Hijo al mundo para que nos trajera la Buena Noticia de la Salvación y, por no haber sido aceptado por su propio pueblo, fundó un Nuevo Pueblo: la Iglesia, en la que Él mismo quiso quedarse en el Pan de la Eucaristía. Y así, en esa humilde forma de Pan Consagrado, habita silenciosamente en los Templos a Él consagrados. Ya no está el Santo de los Santos como en el Templo de Israel a dónde sólo podían entrar los sacerdotes una vez al año, sino que está en el Sagrario hasta donde podemos llegar todos cada vez que lo necesitamos, cada vez que queramos hablar con Él.
Es, para nosotros los católicos, el misterio de nuestra fe saber que en el Sagrario permanece Jesús, en su Su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad; un misterio que también, cuando llegamos a comprender lo excelso de su entrega no podemos dejar de intentar estar con Él cada día. Necesitamos reconocerlo en la Eucaristía para que neceistemos acercarnos a su Templo, a su Encuentro para renovar nuestra fe, nuesta esperanza, nuestro amor.
"Apenas desembarcados, lo reconocieron y se pusieron a recorrer toda la comarca; cuando se enteraba la gente dónde estaba Jesús, le llevaba los enfermos en camillas.
En los pueblos, ciudades o aldeas donde llegaba colocaban a los enfermos en la plaza y le rogaban que les dejase tocar al menos la orla de su manto; y los que lo tocaban se curaban".
Su barca es el Sagrario en donde está cada día esperándonos para sanar nuestras heridas, para fortalecer nuestras almas, para iluminar nuestro corazón y encender nuestro espíritu para poder, en la alegría y el gozo del encuentro, seguir llevando Su Palabra a todos los que la necesiten, pues Él no quiere quedarse en el Sagrario sino quiere que lo llevemos, con nuestra vida, por todos los rincones del mundo.
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